Guayaquil, Ecuador
Todo empezó el 15 de mayo de 2021. El presidente Guillermo Lasso desbarató la mayoría acordada entre CREO, el correísmo y el PSC. La eventual creación de una “Comisión de la Verdad” y la facilitación de la impunidad a los lideres sentenciados del correísmo lo hicieron desistir de esa mayoría, que lo hubiera ayudado en la gobernabilidad pero le hubiera valido el rechazo de su electorado, un electorado que iba a ver muy mal que, habiendo elegido a Lasso como una alternativa frente al correísmo, a la vuelta de la esquina el se volteaba y le daba la espalda a sus electores.
Hubiese sido, sin duda una traición. Los electores de Lasso y buena parte del país respiramos aliviados y vimos con simpatía la elección de Guadalupe Llori como presidenta de la Asamblea. Pero ese acto de Lasso no tuvo perdón ni olvido.
Tan pronto como se instaló la Asamblea empezaron a darse hechos políticos que apuntaron a la desestabilización de Lasso, y es evidente que tales actos de desestabilización tienen su influencia en la gestión de gobierno. El primero fue el intento de destitución al presidente por el caso de los “Pandora Papers”.
La Asamblea, a través de la Comisión de Asuntos Constitucionales pidió la destitución del presidente. Ello ocurría en noviembre del 2021, apenas seis meses después de haberse posesionado. La iniciativa del correísmo no tuvo sustento y se desinfló. No por falta de ganas de algunos sino porque era una vergüenza. Pero generó internacionalmente una grave sensación de inestabilidad.
Un año después, en noviembre de 2022, el dirigente indígena Leonidas Iza, cuyas propuestas, se ha demostrado, no tienen ningún respaldo electoral, protagonizó una serie de revueltas que paralizaron la sierra ecuatoriana y ocasionaron graves pérdidas económicas. La oposición en la Asamblea intentó destituir al presidente alegando una conmoción interna que había sido creada justamente por quienes la alegaban, intentando asi una “muerte cruzada” pero al revés: ellos “destituían” al presidente en uso de su facultad constitucional.
80 votos apoyaron la destitución. Faltaron 12. El rechazo de la ciudadanía a esta maniobra fue evidente. Paralelamente se iba gestando, en las cárceles y en las calles, una guerra interna entre los narcos y el estado, y entre ellos mismos. La sensación de anarquía empezó a prevalecer. Había gente muerta todos los días, unos víctimas casuales y la mayoría miembros de las bandas. Era el reinado del terror, ocasionado por las carteles, sin duda, pero aupado por políticos que tenían alguna relación con estos grupos.
Fernando Villavicencio empezó a decirlo repetidamente. Lo dijo tanto que terminó asesinado. El tercer intento de destitución fue el juicio político: Esteban Torres y Viviana Veloz, del PSC y del correísmo, respectivamente, llevaron la voz cantante en un proceso político ridículo pero que fue calificado como procedente por seis votos de una mayoría timorata de la Corte Constitucional que le dio paso por una causal inexistente: el incumplimiento de unos contratos de Flopec que nadie los tenía en el horizonte.
Una asamblea con el 3% de aceptación dio inicio al proceso y con el paso de los días se fue haciendo cada vez mas posible que la asamblea destituya por peculado al presidente. Y eso es políticamente inadmisible para un gobierno, mas aún a causa de un juicio sin causales.
Lasso acortó su período. El resto es historia. La cereza del pastel la puso luego nuevamente la Corte Constitucional que se arrogó la función de calificar la urgencia de los proyectos de ley enviados por el presidente, con lo cual en la práctica se convirtió en un cogobernante que no dejó gobernar.
Lasso pasó a ser culpable de todos los males del planeta. En una reunión en que se lo criticó porque no había luz al día siguiente se lo criticó por comprarla cara, cuando la energía mas cara es la que no existe. En las redes sociales, los activistas, los “trolls” y demás simpatizantes de los interpelantes del juicio político empezaron una campaña permanente de desprestigio.
Ciertamente la negativa tarea de varios funcionarios coadyuvaban a esta situación. La prensa escrita, que gozaba de enorme libertad al contrario de lo que había ocurrido en el correato, criticó acerbamente al Ejecutivo. Un ejecutivo que había eliminado la ley mordaza y que había hecho que la libertad de opinión regrese triunfante.
Personas cercanas al presidente fueron involucrados en un tema de peculado, aparentemente sin más pruebas que las aportadas por un portal periodistico. Y así estamos ahora.
¿Hizo mal Lasso al no pactar con el PSC y el correísmo aquel 15 de mayo de 2021? Ese es el mensaje que circula con frecuencia.
¿Qué hará el nuevo presidente? Parece que parte del país prefiere que Noboa haga lo que no hizo Lasso: que acepte el pacto con el PSC y el correísmo. Apostar no más a la gobernabilidad, a la posible apertura de los puertos al narcotráfico con lo cual la inseguridad diaria podría atenuarse creando una falsa pero al mismo tiempo real sensación de seguridad aunque parezca paradójico.
Apostar no más a la aprobación en la asamblea de leyes que el presidente envíe evitando el bloqueo legislativo y la fiscalización sin hablar de “a quien”, con lo cual mañana enjuician a la Fiscal y pasado le encuentran responsable de cualquier violación a la ley. Una vez captada la mayoría, nadie podrá defenderla. De este modo, viviremos una especie de paz de los sepulcros con la que la gente estará tranquila.
O, por el contrario, Noboa se parará firme y no aceptará pactar con el correísmo en la asamblea. Ni tampoco con el PSC que dice que no pactará con el correísmo “nada que implique impunidad” mientras tolera de modo sorprendente el nombramiento de jueces de bolsillo y la toma de la justicia por parte de un Consejo de la Judicatura sin prestigio alguno y de una comisión de selección de jueces integrada justamente por el correísmo.
Esta es la encrucijada. El “deber ser” versus “el no complicarme la vida”. El deber ser, versus la comodidad de no negociar con tantos grupos. El deber ser, lo que implica seguir incautando droga y dándole guerra al narcotráfico, o la vista gorda y mirar para el otro lado. Tal vez el país no quiera “el deber ser”, sino el “dejar hacer, dejar pasar”. Lo veremos en poco tiempo.