Miami, Estados Unidos
En el mes de mayo del 2011 la agencia antidrogas de Estados Unidos, DEA, en un informe señalaba que Ecuador se había convertido en guarida y refugio de los traficantes internacionales y aseguraba que el país sudamericano era el nuevo protector de esos delincuentes.
La agencia sostenía que Ecuador liderado en ese entonces, por Rafael Correa, “se está convirtiendo en las “Naciones Unidas” del crimen organizado y que narcotraficantes de varios países utilizan Ecuador como la plataforma para exportar cocaína a otras naciones”.
Posteriormente en el 2014, Univisión Noticias informaba que “La agencia antinarcóticos de Estados Unidos (DEA) decomisó esta semana tres aviones de una empresa de Fort Lauderdale, Florida, cuyas operaciones habían sido objeto de investigación de un asambleísta de la oposición del Ecuador que sospechaba que una de las aeronaves prestaba secretamente servicios a altos funcionarios del gobierno del presidente Rafael Correa”.
Como colofón, recordemos que la muerte de Raúl Reyes, destacado narcotraficante y segundo jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, sacó a relucir las relaciones del expresidente ecuatoriano con este importante grupo del crimen organizado.
Además, algunos analistas opinan que el país se blindo contra el narcotráfico con la Base Manta,1999, pero a partir del momento que efectivos estadounidenses abandonaron el mencionado establecimiento por decisión del presidente Rafael Correa, el camino quedó abierto para la filtración masiva y crecimiento constante de las bandas de narcotráfico, y el enardecimiento de la lucha entre ellos por el control del mercado ilícito.
El periodista Jorge Ortiz, expuso al diario La Hora ser “del criterio que lo ocurrido en las cárceles del país en los dos últimos años, la multiplicación del sicariato y asesinatos como el del alcalde Agustín Intriago son el efecto de la madurez de ese proceso que empezó con la expulsión de la Base, y se transformó en un elemento decisivo para que la violencia se multiplique y las bandas delincuenciales encuentren el camino despejado”.
Ecuador disfruta de una posición privilegiada para el trafico de estupefacientes por su ubicación entre dos grandes productores, Perú y Colombia.
Correa, todo parece indicar, aspira a ser de nuevo presidente de su país, siendo acusado por quienes le adversan de procurar generar en Ecuador un clima de desestabilización y violencia, como lo afirma la ministra de Gobierno, Mónica Palencia al decir que Correa le entregó el país a las bandas criminales cuando pactó con ellas, asegurando que el nuevo presidente Daniel Noboa “está dispuesto a dar una lucha frontal” contra los delincuentes.
Lo que está aconteciendo en Ecuador es una muestra fiel del desastroso legado del castrochavismo, del cual, el expresidente Rafael Correa, fue uno de los más fieles ejecutores junto, a Evo Morales, Daniel Ortega y Nicolas Maduro, un relevo tan sanguinario, como sus predecesores.
El exmandatario, refugiado en Bélgica, está condenado a prisión por corrupción en Ecuador, no se habitúa a la vida de un ciudadano normal y procura seguir ejerciendo en la política de su país, el poder que en un momento disfruto, y que, opino, perdió, por un error de cálculo por creer que el pueblo ecuatoriano gustaba ser abusado por un déspota.
Correa, siempre ha gustado figurar como un iluminado. Parece ser uno de esos individuos que no padece la agonía de la duda, poseedor de la verdad absoluta, con una visión muy propia de sujetos, que como el, solo respetan a quienes le respaldan y destruyen a los que les adversan.
Durante su mandato su lenguaje fue todo el tiempo de confrontación, del género todo o nada, y por lo que escuche en una reciente entrevista que le hizo una cadena colombiana de comunicación, el sujeto sigue siendo un autócrata, como bien lo calificara el periodista que lo entrevisto.
En todas las entrevistas que he visto y escuchado de Correa, se ha conducido como sus pares desaparecidos, Fidel Castro y Hugo Chávez. Todos ellos son soberbios por lo regular, pero, durante las entrevistas, no escatiman sarcasmos con los que buscan situar en una situación incómoda a los periodistas, profesión, a la que, al parecer, le tienen ojerizas, porque en los mandatos de los tres como en los de sus sucesores, la persecución a la prensa fue otra constante, mal habito, el cual, Daniel Ortega, ha convertido en arte.