Quito, Ecuador
Cuando los mitos se derrumban evidentemente existe una resistencia hacia esto y un discurso de lágrimas. Stalin, Lenin, Mao, Hitler, los hermanos Castro, indiscutiblemente fueron mitos y más endiosados que humanizados y en resumen fueron políticos totalitarios que regaron sus ideologías a otras partes del planeta. Justamente, la literatura ha servido para desmitificar personajes, y más todavía a los antes nombrados.
Desde la Grecia clásica se evidenció que el ser humano necesitaba de líderes para glorificarlos y hacerlos aún más poderosos de lo que en verdad son o fueron. Alejandro Magno (Aléxandros) es una evidencia clara de esto.
En América Latina, esto no es ajeno y hemos sido expertos en crear mitos hacia nuestros gobernantes —sobre todo de los más radicales y autoritarios—. Simón Bolívar, San Martín, Gabriel García Moreno, Eloy Alfaro, Salvador Allende, Augusto Pinochet, Jorge Rafael Videla, Rafael Trujillo son sólo algunos de los nombres más mitificados. Algunos, además, quisieron meterse al mito por la fuerza. Ese es el caso de Ernesto ‘el Che’ Guevara.
La izquierda latinoamericana (luego la populista del Socialismo del Siglo XXI) reforzó más la farsa del ‘Che’ de la mano de sus “ideólogos” y “escritores” como Eduardo Galeano y su infame y falso ensayo Las venas abiertas de América Latina.
Pero lo cierto es que para la juventud sesentera, setentera y ochentera, Ernesto seguía siendo un líder, un superhombre revolucionario y luchador de “nobles causas”. Pero, los escritores, muy audazmente conscientes de este mítico “héroe” de una revolución que causó pobreza y miseria desde el sangriento derrocamiento de Batista, con las políticas de Castro, que marcó parte de la Guerra Fría, lo retrataron tal cual fue.
Cuando Óscar Vela publicó su novela Náufragos en tierra y desde una ficción bien documentada tiró abajo el discurso revolucionario de la guerra en la isla, evidentemente el gobierno cubano —con débiles argumentos plagados de lugares comunes— quiso “desmentir” a Vela quien basó su novela con el testimonio de César Gómez, que convencido de las ideas castristas apoyó a Fidel hasta que se dio cuenta que la intención fue regalar el país caribeño a la URSS.
Desde entonces, Gómez, se autoexilió en México y cumplió su promesa hasta su muerte de no pisar la isla mientras Castro fuese presidente.
Pero, un episodio todavía más pintoresco es cuando el Che llegó a Guayaquil. Antes de su llegada a Ecuador, el Premio Nobel de Literatura, Ernest Hemingway, dicho sea de paso gran defensor de la Revolución cubana, ya había calificado al Che como “un hombre enfermo, cobarde y que ni siquiera sabe disparar un rifle”.
Sin embargo, el novelista Ernesto Carrión en su libro Triángulo Fúser, va más allá y de hecho Guayaquil es la única ciudad en la que el Che abre sus apetitos netamente homosexuales y los intelectuales David Ledesma, Jorge Maldonado Renella, Enrique Arbuiza, y José Guerra Castillo fueron en parte quienes lograron aquello. Pues, pertenecieron al intelectualismo GLBT de la época. De hecho, Guerra Castillo en 1964 publicó Mis personajes inolvidables, Cuba de hoy, Del hombre, la libertad y la paz, y El Che: 43 días inolvidables en Guayaquil donde retrata muy de cerca la vida del ‘Che’ y lo recuerda “con bastante amor”.
Guayaquil en sí no aparece en ninguna biografía “oficial” del Che en sí porque obviamente no aporta en nada al mito y la frase de Alberto Montaner sobre el Che de ser «un obrero vigoroso, gallardo, trabajador, patriota, desinteresado, heterosexual, monógamo y austero» se destrozó por lo que hizo en Guayaquil y sólo queda en lo “austero”, pues cuando vivó en Ecuador era un vulgar aventurero sin un centavo que vivía en una paupérrima villa en Las Peñas.
De su par de meses en la ciudad portuaria queda una foto (que evidentemente la izquierda trató de desmitificar y por el contrario dijeron que Ernesto pasó en la casa de Demetrio Aguilera Malta, obviamente sin evidencia alguna de que aquello sea verdad). Guevara también, luego, entabló amistad muy íntima con William Burroughs un intelectual abiertamente gay y con Hemingway –de quien se sospechaba tenía relaciones bisexuales—.
El hombre del fusil y la pistola en el cinto, todo macho se derrumba como la honestidad revolucionaria cuando gobiernan. Ernesto Carrión, quien además confesó tuvo ese nombre en honor al Che, tiene la importancia de llamarse Ernesto, título de otro famoso escritor homosexual como lo fue Oscar Wilde, porque no es historiador, político ni sociólogo es poeta y novelista y su libertad en usar la pluma es prueba de que es mejor ser escritor que otra cosa. El Ernesto mitológico cae ante el que lo desmitifica. Pues el Che fue lo que fue por los socialistas sólo por ser un Ernesto.
La destrucción de la retórica de la izquierda, hecha de papel y cartón, se derrumba ante un fuerte mar de palabras que no es para los susceptibles y falsos revolucionarios que crean ídolos de barro que de paso fueron asesinos y criminales. El alma de Reinaldo Arenas vive en la mentirosa punta de fusil que lo hizo exiliarse y suicidarse en Nueva York por esa razón. ¿Seguirán cantando, los homófobos de los corazones ardientes y las “manos limpias”, entonces: “de tu querida presencia comandante Che Guevara” ahora que se ha develado toda la verdad?