Miami, Estados Unidos
Que el régimen totalitario castrista –y digo castrista porque difiere de sus primos comunistas y nazis– enfrenta una crisis estructural que pone en peligro su sobrevivencia, es algo evidente. En la Isla, los fracasos han sido tantos y tan sustanciales que la dictadura, para no caer de bruces, está obligada a reinventarse, aunque corra el riesgo de que entre sus filas surja otro Gorbachov.
La certeza más clara de esta caída en ruinas del proyecto totalitario la da la falta de interés de la juventud por integrarse a organizaciones grises y tumultuarias como la Unión de Jóvenes Comunista (UJC) –la otrora cacareada cantera del Partido–.
La visible debacle de la UJC es mucho más que política. La creación de esa organización se remonta a la promesa de Ernesto Che Guevara y Fidel Castro de construir un “hombre nuevo”.
Ambos proclamaron que las nuevas generaciones de cubanos estarían compuestas por ciudadanos de un profundo y justo humanismo: hombres probos, capaces de los sacrificios más extremos por el bien de la humanidad. La idea, desgastada y repetida hasta el aburrimiento, no fue más que otra promesa frustrada. La juventud cubana hace tiempo que no entiende de totalitarismos y prefiere, sin pensarlo dos veces, probar fortuna como migrante.
Esos muchachos, que durante generaciones se vieron obligados a cumplir lo que dictaban los dirigentes, han envejecido viendo la miseria en la que malviven sus familiares. Sus esfuerzos no edificaron nada duradero y la ineficiencia y la corrupción exterminó la confianza que habían heredado de sus padres –también convertidos en delatores y militantes en sus años de juventud–.
Los jóvenes no quieren partidos, ideologías ni discursos que prometan un milagro socialista. En el pasado, no obstante, eran muy pocos los que no se alistaban en la UJC, que garantizaba el progreso material a cambio de ser fiel a las propuestas de la Revolución.
Nunca faltaron jóvenes que se integraran por convicción, pero muchos lo hacían porque la organización les permitía disfrutar condiciones de vida que en cualquier otro país eran normales, pero en la Isla eran glamurosos privilegios.
En los últimos años, la casi extinta UJC ha perdido, según la prensa independiente, casi el 32% de su militancia –es decir, cerca de 200.000 asociados– pese a que en su más reciente congreso contaron con la bendición de Díaz-Canel, que auguró el fortalecimiento de la organización.
“Crea tu felicidad”, el maniqueo lema de este congreso, parece darle a la militancia un margen para actuar en base a sus necesidades y sueños. Pero los muchachos que antes conformaban la UJC, enclaustrados y asqueados de la propaganda, hace tiempo que tomaron otros rumbos. Hoy no quedan en las filas más que aspirantes a comisarios y futuros residentes –rollizos y rojizos– de Punto Cero. El hombre nuevo guevarista, como ya sabemos, nunca cuajó.