La mujer del César

Carlos Jijón

Guayaquil, Ecuador

Cuenta Suetonio, en su “Vida de los Césares”, que siendo interrogado Julio César sobre los motivos por los que había pedido el divorcio de su mujer, Pompeya, después que un tribunal determinó, casi sin lugar a dudas, de que era inocente de la fraguada acusación en su contra, de que había cometido adulterio, el entonces pretor de Roma respondió: “Porque considero que los míos deben estar libres tanto de culpa como de sospecha”.

Plutarco, en sus “Vidas paralelas” lo narró de otra manera: “Porque estimé que mi mujer ni siquiera debe estar bajo sospecha”.  Y la posteridad lo sintetizó en una frase (“La mujer del César no solo debe ser honesta, sino también parecerlo”) que se convirtió en una máxima para el comportamiento de los gobernantes.

Con frecuencia, la reputación de un gobierno debe ir mucho más allá de la verdad. Un gobernante prudente no solo debe cesar aquella acción que ha provocado el repudio de sus electores, sino que, por más que él mismo lo hubiera ordenado, también debe separar inmediatamente a los funcionarios que ejecutaron sus órdenes cuando debieron no hacerlo.

No por hipocresía sino por razones de Estado. Porque el acero de la dureza y el parecer implacable con los enemigos puede convertirse en un arma en contra de sí mismo si los gobernados llegan a percibir que esta dureza no existe cuando se trata de los propios, y peor aún si es utilizada para ocultar beneficios para sí mismo. Y porque un gobierno, aunque no sea honesto, debe al menos parecerlo.

Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre si Pompeya, con quien César se había casado en segundas nupcias, era inocente o no, por más que el tribunal entero votó en contra de su culpabilidad, y la de Publio Clodio, su presunto amante.  Pero el novelista estadounidense Thorton Wilder, en su obra “Los idus de marzo”, quizás una de las más bellas novelas que se hayan escrito sobre César, desarrolla la teoría de que no se trató más que de una conspiración política para desprestigiar al joven e impetuoso político que, una vez alcanzado el gobierno, acariciaba la idea de ser elegido dictador, y amenazaba quedarse en el poder por muchos años.

Poco a poco sus contemporáneos tomaban conciencia de que César era una amenaza para la república. Cicerón decía en sus cartas que tenía un ego tan grande que mientras la mayoría de los políticos actúan ante los electores, César lo hacía ante la Historia, con la loca quimera de que algún día, dos mil años después, alguien esté escribiendo en la medianoche unas líneas sobre él, y otros, al día siguiente, leyéndolas.

César se había casado en primeras nupcias con Cornelia, la hija de un hombre adinerado, y que le dio una hija, pero que desgraciadamente murió durante el parto. Tras el divorcio con Pompeya se casó por tercera vez con Calpurnia, quien se volvió célebre por haber advertido a su marido que no asista a la sesión del Senado donde lo iban a asesinar porque había soñado que el techo de la casa se derrumbaba.

Que el techo del gobierno no se derrumbe es también el primer deber de un gobernante prudente y para ello debe utilizar todos los medios lícitos a su alcance. Si los prefiriera ilícitos también será deber de la sociedad el hacer lo necesario para que termine en el tiempo previsto. Vale.

Vírgenes vestales, de Ciro Ferri.

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