La vicepresidenta no tiene quien le escriba

René Betancourt

Quito, Ecuador

En el neblinoso escenario político ecuatoriano, la figura de la Vicepresidenta, Verónica Abad, se erige como símbolo de controversia, resistencia, o tal vez terquedad. La pugna entre el presidente Noboa y su vicepresidenta ha escalado a niveles preocupantes, evocando la situación del coronel sin nombre en la famosa novela de García Márquez, “El Coronel no tiene quien le escriba”. Al igual que el coronel, quien espera en vano una carta sobre su pensión que nunca llega, Abad enfrenta aislamiento político y una batalla por su dignidad y su puesto.

En medio de un mar de acusaciones y maniobras políticas, Abad, aparentemente, espera justicia y reconocimiento. El gobierno, en su intento por marginarla, muestra una preocupante falta de dignidad institucional. Por ejemplo, la canciller Sommerfeld declaró, con cinismo absoluto, que Abad debiera “ser agradecida y ejercer las funciones para las cuales la designaron” en una zona de guerra. Es crucial recordar que la política no debe ser una cuestión de gratitud, sino de servicio público.

Así mismo, Diana Jácome, asesora presidencial, cuestionó a Abad expresando: Si tu hijo está preso, ¿prefieres regresar o mantener tu posición por el poder?. Un juicio penal determina la culpabilidad del acusado, garantizando la responsabilidad por sus actos, brindando justicia a las víctimas y preservando el orden. Pero cuando se politiza esta aspiración, ocurre como en el “Caso Nene” que investiga al hijo de Abad por tráfico de influencias. Apelar al rol de madre constituye un ataque falaz que cae en la violencia de género y que desvirtúa el debate al desviar la atención de los asuntos pertinentes, enfocándose en aspectos personales.

Por otro lado, la pregunta de Jácome simplifica la situación de Abad a una dicotomía injusta, cuando en realidad existen alternativas más complejas y válidas, por ejemplo, que Abad deba aferrarse al cargo de vicepresidenta como única opción frente al acorralamiento que sufre y al enjuiciamiento de su hijo. Incluso, obligarla a regresar a Ecuador para “testificar” parece más una estrategia para debilitar su posición, que un auténtico esfuerzo porque se haga justicia.

Los ejemplos no terminan: el Viceministro de Gobernabilidad, Esteban Torres, declaró abiertamente que sería “nefasto para el país” que Abad asuma el poder, argumentando que revertiría las victorias gubernamentales en la lucha contra la impunidad y la inseguridad. ¿Son acaso estos supuestos logros, avances de Noboa únicamente, y no de Abad, quien también forma parte del Gobierno? ¿Están ligados estos aparentes avances a la permanencia de Noboa en el poder? La falta de una explicación clara deja un vacío que sólo alimenta la desconfianza. En lugar de confrontar abiertamente las diferencias y buscar soluciones transparentes, el gobierno parece preferir maniobras opacas y declaraciones incendiarias, ya que hasta el sol de hoy no sabemos qué motivó realmente el distanciamiento entre Noboa y Abad.

Al igual que el coronel de García Márquez, Abad se encuentra en una encrucijada, esperando que la justicia y la verdad se manifiesten en un sistema que parece ignorarla. La capacidad de Abad para soportar humillaciones y desplantes con el objetivo de mantener su posición no es admirable, sino profundamente triste y al mismo tiempo sospechosa. De igual manera, la intención del gobierno de esquivar la sucesión presidencial plantea serias preocupaciones sobre el respeto al orden constitucional, que establece claramente los procedimientos en caso de ausencia del presidente en su Art. 146 que dispone que, por ausencia temporal en la Presidencia de la República, lo reemplazará quien ejerza la Vicepresidencia. Pretender otra cosa, como sugiere Torres, sería no sólo una violación de la Ley, sino traicionar los principios democráticos que deberían guiar al gobierno.

Lo que se lee entrelineas es que la narrativa oficial carece de la transparencia que la ciudadanía merece. Abad fue elegida junto a Noboa, y cualquier intento de deslegitimar su posición sin bases sólidas es un ataque a la voluntad popular. Sin transparencia se genera desconfianza y se socava la legitimidad de cualquier administración.

La realidad de Abad, como la del coronel de García Márquez, es desoladora. Ambos esperan en medio de la incertidumbre y la indiferencia. Hasta para el neblinoso escenario ecuatoriano, con una institucionalidad en decadencia, romper la sucesión constitucional; perseguir a tu binomio, la persona con quien se ganó la elección; no explicar en el mensaje a la nación las razones detrás de la ruptura, es lo verdaderamente nefasto. El pueblo tiene derecho a la verdad; si hay razones legítimas para la separación de Abad, estas deben ser comunicadas claramente y sin ambigüedades que insulten la inteligencia ciudadana.

La vicepresidenta Verónica Abad.

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