
Quito, Ecuador
Muchas personas se conmovieron hasta las lágrimas por la derrota, en las elecciones parlamentarias de Francia, de Agrupación Nacional, el partido de extrema derecha liderado por Marine Le Pen, y por el triunfo del Nuevo Frente Popular, una coalición de partidos de izquierda, entre los que se incluye Francia Insumisa, partido de extrema izquierda a cuya cabeza se encuentra Jean-Luc Mélenchon.
Las razones para alegrarse por la derrota de la extrema derecha francesa son las mismas que deben hacernos temer un gobierno liderado por Mélenchon. De hecho, tanto Mélenchon como Le Pen comparten su rechazo a la Unión Europea, su cercanía a Putin y su resistencia a la OTAN, la única fuerza militar capaz de frenar las intenciones expansionistas de Rusia en Europa.
La extrema derecha y la extrema izquierda, por tanto, son los peores enemigos de Europa, y ser enemigos de Europa, como unidad política y cultural, es ser enemigos de Occidente.
Cuando Rusia invadió a Ucrania, Mélenchon se opuso a la entrega de armas a los ucranianos con el pretexto de que hacerlo serviría únicamente para “escalar el conflicto”. Y ha llegado a afirmar que de ser gobierno aplicaría su programa hasta el final y, si este entrara en contradicción con los tratados europeos, simplemente los desobedecería. Sacar a Francia de la OTAN es otra de sus propuestas.
Igual que Le Pen, Mélenchon es nacionalista y pretende “renegociar los tratados europeos para priorizar la soberanía nacional” (Infobae, 8 de julio de 2024). Y la soberanía nacional es, precisamente, una de las cuestiones que ha llevado a la Action Française, partido de ultraderecha con un pasado antisemita, y hoy denominado Centre Royaliste d´Action Française, a apoyar electoralmente al partido de Le Pen.
No puede obviarse, de otro lado, que, a causa de su antisemitismo, muchos judíos franceses han expresado sus intenciones de salir de Francia si la izquierda llega a gobernarla.
Los extremos políticos son peligrosos, y su peligrosidad se encuentra no solo en las ideas extremas que los diferencian, sino en las que comparten.
Se ha dicho, después de las últimas elecciones, que Francia está polarizada. No es así. Francia, ahora, está fragmentada en tres grandes bloques políticos: la izquierda, incluida la extrema izquierda; la centro-derecha; y la derecha radical, ninguno de los cuales tiene la mayoría absoluta en el Parlamento.
Esta situación obliga la izquierda, la que mayor número de diputados obtuvo en las últimas elecciones, a negociar con la centro-derecha, pues negociar con la extrema derecha, de la que, pese a los puntos de contacto que tienen, se ha presentado como alternativa, es prácticamente imposible.
La necesidad de negociar debería obligarla a moderarse. Y obligar a los extremos, aunque no sea sino solo a uno de ellos, a negociar con el centro y, por tanto, a reducir sus excesos, es, quizá, la mayor ganancia que en las recientes elecciones ha obtenido Francia.
