Quito, Ecuador
Arthur Schopenhauer define la estupidez como una forma de ignorancia activa, donde las personas no sólo carecen de conocimiento, sino que actúan irracionalmente para mantener una posición o ganar argumentos, incluso a costa de la realidad. En su obra “El arte de tener siempre la razón”, explica cómo la estupidez evita enfrentar la verdad, una descripción que encaja con la crisis energética que vive Ecuador y, más preocupante aún, con el «apagón intelectual» que afecta al país.
El gobierno ha anunciado apagones nocturnos de ocho horas entre el 23 y el 26 de septiembre debido a la peor sequía en 61 años. Aunque se justifica la medida para minimizar el impacto en la actividad productiva, el verdadero problema es mucho más profundo: la falta de previsión y la obsolescencia en la gestión energética. Esta crisis de electricidad refleja una crisis de ideas y de planificación estratégica.
¿Cuántas veces pudo haberse prevenido esta situación? Ecuador tuvo la oportunidad de cambiar su rumbo durante la llamada «década robada», pero se perdió en la demagogia y decisiones que beneficiaron a unos pocos. Los responsables ahora buscan culpables, pero no asumen su parte, y lo más preocupante es que gran parte de la ciudadanía lo permite, atrapada en un «apagón intelectual» que afecta tanto su juicio sobre sus líderes como su capacidad de elegirlos.
Los apagones no se limitan a fallos en la infraestructura, sino que se manifiestan en la falta de previsión, improvisación y la incapacidad de los gobiernos para planificar a largo plazo. En un área tan vital como la energía, la improvisación es sinónimo de incompetencia.
La Constitución de la República del Ecuador establece que el Estado debe garantizar servicios públicos estratégicos como la energía eléctrica; y añade que el gobierno debe fomentar la eficiencia energética y el uso de tecnologías limpias y renovables (Ver Artículos 314 y 413). Sin embargo, en la práctica, estos principios han sido ignorados.
El parque termoeléctrico está obsoleto, y las soluciones de emergencia, como la compra de barcazas generadoras, reflejan la falta de una estrategia de largo plazo. Proyectos como Villonaco III o El Aromo, adjudicados en 2020, aún no se han iniciado, mientras que la demanda eléctrica creció un 11% entre 2022 y 2023, agravando la vulnerabilidad del país. Pero ¿qué se puede esperar en una sociedad que sigue eligiendo gobernantes sin exigirles planes realistas?
El presidente de Ecuador, Daniel Noboa, en sus declaraciones y propuestas de campaña durante el debate presidencial de 2023, afirmó que resolvería el problema eléctrico del país en nueve meses, en respuesta a la pregunta de Jan Topić sobre el estiaje previsto para 2024. Noboa señaló que el problema no radicaba en ‘la generación’, sino en la distribución, e indicó que TRANSELECTRIC era la empresa más ineficiente, señalando que ahí es ‘donde está el chanchullo, lo que provoca que se activen las termoeléctricas’. ¿Y qué ha pasado? Nada.
Por más que el presidente Noboa intente resolver la situación con medidas simbólicas, como despedir a la Ministra de Energía o iniciar investigaciones por presunto “sabotaje”, el resultado sigue siendo el mismo: un país en crisis y sin respuestas claras.
Resolver una crisis de esta magnitud no es sencillo. Los expertos apuntan que para resolver la crisis eléctrica en Ecuador de forma integral, es necesario modernizar la infraestructura de distribución con una auditoría completa para identificar y corregir deficiencias y prácticas corruptas, seguido de la implementación de redes eléctricas inteligentes que permitan un control más eficiente del flujo de electricidad; se debe diversificar las fuentes de energía mediante la aceleración de proyectos de energía renovable e impulsar tecnologías emergentes como la energía solar y eólica.
La rehabilitación de las centrales hidroeléctricas existentes y una gestión sostenible de los recursos hídricos son igualmente cruciales. Complementariamente, se debe elaborar un plan energético nacional a largo plazo que integre estas estrategias, garantizando transparencia y rendición de cuentas en la gobernanza energética, y fomentar la participación ciudadana en la toma de decisiones.
Este enfoque multifacético permitirá no sólo resolver la crisis actual, sino también construir un sistema energético robusto y sostenible para el futuro. Las soluciones improvisadas sólo agravan el problema; aquí, la falta de criterio de la ciudadanía, su propio «apagón intelectual», también es responsable. Cuando se eligen líderes por razones frívolas en lugar de por su capacidad de gestión, el desastre es inevitable.
Ecuador, como sociedad, ha permitido que esta situación se perpetúe. No sólo fallan los líderes, también los ciudadanos, que permanecen en una apatía crítica. Esta apatía no resuelve el futuro político del país, más bien es cómplice de líderes improvisados. Sin una planificación eficiente para el rumbo de la nación seremos siempre un país mediocre. ¿Es esto lo que queremos para el futuro?
Hoy nos encontramos a oscuras, tanto literal como intelectualmente. Mientras las luces se apagan, también lo hace la capacidad de pensar críticamente. Para superar este ciclo de crisis, no basta con medidas superficiales; se necesita una visión coherente y sostenible a largo plazo. La verdadera crisis no es sólo de energía, sino también de ideas.