Bogotá, Estados Unidos
El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, y el de Colombia, Gustavo Petro, tienen algo en común: su insensibilidad frente al ciudadano, que, obviamente, no cabe en un ego tan monumental y en su incapacidad de gestionar las crisis. Sánchez fue a los cinco días del desastre, y salió corriendo ante la primera protesta. En el gobierno de Petro se roban más de un billón de pesos de la entidad que maneja y ayuda en este tipo de eventos, la Unidad Nacional para la Gestión de Riesgos de Desastres (UNGRD), y su discurso correcto de cambio climático no tiene impacto alguno en su gestión; es decir, seguimos como íbamos a estamos aún peor dada la corrupción.
La DANA es apenas el último episodio de un mundo que tiene que acostumbrarse, y prepararse, para los eventos extremos que son la expresión del cambio climático. En Tampa, a donde mucha gente se fue a vivir por los bajos impuestos, el clima y la calidad de vida, muchos de sus residentes, nuevos y viejos, han tenido que vender a pérdida sus casas, pues ya no tienen cómo pagar las reparaciones después de los dos huracanes que los golpearon este año y mucho menos los seguros para este tipo de desastres naturales. Y eso es en Estados Unidos, la potencia mundial.
Dana demostró que necesitamos preparar nuestra infraestructura para lo que antes no preveíamos, que llueva en dos días lo de un mes o que tengamos una sequía que, si no nos preparamos para ello, deja a ciudades como Bogotá o Ciudad de México sin agua, creando una catástrofe económica y social. Los alcaldes deben ya comenzar a prever esto, a cambiar normativas, hacer análisis de riesgos que nunca pensamos se fueran a dar y diseñar políticas de corto y largo plazo.
Lo que pasó en España es un ejemplo de lo que no se debe hacer. Ya en el 2019 habían tenido otra DANA de menor impacto y nunca pensaron tener una como la del pasado fin de mes. No prepararon las ciudades y mucho menos a los ciudadanos para un evento de esta naturaleza, que una amiga de Colombia que vive allí me resumió como “un pequeño Armero”, la avalancha creada por la erupción de un volcán que dejó 25 mil muertos en noviembre de 1985.
La reacción contra Sánchez y contra el rey Felipe, jefe de Estado español pero sin ninguna responsabilidad en la ineficacia cómplice del gobierno nacional y regional, cuando visitaron Valencia era de prever. El rey y su esposa así lo entendieron, y se quedaron, a pesar de la hostilidad y del barro que les lanzaron. Entendieron el momento, la reina derramó lágrimas con la víctimas, tuvieron empatía e hicieron lo que tocaba, a pesar del riesgo. Es más, mostraron un liderazgo y un carácter impecable, algo que el jefe de gobierno, Pedro Sánchez, que salió corriendo con actitud cobarde, no mostró.
Al ver lo que Televisión Española publicó frente a este incidente pensé en RTVC (la televisión estatal de Colombia), pues culparon a la extrema derecha, e incluso al rey, por haberlos llevado allí. Otra de las ‘cualidades’ que tienen Petro y Sánchez en común es culpar a otro y distraer con el incendio para evitar cualquier responsabilidad, así sea tan evidente como sucede en este caso en España.
Independientemente de lo que este hecho mostró sobre lo que verdaderamente es Sánchez, un pusilánime sobreviviente político que vende a la mamá para quedarse en el poder, y la desconexión de un Congreso que aprobó 50 millones de euros de auxilio, cuando la fundación de Zara puso 100 millones sobre la mesa, lo que sí debemos entender todos los países y las ciudades del mundo es que nos debemos preparar para lo que viene. La DANA no es el problema, es el síntoma de una enfermedad que se va a agravar.
Con el fenómeno del Niño del 2010-2011 en Colombia, el entonces presidente Juan Manuel Santos creó una política de cambio climático y el Plan de Adaptación al Cambio Climático que, como experiencia, vale como ejemplo de lo que se debe hacer y de lo que no. En el texto creo una institucionalidad y una normativa de muy buen calado que, si se hubiera ejecutado bien desde entonces hasta ahora, mostraría resultados claros.
No sucedió así porque desde la Presidencia se politizó toda esa institucionalidad, que se convirtió en un botín, en especial el Fondo de Adaptación, para comprar votos en el Congreso, para satisfacer el apetito burocrático de los políticos y para la corrupción, desafortunadamente, desde entonces hasta ahora. Lo de la UNGRD y el billón de pesos perdidos es solo lo último, pero hay muchos casos de corrupción, como el de La Mojana en Sucre, donde se entregó un billón de pesos para mejorar la infraestructura frente a las inundaciones y hoy eso sigue igual. Ni hablar de los recursos para hospitales, vivienda y los cerca de 1.7 billones con sobrefacturación y los 370 mil millones que quedaron, como dice el vallenato, “en el aire”.
¿Qué hacer hoy? Primero, pasar del discurso a la práctica, lo que obligaría al presidente Petro y a su gobierno a desideologizar la discusión. Como esto último va a ser imposible, es a los alcaldes y a los gobernadores a los que les va a tocar hacer planes muy concretos, y esperar al siguiente gobierno para financiarlos.
La DANA de Valencia nos deja muchas lecciones, y nos debe prender las alarmas. La verdad, como país y como región -no nos digamos mentiras- aún estamos en pañales.