Guayaquil, Ecuador
Los primeros mil días de la invasión de Rusia a Ucrania fueron marcados con el lanzamiento de un sofisticado misil Oreshnik dirigido a la ciudad de Dnipro. El misil era capaz de portar bombas nucleares. La decisión del Kremlin fue en respuesta a la autorización de Biden al Gobierno de Kyiv para utilizar cohetes de largo alcance. Francia e Inglaterra le dieron autorizaciones similares con respecto a armamentos suyos que le habían proveído a Ucrania. Un paso más hacia el Armagedón nuclear.
Han sido mil días que han provocado un daño gigantesco a la población civil ucraniana como resultado de violaciones sexuales, secuestros, rapto de niños, crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad, todo lo cual ha sido rigurosamente reportado por la ONU. Alrededor de doce mil civiles han fallecido y casi veintisiete mil han sido heridos. Más de seis millones de ucranianos han tenido que abandonar su país y varios millones más han tenido que desplazarse en su interior.
Los bombardeos rusos han estado dirigidos a objetivos civiles, incluyendo centros comerciales e infraestructura eléctrica. Los daños materiales a Ucrania llegan a quinientos mil millones de dólares. La invasión ha tenido, además, graves efectos en el comercio agrícola, el transporte y hasta en el conflicto del Medio Oriente. No se diga la brutal ruptura del orden liberal internacional construido sobre los escombros de la Segunda Guerra Mundial. Rusia, un miembro nada menos del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y poseedor de un gigantesco arsenal nuclear, ha ignorado resoluciones de la Corte Internacional, de la Asamblea General de la ONU y de múltiples organismos internacionales, de respetar la integridad territorial de Ucrania.
El aventurismo de Putin, al puro estilo colonial del siglo XIX, ha causado la muerte de unos doscientos mil soldados rusos y cuatrocientos mil heridos. La gran mayoría, jóvenes reclutados a la fuerza. Como lo anotaba con agudeza Zbigniew Brezinski, no se puede insistir lo suficiente que sin Ucrania, Rusia deja de ser un imperio. Solo con una Ucrania subyugada Rusia se ve a sí misma como un imperio.
Las ambiciones rusas de dominar a Ucrania no son nuevas. Ellas datan de mucho antes de la creación de la OTAN, que es el pretexto favorito de Putin para justificar su barbarie. Hace pocos días se rememoró un aniversario más el Holodomor, la decisión de Stalin de provocar una hambruna generalizada en Ucrania para asegurar la sumisión completa sin importarle la muerte de varios millones de personas. Un episodio de los tantos.
¿Va la nueva administración de Trump a dejar a Ucrania en manos de Putin, como ha dado a entender? ¿Está dispuesto el Partido Republicano a cargar con la ignominia histórica de haberle concedido a Rusia semejante victoria? ¿Podrán en el futuro los aliados de los Estados Unidos confiar en él? Al menos algunos senadores republicanos ya han comenzado a tomar distancia de la idea de abandonar a Ucrania y terminar la agresión rusa bajo las condiciones que Putin imponga. Uno de los efectos de esta crisis probablemente sea que Europa comience a enfrentar su futuro fuera de la sombra de Washington. Algo que por más de cuatro décadas los Estados Unidos han tratado de evitar.
Hasta mientras seguirá el baño de sangre y dolor en Ucrania.