
Guayaquil, Ecuador
El general Hafez Al-Assad (1930-2000), que fue comandante de la Fuerza Aérea de Siria, asumió el poder en 1971, mediante un golpe de estado; sometió a su pueblo a sangre y fuego, gobernó su país durante 29 años, responsable de represiones brutales como la “masacre de Hama” de 1982, que ha sido descrita como «el acto más brutal hecho por ningún gobierno árabe contra su propio pueblo en el Oriente Medio moderno»; amén de ejecuciones extrajudiciales que ordenó contra los opositores de su régimen.
Nadie podía estar seguro, bastaba una simple denuncia para ser encarcelado y torturado; para esto, funcionaba una eficaz red de informantes de la policía y sus agentes. Renovó su poder a través de reelecciones “libres” en 1971, 1978, 1985, 1991, todas con una abrumadora mayoría del 99,98%, era el candidato del partido único.
Al morir Hafez Al-Assad, el 10 de junio de 2000, le sucedió como si fuese una dinastía, su hijo Bashar (1965); en realidad el sucesor natural era su hijo Basil, designado como tal en 1994. Basil murió en un accidente, este hecho permitió que Bashar sea entronizado en el poder, de inmediato fue “ascendido” a general del Estado Mayor y Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas; nombrado candidato único, como su padre, por el Partido Baath Árabe Socialista.
Hubo que hacer una reforma constitucional urgente, disminuir a 35 años la edad para ejercer la presidencia. Bashar fue elegido presidente mediante un referéndum amañado, el 10 de julio de 2000. Su mandato planteó un esperanzador cambio democrático, pero sólo fue un espejismo; en realidad, el gobierno de Bashar fue el segundo tomo de la brutal dictadura de su padre. Miles de opositores han sido arrestados, torturados y asesinados desde el inicio de su mandato; su hermano Maher era el responsable de la represión, ya que ejercía el mando de las fuerzas especiales sirias; además, el control de las temidas milicias denominadas Shabbiha. Se decía que la “Shabbiha no son más que bandas de criminales compuesta por matones y delincuentes afines al régimen dictatorial sirio”.
La primavera árabe que libró de sus sátrapas a Túnez, Egipto y Libia, tuvo repercusiones en el pueblo sirio; tras el estallido del proceso revolucionario de marzo de 2011, la represión al pueblo sirio fue más despiadada.El Consejo de los Derechos Humanos de la ONU adoptó una resolución que “condena las violaciones cada vez más graves de los derechos humanos en Siria y pidió al régimen de Bashar Al Assad autorizar un ‘acceso sin obstáculos’ para las agencias humanitarias”. Como era de esperarse, tres países se pronunciaron en contra (Rusia, China y Cuba) y tampoco era de extrañarse, Ecuador se abstuvo. Eso fue simplemente“un saludo a la bandera”.
Tan brutal era el régimen de Bashar, que a más de la mayoría de países de Occidente, casi todos los países árabes condenaron la brutal represión del gobierno sirio; el parlamento de Kuwait, aprobó una resolución no vinculante para el gobierno llamando a armar a la oposición siria y a romper relaciones diplomáticas, al igual que el primer ministro de Qatar quien dijo estar a favor de la entrega de armas a la oposición.
A partir de 2011, una protesta ciudadana fue el detonante de una guerra civil que dura hasta nuestros días, con miles de muertos, desplazados y millones de sirios que abandonaron su país, podemos decir que Siria se convirtió en una “caldera del diablo” con la intervención de potencias extranjeras, grupos terroristas y facciones religiosas islámicas; Bashar Al Assad, por mantenerse en el poder recibió ayuda especialmente de Rusia e Irán, no escatimó en reprimir brutalmente al pueblo, incluso usó armas químicas.
Como se dice, “no hay mal que dure 100 años”, el dictador acaba de ser derrocado. A propósito, hay que recordar lo que dijo la birmana Aung San Suu Kyi, premio Nobel de la Paz 1991, sobre aquellos gobernantes totalitarios que una vez en el poder, pretenden perennizarse: “Lo que verdaderamente los vuelve perversos y corruptos no es el poder absoluto, sino el temor a perderlo”.
La única forma que los dictadores dejen el poder es a través de rebeliones populares con apoyo militar, pero que no sea “la misma jeringa, con distinto bitoque”. Que pongan las barbas en remojo los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
