
Guayaquil, Ecuador
Durante los días finales de noviembre una noticia fue el foco de atención del mundo: la victoria de Yamandú Orsi en las presidenciales uruguayas. Este acontecimiento marcó el regreso del Frente Amplio a la presidencia del Uruguay, y consigo un cambio de rumbo radical a las actuales políticas que ha tomado el presidente de dicho país, el centroderechista Luis Lacalle Pou.
Pero la victoria de Orsi no solo significa el retorno del Frente Amplio, sino también el de uno de los movimientos más izquierdistas que tiene el país oriental como lo es el Movimiento de Participación Popular, el partido del ex mandatario José Mujica quien tuvo una activa participación en la contienda electoral, puesto que Orsi ha sido uno de sus ahijados políticos más notables cuando lo representó en la intendencia de Canelones.
Posterior a la victoria, la prensa tanto tradicional como digital apuntaron a ir a la residencia del ex mandatario Mujica, esperando declaraciones acerca del logro alcanzado en las urnas. Dentro de estas entrevistas pudimos escuchar varias veces la pregunta: ¿Cuál es su posición sobre Edmundo González? A lo cual el responde de forma sorpresiva “los problemas de Venezuela deben resolverlos los venezolanos, fue una victoria con irregularidades”. Hasta ahí todo bien, estaríamos ante un discurso muy político, propio de alguien que no quiere sacrificar el recién logrado capital político con el que cuenta su ahijado, ahora ya presidente electo.
Lo interesante viene después, cuando dijo textualmente “no estoy de acuerdo con la injerencia extranjera, los problemas de los venezolanos deben resolverlos ellos”. Es ahí donde la complicidad sale a flote, ya que cuando existe una dictadura que amaña elecciones sin tapujos no podemos, en consecuencia, pedir que la comunidad internacional se quede de brazos cruzados, con una sonrisa y esperando que todo se solucione fumando la pipa de la paz.
La no injerencia extranjera es un discurso que ha manejado la izquierda desde tiempos no recientes. Lo usaron cuando se quejaron de la incursión liberadora de Estados Unidos a Panamá, cuando de forma valiente lograron derrocar al dictador Manuel Antonio Noriega, el cual lograron comprobar que tenía vínculos con el narcotráfico y que usaba las facilidades del poder para hacer “más rentable el negocio”; así mismo, la no injerencia sale a flote cuando con cinismo descarado culpan a los Estados Unidos de la grave crisis económica y social que vive la isla de Cuba, cuando no es un secreto que se encuentra en ese estado debido a las políticas de tintes comunistas con las que la han gobernado desde hace casi 70 años.
Ahora hablan de no injerencia y no intervención, ante las sanciones económicas que el gobierno norteamericano ha planteado contra Venezuela, pero se les olvida que ellos han provocado el éxodo masivo de venezolanos, la crisis alimentaria sin precedentes y más desgracias que sólo el socialismo logra convertir en realidad y que solo sus amigos les aplaudían mientras los ciudadanos sufrían.
En fin, el cuento del amigo alcahuete, aquel que sabe que estás cometiendo actos impuros, pero también te defiende si alguien te ataca por ello, esa es la postura cómplice de aquellos que buscan la perpetuidad del régimen chavista en Venezuela. Ese es el discurso de aquellos que no quieren injerencia, simplemente porque sin ella ya no hay pastel que repartir. En fin, lo único que podemos concluir es que, en el nombre de la democracia, se defiende al pueblo, y en el nombre de la no injerencia se defiende a su caudillo.
