Guayaquil, Ecuador
Hasta que cayó la brutal dinastía de la familia Asad que había gobernado Siria desde 1970, es decir, por más de medio siglo. La lucha por sacar del poder al ahora depuesto Bashar al-Asad duró trece años, aunque los eventos que llevaron a su final se desarrollaron en cosa de diez días. Las tiranías cuando caen, caen rápido.
Durante más de una década grupos rebeldes armados con el apoyo de civiles mantuvieron una lucha incansable contra Al-Asad. Durante ese periodo cientos de miles de sirios fueron bombardeados por el régimen con el apoyo de la fuerza aérea rusa. Al-Asad llegó al extremo de utilizar armas químicas contra su propia gente para evitar su caída. En el Consejo de Seguridad de la ONU todos los intentos para imponerle sanciones a Siria eran bloqueados cínicamente por la delegación de Rusia. Los horrores de esta dictadura sanguinaria irán saliendo a la luz en los próximos días.
Pero si bien hay mucho que celebrar por la caída de Al-Asad, las interrogantes que se abren ahora son enormes. Lo sucedido en Siria, y en particular lo que suceda en el futuro inmediato, tendrá repercusiones profundas en el Medio Oriente y en la geopolítica mundial. Hay que recordar que Siria –al igual que Líbano– terminó siendo un simple tablero de ajedrez al servicio de fuerzas extrañas.
Por ahora los notables perdedores son Rusia e Irán. Sus Gobiernos habían apostado a mantener al régimen de Al-Asad amarrado a sus intereses. Irán, en particular, utilizaba a Siria para estacionar a varios grupos terroristas para que desde allí ataquen a Israel. No es una coincidencia, que la embajada iraní en Damasco ha sido saqueada por los rebeldes sirios al llegar a Damasco.
Para Putin la caída de Al-Asad se suma a sus humillaciones internacionales. Ya no solo que bajo su gobierno la OTAN ha crecido y Ucrania no ha sido arrasada como se lo propuso, y ahora Georgia se ha volcado hacia la Unión Europea. Tampoco ha sido capaz de sostener a la dictadura siria, probablemente porque hacerlo hubiese significado distraer peligrosamente a sus fuerzas armadas. El que un día se jactó de que jamás abandonaría a sus aliados, como lo hizo los Estados Unidos en Vietnam del Sur o en Afganistán, hoy se ha limitado a darle asilo a su criminal ahijado.
Turquía aparece como ganador. El apoyo del presidente Erdogan a los rebeldes y su apertura de asilar a millones de civiles que buscaban refugio en las zonas fronterizas, a la vez que jugaba la carta de una solución internacional a la guerra civil, terminó en su favor. Este episodio convierte sin duda a Turquía en un actor de prestigio en la región, y (lamentablemente) alienta los sueños de Erogan de revivir las glorias del desaparecido imperio otomano. Y el otro ganador indiscutible es Israel. La caída de Al-Asad y la expulsión de las fuerzas iraníes de Siria, contribuyen sustancialmente a su seguridad interna.
Sin embargo, todo esto puede cambiar. Como se ha dicho, en el Medio Oriente las buenas noticias pronto se tornan en malas noticias. Mucho dependerá de los propios sirios, de ganar el control sobre las fuerzas armadas y de formar un gobierno de unidad. Algo nada fácil dada su fragmentación. En el camino a Damasco, Pablo terminó convirtiéndose. Hoy los sirios necesitan de una fuerza similar. Medio siglo de muerte es demasiado. (O)