Juan Montalvo regresa en ‘Anhelo que esto no sea París’, de Alejandro Querejeta

Alejandro Querejeta, escritor cubano ecuatoriano. Foto de la Municipalidad de Ambato.

Quito.- Tanto el autor de este libro, como su personaje, vivieron el exilio, la persecución política y la efervescencia del poder de la palabra. ‘Anhelo que esto no sea París’ (Seix Barral, 2016) es la más reciente novela de Alejandro Querejeta y en ella habla sobre una de sus obsesiones: Juan Montalvo.

De hecho, es probable que la obsesión de Alejandro Querejeta (Holguín, 1947), en el fondo, sea la libertad. Por eso ha escrito tres libros sobre Juan Montalvo, el último de los cuales es esta novela que presentará el miércoles 30 de noviembre, a las 18h30, en El Teatro del CCI. Lo hará junto a Juan Pablo Castro Rodas y Simón Espinosa. 

Sus vínculos con Montalvo son realmente inmensos y comenzaron cuando muy joven lo leyó en su Cuba natal. Montalvo es un personaje que lo ha acompañado toda la vida, en la ilusión por la revolución, en la desilusión, en la persecución política y el ostracismo, y en el exilio. En Montalvo, Querejeta ha encontrado algo mucho más que un personaje político e incluso filosófico, ha encontrado un camino espiritual.

Hay instantes que lo volvieron empático con Montalvo. Probablemente uno de los momentos más duros de su vida fue la pérdida de su biblioteca, que había pertenecido primero a su abuelo y luego a su padre. En el año de 1993, cuando Alejandro Querejeta decidió dejar su Cuba natal para establecerse en Ecuador, el gobierno de la isla confiscó sus pertenencias. Así perdió primeras ediciones de novelas del siglo XIX y del XX. Cuando habla de esto, el rostro de Querejeta demuestra un profundo dolor. “Los libros son parte de uno”, explica al respecto.

Por seguir una tradición familiar, comenzó a estudiar una Ingeniería en Física. Desertó pronto, se dio cuenta de que la física no era lo suyo. En esa época, ya ejercía el periodismo. Es de los que cree que el título universitario no hace al periodista sino su compromiso con la realidad y su formación en los libros. Por eso estudió letras.

Uno de los momentos cruciales de su vida llegó cuando, alrededor de sus 22 años, ganó un concurso de poesía organizado por una revista, lo cual lo llevó a visitar La Habana y conocer personalmente a José Lezama Lima. “Él fue un hito en mi vida”, comenta sobre esta experiencia. Su acercamiento a la poesía, sin embargo, es de mucho antes. Recuerda que su abuela materna reunía a sus nietos para recitarles poemas cubanos clásicos de memoria y eso a Alejandro Querejeta le fascinaba.

Los primeros años de la Revolución se llevó adelante una política editorial muy positiva. En 1977 comenzó a escribir sus primeros poemas. Además cuenta que el ambiente que había en Cuba en esa época era propicio para la poesía: la revolución se declara socialista, comienzan los éxodos masivos, los desmembramientos de las familias, las luchas internas, los presos políticos. “Todo ese ambiente me impulsó a escribir”, comenta, “me llegó la poesía”.

Querejeta creyó en la Revolución. Fue alfabetizador y una de las pocas cosas que trajo de su país es la medalla que le entregaron al término de su labor alfabetizadora. También fue reservista. Tuvo una juventud llena de responsabilidades, de conciencia política, de contacto con los campesinos de su país. “Cuando ocurrió lo de Bahía de los Cochinos nos dieron fusiles en el preuniversitario”, recuerda, “¿qué podían hacer los fusiles contra bombas atómicas?”.

Las décadas de los setenta y ochenta, para él, fueron de represión a los intelectuales. En 1980 fue despedido del periódico en donde trabajaba por problemas ideológicos. Empezó su cuestionamiento a la Revolución Cubana. El momento decisivo le llegó en 1989, cuando viajó a Mongolia y descubrió un país absolutamente atrasado en donde las tropas de ocupación soviéticas dominaban a los ciudadanos nacionales. Pronto cayó en el ostracismo, hasta el día en que un joven periodista lo buscó para hacerle una entrevista sobre una novela suya que fue finalista al Premio Casa de las Américas y lo ayudó a recomponerse. Ese joven mulato responde al nombre de Leonardo Padura. 

Cuando llegó al país de dos autores que ama, Montalvo y Carrera Andrade, obtuvo un primer trabajo: consistía en cargar cajas de flores en el aeropuerto. Más de veinte años después es Subdirector de diario La Hora, así como poeta y narrador respetado y reconocido. Hace poco se naturalizó como ecuatoriano. En su memoria guarda la imagen de varias generaciones de periodistas en cuya formación contribuyó desde las aulas universitarias.  Con ‘Anhelo que esto no sea París’ hace lo que ha venido haciendo durante toda su vida: escribir y escribir. (I)

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