Del amor y otros demonios

¿Que por qué estoy escribiendo sobre Dante y Borges mientras la patria se hunde en un torbellino de rapacidad y cinismo? Me lo he preguntado mientras repasaba los hechos de la semana para escribir esta columna y no encontrando en ellos más que venalidad, he decidido que no, no voy  a escribir sobre presidentes que rompen periódicos, ni acerca de legisladores que alquilan sus conciencias. Nada diré sobre choferes que se hacen millonarios, ni radares que no funcionan. Prefiero regresar al tema que atormentó a Dante, sobre el que escribió Borges y que también he encontrado en la “Metamorfosis” que el poeta Ovidio escribió varios años antes del nacimiento de Cristo.

Advierto que no lo escribo sino con palabras de un aficionado a la literatura, pero supongo que pocos versos deben explicar de manera más poética por qué una mujer pueda amar a un hombre y desdeñar a otro, que la que se narra en la Metamorfosis sobre la historia de Apolo y una ninfa llamada Dafne. Apolo ha tenido la poca fortuna de encontrarse con Cupido, mientras este ensayaba disparar el arco, y se ha burlado de él. Cuando se alejaba, el ofendido ha sacado una flecha con punta de oro, y apuntándola al corazón del dios, lo ha herido profundamente de tal manera que este se enamorará sin remedio de la primera mujer que vea. A continuación, disparó a Dafne una flecha con punta de hierro, para que nunca corresponda a ese amor.

Desdeñado por la ninfa, de la misma manera que siglos después Dante lo fuera por Beatriz, Apolo llegó a acosar a Dafne al punto que los demás dioses, compadecidos de la maldad de Cupido, acogieron el ruego de ella y la transformaron en un árbol al pie del cual Apolo lloró su desdicha. El árbol era de laurel, y en homenaje a su amor, el dios le infunde la gracia de que conservara sus hojas siempre verdes e instituye que desde entonces los poetas y los vencedores sean coronados siempre con sus hojas.

No le fue mejor a Polifemo, el cíclope que conocimos con Homero en la Odisea, y al que encontramos otra vez en la Metamorfosis antes de ser cegado por Ulises. Polifemo es un gigante de un solo ojo, al cual su rudeza no le impide amar dulcemente a Galatea, quien a su vez ama a Acís, un pastor cualquiera, que no tiene la fuerza ni el poder de Polifemo, pero a quien la ninfa prefiere. “Si no quisiera a nadie lo podría soportar. Pero por qué lo quiere a él y no a mi”, se lamenta el cíclope, como quizás se preguntó después Dante y también el personaje de Borges cuando musitaba en El Aleph:

—Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges.

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