Sin libertad de expresión no hay democracia

Por Héctor Yépez Martínez
Guayaquil, Ecuador

Hace poco Juan Fernando Carpio, en un interesante artículo publicado en La República, argumentaba con razón que la democracia no es, por sí sola, el mejor sistema de gobierno, puesto que el solo hecho de que la mitad más uno elija a un líder no garantiza el respeto a las libertades y derechos fundamentales de todos los ciudadanos. Para ello, debe aumentarse un ingrediente: la “república”. Solo en un sistema republicano es posible forjar una barrera entre el poder y los seres humanos. Es la conjugación de ambos elementos —una república democrática, que hoy ha derivado en un modelo de Estado constitucional— lo que permite una sociedad donde las personas no solo sean libres de elegir a su gobierno, sino que también sean libres para resistir el abuso de ese gobierno que eligieron.

Lo dicho por Juan Fernando, sin embargo, merece una aclaración. Si bien la relación entre democracia y derechos humanos no es automática, uno de esos derechos sí es imprescindible para que exista un verdadero gobierno popular, aun cuando no sea republicano: la libertad de expresión. Sin esta, ni hay república, ni hay auténtica democracia.

¿Por qué? Una democracia, a diferencia de, por ejemplo, una monarquía, es un sistema político donde el pueblo —directamente o mediante una asamblea— elige libremente a sus gobernantes. Así se concibió desde la vieja Atenas. Pero para que ese esquema funcione, es preciso que los electores sean libres de manifestar su postura y que los candidatos sean libres de exponer sus propuestas a la gente, sin coerciones indebidas, ni propagandas elefantiásicas, ni represalias violentas a las opiniones sobre la vida pública.

Por el contrario, si no hay libertad de expresión es porque alguien coarta la facultad de la gente para alzar la voz y decidir por sí misma. Ese alguien, entonces, ejerce un poder ilegítimo sobre los demás que impide un juego electoral limpio y compite con una ventaja de antemano. Por tanto, una elección en esas circunstancias no es democrática, porque no representa la auténtica voz popular, sino una manipulación distorsionada en una competencia que se inclina a favor de quien ya detenta un poder previo, obtenido mediante armas ajenas a la voluntad de la mayoría.

En fin: no es la democracia, sino la república, lo que garantiza el respeto de los derechos humanos frente al poder. Pero sin el derecho humano a la libertad de expresión ni siquiera puede haber democracia. Cualquier elección que se lleve a cabo sin ella no es una manifestación sincera de la voluntad popular, sino una trampa para legitimar la captura fraudulenta del poder.

 *El texto de Héctor Yépez ha sido publicado originalment en el blog www.realidadecuador.com

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7 Comments

  1. Héctor

    Así como van las cosas, en el cercano futuro será delito emitir cualquier tipo de opinión. Como bien dices:…«si no hay libertad de expresión es porque alguien coarta la facultad de la gente para alzar la voz y decidir por sí misma»

    Leyéndote he aprendido que no sólo es necesaria la democracia, sino también tener una república democrática; pero si no existe la libertad de expresión, ni habrá república y peor una auténtica democracia… Solo habrá totalitaritarismo, donde la voz del autócrata será la que prevalezca. Lo expresé en otro comentario, cuando no hay libertad de expresión, se busca silenciar todo lo que se considera oposición para ocultar verdades y para que subalternos corruptos o aprovechadores (que hay en cualquier gobierno) puedan seguir con sus prebendas y latrocinio. Ver: http://www.lahora.com.ec/index

    Como van las cosas repito… vamos hacia el totalitarismo donde la libertad del individuo es inexistente. Qué tristeza y muchos siguen con una gran venda en los ojos.

  2. PRESIDENTE MANTIENE ALTOS NIVELES DE ACEPTACIÓN DE SU LABOR….Un 81,5% ve positiva la gestión de Rafael Correa .Una nueva encuesta de Perfiles de Opinión revela que más del 80% de la población califica como bueno o muy bueno el trabajo del Primer Mandatario

    Una encuesta realizada por la firma Perfiles de Opinión dio a conocer que el 81,5% de los entrevistados tiene una visión positiva sobre la gestión del presidente de la República, Rafael Correa. El análisis develó que un 19,2% la califica de “muy buena” mientras que un 62,3% la puntúa como “buena”.La encuesta fue realizada en Quito y Guayaquil y participaron 623 personas. El estudio tiene un margen de error de +/- 4% con un intervalo de confianza del 95%. El sondeo se realizó entre el 30 y el 31 de mayo.Uno de los datos más relevantes es que, en la evaluación comparativa (buena +muy buena), Guayaquil le da una calificación superior a la de Quito. Según la encuesta, el 82,8% de los entrevistados en el puerto principal dio una nota positiva, mientras que el 79,7% de los capitalinos opinó igual. Estos números muestran  una evidente estabilidad en la calificación de Correa, quien  en una encuesta realizada en abril tuvo una nota superior al 80%.El sondeo también analizó y detectó las razones por las cuales los entrevistados dieron esta calificación al Presidente. 
    Un 30,3% considera que el mayor logro de este régimen es la buena atención y el mejoramiento en el sistema de salud.   Un 30,2% considera que ha mejorado la educación, mientras que un 26,2% generalizó su respuesta y contestó que “por las buenas obras que realiza”. Por otra parte, un 21,6% considera buena la gestión del Gobierno al preocuparse  por las personas pobres, discapacitadas, ancianos, madres solteras y mendigos.El mismo estudio realizado entre el 30 y el 31 de mayo valoró el desempeño del alcalde de Quito, Augusto Barrera.El estudio arrojó una calificación “buena” del 53,9%  y “muy buena” del 8,7%. Un 29,4% de los capitalinos entrevistados opinó que la gestión del burgomaestre de Alianza es “mala”, mientras que un 7,9% la evaluó como “muy mala”.

  3. Es urgente el debate sobre democracia y república, sobre gobierno y libertades individuales, sobre mayorìas y derechos de minoría, sobre democracia y división de poderes, sobre poder central y poderes locales, sobre los límites de la representatividad, entre otras cosas que están  en juego en esta coyuntura 

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