La vida de los otros

Ana María Garzón
Nueva York, Estados Unidos

Tomo prestado el título de la película de Florian Henckel von Donnersmarko para, precisamente, hablar de la vida de los otros. Nueva York, domingo 24 de junio, 28 cuadras de la Quinta Avenida cerradas y otras tantas del West Village. De todas las marchas que hay en la ciudad, el Gay Pride es la más importante: la más política, la más humana. También la más diversa. Bajo una bandera arco iris se juntan los grupos GLBT, sí, pero dentro de esos grupos hay múltiples agendas, motivos e historias.

Marchan los miembros de la sinagoga gay friendly más grande del país, los de un par de iglesias católicas, las fundaciones de padres homosexuales y otras de padres de homosexuales, el coro gay, los bailarines de Broadway, los latinos, los de las islas del Pacífico, la gente que apoya la campaña de reelección de Obama, la comunidad GLBT de Occupy Wall Street y la de los Scouts, los hogares de acogida para jóvenes que huyen de sus casas, otros que se especializan en prevención de bullying escolar.

La banda de la policía y el Comisionado de la Policía de Nueva York caminan abriendo paso para la Gay Officers Action League y el gobernador Andrew Cuomo lidera al grupo de parejas que se casaron el año pasado, gracias a la firma de la legislación que permite el matrimonio de parejas del mismo sexo en la ciudad. Marchan el alcalde Bloomberg y también Cindy Lauper. Ellos desfilan y otros miles (millones tal vez) miran desde las veredas.

Suficiente gente para pensar que la vida de los otros importa y no desde la curiosidad, sino desde el compromiso hacia el otro, sus diferencias y su derecho a elegir lo que quiere para su vida. Pero ese compromiso no se limita al respeto a las libertades sexuales, se alarga a la comunidad entera, en algo que Simon Critchley (autor de Infinitely demanding: Ethics of Commitment, Politics of Resistance, profesor en The New School) llama la demanda social.

En un tiempo de sobreexposición, la vida de los otros es cada vez más visible, la esfera privada y la pública se mezclan en las redes sociales, las noticias no dejan de dar alertas de millones de dramas, en las veredas y en el transporte público siempre hay alguien tratando de llamar la atención por tal o cual causa. La vida se vuelve pesada con tanta carga. Y la relación con el otro nunca es simétrica: éste siempre demanda más compromiso, más atención, más respeto… Y nunca es suficiente. Para Critchley hay dos maneras de sobrellevar la demanda social: el humor o la tragedia. Aceptar la imposibilidad de satisfacer las necesidades del otro desde la gracia o desde el drama, pero con cierta distancia nihilista que no exige involucrarse demasiado.

Ronald Dworking (autor de Justice for Hedgehogs, profesor en NYU y University College London)es más optimista, cree que la vida consiste en vivir bien. Habla de la vida como un performance en el cual se debiera unificar la ética y la moral. Esto demanda un grado alto de autenticidad, en el cual cada individuo es responsable por sus acciones: tener la valentía de hacerse bien, no hacer del otro un pretexto para coartar su felicidad y, básicamente, no estorbar al resto para que, a su vez, pueda hacer lo mismo.

No son equilibrios complejos. Aterrizan fácilmente en la realidad y conducen a un espacio en el cual, contra la frase sartreana, el infierno no son los otros, sino nosotros mismos tratando de hacer que los otros se ajusten a nuestros estándares. Se habla de tolerancia y respeto a las diferencia, suena coherente en tiempos de intolerancia extrema, pero para qué si apenas alguien sale del canon de lo que parece apropiado para uno u otro grupo, se convierte en blanco de ataques. Las categorías no alcanzan y odiar al resto está de moda. Ese todos contra todos convierte hasta a los grises en otro tipo de negros o blancos.

En un gran blur de los millones de rostros que ví ese domingo 24 de junio, sólo puedo pensar en ese compromiso que implica vivir desde la diferencia y lograr que la vida de los otros importe tanto como la vida propia. Pero no en la medida en que hay derecho a hurgar y juzgar con morbo, pues es tan fácil hacerlo que jugar a desacreditar a las personas, por cualquier motivo y desde cualquier frente, parece el nuevo deporte nacional ecuatoriano. La vida de los otros importa por una razón bien simple: cada quien tiene derecho a ser pensar y ser feliz como quiere, sin que su nombre, su orientación sexual o sus ideas se arrastren en ningún espacio.

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3 Comments

  1. Ana María, qué texto tan bien estructurado, me encanta todo: la narración del desfile y la gama de grupos sociales involucrados y la forma en que lo aterrizas hacia lo personal, lo global. Gracias por escribirlo. 

  2. Ana María: me desagrada profundamente tu artículo, con todo respeto. Eres mujer inteleligente. No sé qué estudiaste en la Universidad. Sólo te pediría que reflexiones un poco en algo que te puede ayudar a oír otras campanas, tú que te demuestras tan respetuosa del otro. Serás feliz sólo cuándo vivas conforme a la VERDAD del ser humano. A lo mejor podrías pensar en estas palabras de un autor que murió el siglo XXI: el comunismo no cayó por razones económicas o políticas, sino porque estaba fundado en una MENTIRA sobre el ser humano. Un abrazo, Ana María.

    • No entiendo a que VERDAD o que MENTIRA te refieres o el motivo de tu desagrado acerca de este articulo.  La mentira mas grande y mas dañina es la que se hace uno mismo tratando de ocultar una realidad, tratando de complacer a gente de mente cerrada que cree que el valor de una persona esta en sus preferencias sexuales.  

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