La política de la esperanza

Por Martín Santiváñez Vivanco
Lima, Perú

Hace unos días asistí al curso «Un proyecto de libertad para ambos hemisferios» organizado en el marco del Campus FAES en Navacerrada (España). Las numerosas conferencias protagonizadas por académicos, políticos e intelectuales vinculados al espectro liberal de Iberoamérica, Estados Unidos y Europa, tuvieron como eje conductor la rampante crisis global que padecemos, una crisis con ramificaciones institucionales, económicas y sociológicas.

Una crisis, según varios de los ponentes, de índole moral, caracterizada por un déficit de valores que debilita la calidad de las democracias.

Sí, la crisis es el tema de nuestro tiempo, pero no faltan propuestas de solución. En Navacerrada se apostó por la necesidad de regenerar el sistema político mediante la aplicación de un realismo fundado en un marco valorativo capaz de influir en el diseño institucional.

Así, Joseph Weiler habló de la importancia del Derecho como vivificador de instituciones, Manuel Pizarro del realismo en la economía, Ana Palacios y Josep Piqué de la relevancia del nuevo orden internacional y Emilio Lamo de Espinoza disertó sobre la importancia de relanzar la «marca España».

Sin embargo, a pesar de los múltiples enfoques técnicos, me quedo con la defensa de una «política de la esperanza» que hizo María Corina Machado, la lideresa de la oposición venezolana, una inteligente diputada acostumbrada a plantarle cara a Hugo Chávez con coraje y convicción.

En Navacerrada, María Corina defendió la necesidad de reconocer el momento histórico que atraviesa Latinoamérica, una coyuntura que por fuerza obliga a las nuevas generaciones a responsabilizarse políticamente del cambio en democracia que precisa la región.

La unidad de la oposición venezolana —un primer paso en la larga lucha contra el chavismo— es una realidad que sólo se comprende, como afirma la diputada de la Asamblea Nacional de Venezuela, en virtud a «un objetivo superior, basado en valores y propuestas concretas».

Este objetivo no se agota en el fin del chavismo. Se trata, en realidad, de construir una democracia de calidad. Por eso, cuando María Corina dice que «la transición ya ha comenzado» y que los valores que la inspiran son «el esfuerzo, el trabajo, la economía libre y la importancia del ser humano» a uno no le queda más remedio que reconocer la importancia de esta política basada en la esperanza regeneradora, profundamente arraigada en los resquicios de nuestra historia.

¿De qué otra cosa sino de eso escribieron grandes pensadores latinos como Vasconcelos, Rangel y Belaunde? La política de la esperanza defiende la existencia de mayorías silenciosas y apela a ellas. Y tarde o temprano terminará por abrirse camino, influyendo en la agenda pública. En Venezuela, ya está sucediendo.

Sí, María Corina Machado tiene razón al defender, en la mejor tradición latinoamericana, un liderazgo basado en la esperanza, una esperanza que se renueva de generación en generación. Un liderazgo capaz de conjurar los miedos y complejos edificados por el autoritarismo. Un liderazgo de valores y principios destinado a influir en el largo proceso del fortalecimiento institucional.

Esa esperanza, que no es otra que el anhelo de libertad en democracia, no sólo le pertenece a Venezuela. Es la utopía indicativa del continente, el afán de San Martín, el viejo sueño de Bolívar, la infatigable aspiración de Martí. A todos nos incumbe. Y por esa esperanza latina, vale la pena luchar.

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