La Letra Escarlata

Por Miguel Molina Díaz
Quito, Ecuador

En esta semana no hablaré de política. Me rehúso con todas mis fuerzas a referirme a la prohibición por la cual los ministros NO entregarán información a los asambleístas. Menos tengo ánimo de hablar de las vallas publicitarias contra el candidato de la derecha o de la falsa cuenta de twitter del nefasto ex presidente Mahuad.

Tuve –debo confesarlo- la intensión de criticar la débil sentencia de la Corte Constitucional sobre los artículos del Código de la Democracia que afectan la libertad de expresión. Pero tampoco pude. Como no pude escribir sobre el debate presidencial de los Estados Unidos. Lo cierto es que la podredumbre de la política ecuatoriana me ha causado tal desasosiego que ya no quiero saber nada de lo que nos ocurre en el planeta, ni siquiera –y esto es política internacional- si es que Obama pierde contra el candidato del retroceso histórico y político.

Quiero que la Revolución Ciudadana deje de aparecérseme hasta en la sopa. Hacerme a la idea de que no existe. Pensar que el mundo todavía es un lugar en donde se puede ejercer los derechos sin que desde el poder se nos impongan los caprichos de un caudillo. Un mundo donde las cartas de los mandatarios no estén sobre la constitución y las leyes. Quisiera, nada más, sumergirme en el mundo de la ficción y de los grandes maestros que –muy probablemente- los autoritarios nunca han leído.

Para lograr desaparecer de este universo de pantomimas e ídolos de barro, me sumergí en las páginas de uno de los genios fundacionales de la novela norteamericana, Nathaniel Hawthorne. La Letra Escarlata, su obra maestra, no sólo logró apartarme de esa realidad que me agobia, sino que me dejó devastado, al borde del abismo y de la más indomable desesperación.

Ambientada en la puritana ciudad de Boston, de la segunda mitad del siglo XVII, es un historia que aborda, con maestría suprema, la vida de una mujer condenada a usar por siempre sobre su vestido una letra “A”, color escarlata, simbolizando su supuesto adulterio. Adscrito al romanticismo oscuro –movimiento cuyo padre biológico se llamaba Edgar Allan Poe- el novelista Hawthorne nos invita a reflexionar sobre el valor, la cobardía, la culpa, el pecado, la redención y, ante todo, la transgresión.

Publicada en 1850, La Letra Escarlata se sostiene sobre un triangulo amoroso en donde todos sus miembros son victimas y victimarios. La condición de la mujer, subordinada a la costumbre patriarcal y a los prejuicios religiosas, es un tema central. Y es justamente Hester Prynne, la mujer pecadora y adultera, quién me ha robado el sueño las noches desde que la encontré en esas páginas fenomenales. ¿Es posible convertir el pecado y la traición en la más noble muestra de amor y lealtad? ¿Se puede conservar la razón y la misericordia cuando ya todo está perdido? Hester Prynne nos ofrece un contundente SÍ.

Pienso en esta mujer maravillosa precisamente ahora. Ella, que desde la ficción de Hawthorne supo enfrentarse a la más retardataria sociedad puritana de todos los tiempos, es una luz que brilla sobre todos los oscurantismos. Cuando el sectarismo estrangula la reflexión y la sensatez en la sociedad; cuando el miedo y el pecado son pretextos para el poder; cuando los propósitos mesiánicos imponen los valores y las verdades: siempre habrá quién resistirá y su valor aplacará el miedo de todos los nos quedemos sin fuerzas. Esto es lo que nos enseña la ficción. Este es el legado de resistencia que nos deja Hester Prynne desde la novela Hawthorne. ¿Qué es lo que vamos a hacer ahora?

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