Arte y mercado

Por Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Pocas ciudades tienen museos de clase mundial rubricados por los mismos pintores que los fundan, porque a muchos no los llega a reconocer la crítica, a pesar de su arte, o lo hace cuando ya han pasado a mejor vida, sin haber alcanzado los beneficios necesarios para la conservación de sus creaciones. Quito es una de esas ciudades, con la Capilla del Hombre, que alberga varias de las colecciones de Guayasamín, y ahora con su casa museo, de reciente inauguración. No son espacios del arte operados, financiados o preservados por el Estado. Son mérito privado, personal, alcanzado gracias a las bondades más extremas del libre mercado, donde el arte no es regulado y alcanza precios tan exorbitantes como el capricho de coleccionistas que le deben la capacidad de compra, a su vez, al mercado libre.

La casa de Guayasamín, reabierta como museo -aunque ya lo era en vida de su propietario-, es un testimonio. Tanto de su propio arte frente a un lienzo, como de su arte frente a la vida: a la buena vida. ¡Qué estilo!, acentuado, claroscuro, sin medias tintas, complejo, potente y expansivo como sus cuadros. Este maestro de la pintura no escatimó los recursos alcanzados con su merecido éxito a la hora de edificar su espacio vital, una bella y extensa creación arquitectónica que fusiona de modo admirable los pórticos y patios españoles, los volúmenes y tragaluces de las iglesias coloniales, con retablos incluidos, los recodos intimistas de factura aborigen, y de dotarlo de miles de piezas de arte, con muestras precolombinas, coloniales y cosmopolitas, que incluyen obras de la primera línea del arte moderno, tanto europeo como iberoamericano. Por esa casa desfilaron presidentes, políticos, escritores, diplomáticos, premios Nobel, músicos, empresarios y mecenas, cada cual representando la crema y nata de su respectiva leche.

Asistí a la inauguración de la Casa Museo y las palabras del propio Guayasamín, revividas en un video, provocaron estas líneas. Su obra, se lamentaba, estaba en colecciones privadas y poco o nada en el país, así que se propuso recuperar algunas y preservarlas, con sus más recientes producciones. Tan cierto como que el propósito se asentaba en consideraciones inmateriales, los medios para lograrlo los había aportado el éxito comercial de la obra. Colecciones privadas, mieles del mercado gracias a las cuales el autor de obra tan vasta como valorada le imprimió a su vida el estilo del aristócrata del arte que fue, con capacidad para recomprar valiosísimas muestras.

Sin restarle el mérito marginal a donantes y mecenas, hoy Quito puede disfrutar de estas colecciones no solamente gracias al genio de su autor, sin el cual no existirían las obras, y a la generosidad sus hijos, los Guayasamín Monteverde, que de habérselas dividido, como suele suceder con las herencias, se habrían asegurado una vida tan boyante como la del Pintor de Iberoamérica, sacrificando su preservación en un solo lugar. Pero hay un tercer factor: Quito tiene dos museos que se levantan sobre el éxito comercial de un pintor que conquistó el mercado con tanta eficiencia como conjuraba a las musas de su arte.

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1 Comment

  1. Se equivoca Don Tobar, ignorancia atrevida, al afirmar que la familia Guayasamín no ha recibido plata del Estado… de varios gobiernos a recibido plata …. gracias más bien a la capacidad de lobby de algunos de los hijos del famoso pintor con los poderes económicos y políticos de turno, no siempre estos situados por fuera del Gobierno.

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