Contra la leche derramada

Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

La calidad de la música es tan buena como el inferior de los componentes del sistema de audio. Con el tránsito pasa algo parecido, porque los tiempos de desplazamiento están dados por los cuellos de botella, aunque los tramos intermedios sean fluidos. El nuevo aeropuerto de Quito inició operaciones la semana pasada, sin autopista que lo conecte con la ciudad; como se esperaba, la Interoceánica, degradada a calle urbana de segundo orden, acusó la sobrecarga, especialmente en tres embudos: el puente del Chiche, Tumbaco y la entrada a Quito, los elementos inferiores de ese sistema vial. Los tres últimos kilómetros de ingreso a la ciudad toman, en horas pico, tanto como los 20km previos, o tanto como salvar la quebrada del Chiche en las impredecibles horas de congestión hacia el aeropuerto.

Todo lo cual no es más que constatación de hechos, pues de nada sirve llorar sobre la leche derramada. Hay, en medio de este drama vial, aciertos que resaltar y que son refrescantes paños que impiden que la fiebre acabe en locura colectiva -al menos de momento-, como los nuevos intercambiadores, eliminación de algunos semáforos y cruces y otras obras menores pero eficaces, además del trabajo de los policías, que lidian como pueden con el caos. En Tumbaco todavía se puede hacer mucho más al respecto, ampliando y rediseñando conceptualmente las paradas de buses para que no traben el flujo y disciplinando a los involucrados, pues conductores y pasajeros siguen parando y esperando donde se les antoja. También habría que exigirle al Municipio, hasta que la denominada Ruta Viva se habilite, que mantenga una página web con información completa, actualizada y confiable acerca del progreso de la nueva vía; si transitar por la Interoceánica es una suerte de purgatorio que los ciudadanos deben soportar por sus pecados electorales, en algo aliviará por lo menos conocer con exactitud cuándo expiará la condena.

Pero no todo se arregla con cemento ni todas las piezas de la solución están en manos de las autoridades. La falta de cortesía y sentido común de conductores, que troca el purgatorio en verdadero infierno, no se cura ni con seis carriles por dirección, si todos van a estar ocupados con meapilas que van a ritmo de paseo dominguero sin la menor intención de hacerse a un lado -la Autobahn alemana, la más veloz del mundo, en su mayoría es de dos carriles por dirección-. No hay cultura de mantener la derecha salvo para rebasar, ni de ceder el paso, respetar una cola, una luz direccional o un semáforo cambiando a rojo; es un reflejo de la cultura del atajo, la sorpresa, la trampa, el abuso, la pereza -peatones incapaces de alcanzar el paso cebra o subir a un paso elevado- que se observa en tantos aspectos de la sociedad, donde la única ley que parece aplicarse es la del más vivo, ese vivo cuyo lado más oscuro aflora en el tráfico.

Para esta indisciplina no queda más remedio que aplicar con mano ejemplarizadora esa draconiana ley de tránsito -mientras no la deroguen por inconstitucional-. Una elevada multa hará más por cultivar el respeto y cambiar la cultura que meses en una escuela de conducción.

* El texto de Bernardo Tobar ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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