Codicia irresponsable

ABC Color
Asunción, Paraguay

Ahora que el heredero del trono chavista en Venezuela, Nicolás Maduro, anuncia la gravísima decisión política de organizar y armar a unos dos millones de obreros con el fin oficial y declarado de “fortalecer la unión cívico-militar” y “para la defensa de la soberanía y la revolución”, los dueños actuales del Mercosur, Dilma Rousseff, Cristina Fernández de Kirchner y “Pepe” Mujica, deberían opinar algo al respecto. Deberían confirmar, por ejemplo, si ese es el tipo de régimen político que tantas veces calificaron de demócrata, que insistieron en aceptar y que, finalmente, consiguieron meter a la fuerza en la organización regional de la que se creen amos absolutos.

Como bien se sabe, Maduro heredó el mando de la dictadura bolivariana fundada por Hugo Chávez gracias a que, por un deseo expresado por el difunto en un discurso, todo el sistema legal, institucional y político de Venezuela fue ignorado, manipulado, torcido y retorcido para que Maduro se hiciera con el gobierno. Pero tiene contras, y no son solamente los de la oposición.

Por lo que se está viendo, las fuerzas armadas venezolanas no están tan graníticamente unidas como se dice en torno al comando bolivariano actual, como a toda costa este régimen quiere hacer creer al mundo. Existen en su seno corrientes divergentes. En caso de desatarse entre ellos una lucha abierta, si se impone el sector chavista radical entre los militares, lo más probable es que el adversario interno más fuerte de Maduro, Diosdado Cabello, acabe sustituyéndolo en el “mando supremo de la revolución”. Si, por el contrario, predomina el sector castrense institucionalista, podría ocurrir que se convocara a nuevas elecciones generales.

Este es el mar de fondo que impulsa la insensata decisión que acaba de anunciar Maduro de armar a milicias civiles. Lo que busca con eso es crear un ejército propio, al estilo de la guardia pretoriana de la Roma clásica o la Guardia de Corps moderna. Una organización paramilitar de guardaespaldas a su servicio particular y que, llegado el momento, pueda servirle como fuerza de amenaza, de disuasión y, si hiciera falta, hasta de enfrentamiento armado con quienes sean, incluyendo a los mismos militares.

El Perón dictador disponía de un cuerpo paramilitar “obrero” al estilo fascista. Los dictadorzuelos colorados de mediados del siglo pasado crearon su “guardia urbana”. Lo primero que hizo Fidel Castro fue sustituir las FF.AA. institucionales de Cuba por su milicia particular. Rafael Correa va conformando sus “comités revolucionarios”. No es ninguna novedad en la historia política que los dictadores que tienen motivos para dudar de la lealtad del ejército constitucional busquen formar uno propio, paralelo, de carácter paramilitar. Y tampoco será una novedad que, una vez organizada y armada una milicia de esta naturaleza, se vuelva incontrolable para sus mismos creadores.

De hecho, pues, lo que Maduro intenta hacer con esto es dar un paso más adelante en el proceso iniciado cuando Hugo Chávez, en 2010, creó la llamada “Milicia Campesina”. Refiriéndose a la norma que dio carácter legal a su invento, dijo Chávez en aquella ocasión: “Esta ley es un instrumento poderoso para la nueva geometría del poder popular: poder político, poder económico, poder social, poder militar”. Más claro, imposible.

¿Y qué dirán Rousseff, Fernández de Kirchner y Mujica cuando las hordas armadas de Maduro salgan a las calles y caminos a sembrar el terror en la población civil, como la siniestra “guardia urbana”, después de la revolución de 1947, lo hizo en nuestro país durante una década?

Podríamos suponer lo que declararán: que son respetuosos de los asuntos internos de los países soberanos y que, por tal principio, nada tienen que opinar. En materia de hipocresía y oportunismo, como bien sabemos los paraguayos, a estos tres no se los va a madrugar.

Pero si en Venezuela alguna vez se produce un conflicto violento –lo que podría suceder fácilmente con decenas de miles de civiles armados circulando por calles y caminos y amparados en la impunidad partidaria que les garantiza el mandamás–, los responsables de esa tragedia no serán solamente Maduro y sus secuaces, sino también los que ahora los respaldan, sus “socios” del Mercosur, que violaron descaradamente la carta del organismo para meter a Chávez por la ventana y agraviaron y humillaron al Paraguay porque no “contribuíamos” ni nos alineábamos con sus intereses económicos.

Rousseff, Fernández de Kirchner y Mujica legitimaron todas las medidas ilegales y antidemocráticas que se han perpetrado en la Venezuela chavista. Miraron indiferentes el atropello constitucional de Maduro para sentarse en el sillón de Chávez. Asistieron en persona, felices, y avalaron su proclamación electoral a pesar de que la transparencia de las elecciones estaba siendo cuestionada por la oposición y por organismos internacionales, con mucho fundamento.

En fin, los maletines chavistas habían logrado su misión de soborno con pleno éxito. Un par de convenientes acuerdos financieros y comerciales bastaron para aflojar con los bolivarianos chavistas el rigor político con que el régimen izquierdista brasileño acostumbra a juzgar la democracia de otros países; por ejemplo, la nuestra. En la danza del dinero que se celebró entre los tres gobernantes del Mercosur, la cabeza del Paraguay, que había exigido Chávez, le fue servida en bandeja, como la de San Juan Bautista, por los tres bailarines mercosurianos.

La irresponsable codicia y la falta de escrúpulos éticos de estos tres políticos quedarán en la historia como una de las causas del fortalecimiento de la dictadura en Venezuela y, eventualmente, de los crímenes que sus milicias armadas puedan cometer contra los opositores y la población indefensa. La historia latinoamericana los recordará tan mal como se merecen. Y aunque esto no compensará el daño que causaron y seguirán causando a la infortunada Venezuela, al menos en el aspecto moral se hará justicia con ellos.

* Editorial del diario ABC Color, de Paraguay, publicado el 27 de mayo de 2013.

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