El día en que el país volvió a nacer

Miguel Molina Díaz
Barcelona, España

Me he dado a la tarea de hacer memoria y volver en el tiempo exactamente tres años: 30 de Septiembre. Como todas las mañanas asistí a mis clases en la Facultad de Derecho. Al poco tiempo mis compañeros empezaron a informar sobre los últimos acontecimientos: un sector de la policía se había sublevado y el Presidente se dirigía al Regimiento Quito a reunirse con ellos. Poco después las clases se suspendieron y el caos comenzó a reinar pues había llegado la noticia de los saqueos en Guayaquil y del anarquismo que se vivía en las calles.

Recuerdo que en el intento de llegar a la casa de mi abuela para obtener más información me quedé sin gasolina y mientras empujaba mi Fiat UNO de 1988 escuché por la radio el que pudo haber sido el último discurso de Correa. En ese momento cobré consciencia de la gravedad del asunto. Considero que ese día indiscutiblemente estuvo en peligro el orden constitucional. Fue evidente durante la tarde y noche, cuando ya todo se salió del control, que había la alta posibilidad de que el presidente sea herido de muerte.

Los revolucionarios que me insultan por redes sociales y su líder pueden corroborar mi condena a la actitud policial en el artículo que publiqué a los pocos días del 30 de Septiembre del 2010. Tres años después mi visión de los sucesos no ha cambiado. Pero debo decir, que sobre esa negra fecha el gobierno correista ha levantado un circo que en lugar de promover la reflexión sobre la fragilidad de la democracia y de respetar la memoria de los muertos, manipula la historia y construye un imaginario pomposo que repugna.

El país no volvió a nacer ese día: el 30 de Septiembre comenzó el hundimiento del Ecuador. Y lo digo con enorme tristeza. A partir de ese momento el modelo de poder que han implantado ha ido robusteciendo su tendencia autoritaria. Cuando la ciudadanía salió a defender la democracia constitucional en las calles no se imaginó que poco tiempo después ese mismo gobierno que fue víctima de la gendarmería usaría todo su aparato propagandístico para hacer creer a la gente que la policía ya no reprime, que respeta los derechos humanos y que, por el contrario, son los ecologistas infantiles del Yasuní los que agreden brutalmente a las fuerzas del orden.

Tres años después, en descarada copia a otro gobierno populista de la región, sacan a una niña de tres años en propagandas manipuladoras para decir que el Ecuador volvió a nacer. No es cierto. Ese día comenzó la psicosis del Ecuador. Vieron intentos desestabilizadores en adolescentes de sexto curso que, con una rebeldía latinoamericana y algo desmedida, protestaron en el Central Técnico. Procesaron a jóvenes de Luluncoto usando fotos del Che y música protesta como pruebas de terrorismo. Dijeron que no eran odiadores y que no les interesaba el dinero, pero apoyaron la denuncia de 80 millones de dólares a un periodista y a un periódico. Mintieron al país diciendo que una Consulta Popular y tres ángeles que reformaría la justicia por 18 meses era al antídoto a la delincuencia en el país.

Pretender que el 30 de Septiembre sea un día de celebración es patológico e insultante. Probablemente es uno de los días más tristes del Ecuador pues el gobierno que concertó en sí el anhelado deseo de cambio, a partir de esa fecha, se quitó la mascara. Se mostró como lo que es: un modelo autoritario al que le fastidia la crítica. Un sueño fracasado. Un hombre que sucumbió ante la fuerza nociva del poder. Un espacio en el tiempo lleno de lagrimas y miedo. Un derroche. Una contradicción. Un país que no era el que deseamos. Una propaganda que juega con las emociones. Un silencio cómodo y cómplice. Una mentira que con el tiempo inevitablemente se caerá. Puf, se acabó.

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