Francisco y los no creyentes

Andrés Cárdenas Matute
Quito, Ecuador

Alguien diría que Francisco ha dejado acampar a la demagogia en los terrenos del Vaticano. ¿La gente quiere un Papa que llene de besos a todos los niños y enfermos que le acerquen? ¿Que se tome fotos para el Facebook de cuanto adolescente lo vaya a ver? ¿Que reciba a todo futbolista argentino lo visite? ¿Que se despoje de cualquier gasto superfluo y le compre el auto viejo a un cura párroco? ¿Que llame por teléfono a la gente necesitada que le envía miles de cartas al día?

Algunos ya quisieran titular su columna como “el nuevo líder populista de la Iglesia Católica”. Pero todo lo anterior tiene un nombre menos viejo que la demagogia aristotélica: cristianismo. Y si uno se toma el trabajo –que a mí, al menos, me causó placer, como todo lo que escribe Ratzinger– de leer la encíclica sobre la fe, Lumen fidei, puede encontrar el sustento histórico y teológico de esa actitud.

Ahora, sin embargo, Francisco se ha instalado en las páginas de opinión de Italia para dialogar con los no creyentes. ¿Qué tiene ese populismo cristiano para decir a quien no tiene fe?

Sucedió entre julio, agosto y septiembre en las páginas de opinión del diario socialista La Repubblica. Eugenio Scalfari, fundador del medio y ex diputado, públicamente ateo, había utilizado el mecanismo de “carta abierta” para publicar sus reflexiones y cuestionamientos a la encíclica. Fueron dos artículos: Las respuestas que los dos Papas no dan y Las preguntas de un no creyente al Papa Francisco. “Creo que no va a responder, pero aquí y ahora no soy periodista, soy un no creyente que siempre se ha interesado y fascinado por la predicación de Jesús de Nazaret”. Y Scalfari se equivocó, porque Francisco leyó su texto, lo estudió, escribió una respuesta y la envió el correo como un lector más del diario. De las varias inquietudes de Scalfari hay dos particularmente interesantes:

i) Sobre el perdón del Dios cristiano hacia quienes no comparten esa fe. Siguiendo al cardenal Newman –otro de esos genios anglicanos que se convirtieron al catolicismo– lo que responde Francisco es que la misericordia de Dios es infinita y que la bondad o maldad se sus actos está en lo más profundo de su conciencia. Lo mismo los cristianos, los musulmanes, los ateos y los budistas. Ya había dicho Newman en su famosa Carta al Duque de Norfolk que brindaría primero por la conciencia y después por el Papa.

ii) Sobre la pretensión de verdad absoluta del cristianismo. Aquí el Papa prefiere aclarar términos diciendo que absoluto es aquello que es inconexo y carece de toda relación. Nada sería más lejano al cristianismo que una convicción que lo aísle en la autosuficiencia. “La verdad según la fe cristiana –dice Francisco–  es el amor de Dios hacia nosotros en Jesucristo. Por lo tanto, ¡la verdad es una relación!”. Por lo tanto el diálogo no es secundario en la existencia del creyente que por su misma condición debe huir de la arrogancia e intolerancia.

¿Está el Papa cambiando el discurso de la Iglesia? ¿Se trata de pura demagogia para tener de su lado –también– a los intelectuales no creyentes? No. Es simple y llano cristianismo.

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