Forma o función

Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Si fuese cierto que la función dicta la forma, no existirían los tacones altos, cuyo fin es la belleza en sí misma, aun sacrificando la utilidad mecánica y hasta la salud –recordemos como se lamenta una mujer por el estado de su humanidad al bajarse de esas plataformas descomunales que están de moda-. La estética se privilegia, en este caso, en grado inversamente proporcional a la función. Esta observación sería de Perogrullo si no fuese porque delata la lógica que condiciona, contra la creencia convencional, las preferencias de las personas cuando tienen la oportunidad de escoger.

Por eso nadie está dispuesto a pagar mucho por los productos o servicios que solo resuelven una necesidad funcional; en cambio, se pagan precios exorbitantes por los que, sin aportar nada adicional a la función o incluso incomodándola, conllevan alguna promesa, una asociación, algún beneficio intangible, la seducción de un mensaje construido en torno a una marca.

Tal es la psicología humana: un estudio de mercado coloca a los aparatos Apple en la primera preferencia de los consumidores en esta Navidad, a pesar de que se pueden encontrar productos equivalentes a la mitad de precio.

Es que pueden ser equivalentes en la función tecnológica, pero cuando hay un dólar extra para gastar la decisión de compra no se decanta en una matriz comparativa de especificaciones técnicas, en una hoja de cálculo o en la capacidad analítica del lado izquierdo y racional del cerebro, sino en el hemisferio derecho, responsable de la síntesis y la visión de conjunto, donde pesa la imaginación, la intuición, la estética de las cosas, el sentimiento más que las evidencias y los números.

El caso francés es probablemente el más notable; su primera industria de exportación es el lujo, sin importar el producto o servicio. Sean los zapatos del ejemplo, ropa, vino, quesos, hotelería, libros antiguos, arte o un austero café en Saint Germain, lo que se vende es estilo, glamour, estímulo sensorial, una experiencia gastronómica, sentido de conexión con el ideal de las propias aspiraciones o realizaciones, o el derecho a ocupar, a pretexto de un café o una copa, un sitio frente a la pasarela de la calle, espontáneo teatro donde cada quien intenta representar lo suyo. Por eso el café cuesta 100 veces más que la materia prima que incorpora: lo que se atesora es el recuerdo, la posibilidad de capturar un momento fugaz.

¿Síntomas de una sociedad contemporánea en descomposición por la cultura de consumo? No lo creo; es la naturaleza humana desde siempre, solo que en la actualidad tiene más opciones para ponerse a sí misma en evidencia. ¿Es la atracción por las formas sobre la función una frivolidad? Al contrario, en todas las épocas una vez superadas las necesidades básicas las personas y las sociedades tienden a emprender en la búsqueda de la belleza, que en su forma filosófica nos aproxima a la verdad –“la belleza es verdad, la verdad es belleza”, sostenía John Keats, sintetizando el Romanticismo-. La estética de las formas es expresión externa e indisociable de contenidos profundos.

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