Difícil que el chancho chifle

Danilo Arbilla
Montevideo, Uruguay

El proverbio del título –“difícil que el chancho chifle”–, que más universalizado es lo mismo que decir: “difícil que el puerco silbe” o “que el cochinillo toque la flauta”, es bastante conocido en Uruguay y el interior de Argentina. Es uno de los dichos preferidos del presidente uruguayo, José Mujica, quien ha contribuido a popularizar el lapidario refrán, que por cierto no es de su invención. En el pequeño pueblo uruguayo en que nací, Gaspar Fernández, “el loco del pueblo”, “Gasparcito” para quienes lo queríamos, lo repetía continuamente porque para él casi todo era imposible que ocurriera.

Tan imposible, como me parece que es que la inefable Unasur atienda el urgente y legítimo reclamo que le ha planteado Human Rights Watch, en cuanto a que esa organización “debería exhortar al Gobierno venezolano a abordar inmediatamente la grave situación de los derechos humanos en ese país”.

El reclamo va acompañado de unas serias, extensas y detalladas investigaciones sobre probadas y reiteradas violaciones a los derechos humanos por parte del gobierno de Nicolás Maduro. Tortura, represión del ejército, la policía y grupos de choque fascistas apoyados para esas fuerzas (con abundante armamento “especializado” de origen brasileño, según se ha denunciado por la prensa), presos políticos, total ausencia de garantías judiciales, censura de prensa. Una amplia información sobre todo ello ha aportado HRW y su director para las Américas, José Miguel Vivanco, a los países miembros de la Unasur.

La organización de derechos humanos apela y llama a la responsabilidad de los titulares de las Cancillerías con base en lo que dice el Tratado Constitutivo de Unasur, la que debe defender la “plena vigencia de las instituciones democráticas y el respeto irrestricto de los derechos humanos”.

Pero los hechos han demostrados que esos principios y fines, como ha pasado también con el Mercosur y la Celac, se incluyen en los “preámbulos” “pour la galerie” (que suena más fino, pero que se incluyen para “engrupir a la gilada” y darle alguna base a testaferros y amanuenses).

Apelar a esos principios en estos casos es como “tirarle margaritas a los chanchos”. La Unasur, si nos atenemos a sus actuaciones, es un club creado a los efectos de anular y poner a un costado a la OEA –pese a que no tenían necesidad porque de eso ya se había encargado Insulza– y para protegerle el sillón (no se si cabe “trono”, tratándose de gobiernos progresistas) a sus miembros fundadores. Esto es, para justificar represiones de Evo en Bolivia o certificar que lo de Ecuador, cuando unos cientos de policías hicieron un reclamo a Correa, fue un intento de golpe de Estado (pasando por alto que Correa estaba respaldado, defendido y protegidos por la totalidad de las Fuerzas Armadas, unos 15.000 efectivos). O para garantizar “la limpieza” de las últimas elecciones venezolanas, atreviéndose a sugerir un recuento de votos a lo que no accedió Maduro, sin que a la Unasur se le moviera un pelo. Esa ha sido la tarea de la Unasur, la que solo fracasó en Paraguay donde no pudo imponer a Lugo, destituido en estricto cumplimiento de la Constitución.

Estos antecedentes no dan para ser muy optimistas y pensar que el reclamo de la institución de defensa de los derechos humanos tendrá buena acogida y que generará alguna acción positiva.

Pero HRW y Vivanco no deben rendirse ni cejar en su empeño. Es un buen ejemplo para otros organismos que esgrimen iguales fines y para que sindicatos y organizaciones estudiantes hagan lo mismo o, en su defecto, para que se les caiga la careta y quede en descubierto que es lo que verdaderamente defienden.

También sirve y mucho, para que los responsables de hoy no digan mañana que no sabían.

Esto es, para que después “no se hagan el chancho rengo”, que comienza a arrastrar la pata cuando lo llevan al matadero.

* Danilo Arbilla es periodista uruguayo. Su texto ha sido publicado originalmente en el diario ABC Color, de Paraguay.

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