Je suis Charlie, y tu mamá también

Mauricio Maldonado Muñoz
Génova, Italia

Hay quienes se sienten disgustados con el hecho de que la revista Charlie Hebdo tuviese la costumbre de publicar caricaturas del todo ofensivas para ciertos grupos, sobre todo religiosos. Cualquiera que revise las publicaciones de la revista notará que, en efecto, algunas de sus caricaturas pueden resultar no solo molestas, sino odiosas. La libertad de expresión debe tener límites razonables —se dice— y hasta allá no llegan estos límites.

Algunos reclaman una posición media entre quienes sostienen lo sagrado de las creencias envueltas en la libertad religiosa de cada uno y el “extremismo” de quienes hacen burla de esto, según ellos, sobrepasando los límites razonables. Sin embargo, libertad religiosa y libertad de expresión no son dos fenómenos diversos, sino dos aspectos diferentes del mismo fenómeno: la libertad del individuo. A nadie se le ocurriría sensatamente excluir a la libertad religiosa de las formas en que el ser humano se expresa. El ser humano, ser social y racional, es sobre todo un ser simbólico (pensaba Cassirer), y pocos símbolos son más importantes para las personas que los religiosos.

Que Charlie Hebdo era ofensivo es algo dado, que eso no sea parte de la libre expresión es ya otro tema. Los que anhelan una libre expresión hecha a medida de sus gustos, de lo que consideran respetuoso y correcto, harían bien en dejar de usar la palabra libertad. Una libertad bien legislada y delimitada por los simples quereres de un individuo o grupo es una regulación y basta. Libertad, para la tradición liberal-democrática, quiere decir otra cosa. Publicar lo que ofende, lo que molesta, lo que disturba (al menos dentro de lo que no daña directamente a otros) hace parte de eso que la tradición liberal-democrática ha considerado libertad. De otro modo, si lo que ofende y perturba no hace parte de ella, entonces es una libertad muy débil. Una libertad que solo alcance para decir lo agradable y respetuoso a otros es más bien diplomacia, y para eso ya tenemos burócratas a sueldo.

Un caricaturista ha ilustrado esto con una imagen en blanco y arriba un poderoso epígrafe: “Please enjoy this culturally, ethnically, religiously, and politically correct cartoon responsibly. Thank you” (Por favor disfrute responsablemente esta caricatura cultural, étnica, religiosa y políticamente correcta. Gracias). Si no se puede hablar de lo sagrado para otros, si de eso no caben burlas, entonces el bibliotecario de El nombre de la rosa tenía razón al querer destruir la Poética de Aristóteles. Y habría que quemar todo lo que nos ofende. Yo me ofendí con las caricaturas de Charlie Hebdo. Pero “Je suis Charlie” no es un movimiento de apoyo a la ofensa, sino a la tolerancia. Tolerar es un verbo que tiene sentido sobre todo en relación a lo que nos disgusta, con lo que no estamos de acuerdo. “Je suis Charlie”, como lo veo yo, no dice “me encantaron tus dibujos”, dice más bien: “basta de matar por pelotudeces. Thank you”.

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