Así empieza lo malo

Maricruz González C.
Quito, Ecuador

Con la sociedad rezagada de la Guerra Civil de fondo, la novela cuenta la historia íntima y fracasada del matrimonio de muchos años de Eduardo Muriel y Beatriz Noguera, narrada por Juan de Vere, el joven que la rememora en su madurez y que fuera testigo de una época de esa relación cuando trabajó como secretario personal de Muriel, un exitoso director de cine en el Madrid de 1980.

Hasta la página 288, que es a partir de donde creí haber empezado a entenderlo, mi búsqueda de notas sobre el libro, en mi intento por comprender qué es lo que Marías intentaba decir, fracasó. Investigué, busqué reseñas internacionales y nacionales sobre la novela, y ninguna satisfizo mi curiosidad de saber qué tenía ante mí. Mi intención era encontrar luces acerca de qué trataba, de lo que creí me estaba perdiendo. Pero mi sondeo fue totalmente infructuoso: todas elogiaban a Marías como autor, por su inteligencia, capacidad narrativa, pero ninguna hacía referencia a la trama de Así empieza lo malo.

¿Qué era lo malo? ¿El espionaje al que se dedicó Juan de Vere siguiendo los pasos de Beatriz? ¿El maltrato a la mujer en una relación de pareja? ¿El caso omiso que el narrador prestó a los hijos de la pareja, hasta la página 528? Una tras otra, pasaba las páginas reconociendo una prosa perfecta, pero no la causa de la misma. Hasta la página 288, la historia me pareció una relación como la que cualquier vecina o amigo pudiera tener luego de años de matrimonio. Si bien Eduardo Muriel no me fue antipático, los juicios y prejuicios a los que tanto estamos acostumbrados llevaron a mi inconsciente a achacarle cualquier culpa por su condición de macho español o de macho cineasta: situaciones peores creía haber leído acerca de celebridades del séptimo arte en el que Marías está tan inmerso.

Ante mis ojos, eso sí, centellaba un tema recurrente entre personajes reales y ficticios; conceptos que latían ante mis ojos, no solo en palabras, sino en los pensamientos, anécdotas o relatos que el narrador Juan de Vere iba vertiendo. Una mañana me levanté temprano a retomar el libro porque la lectura no avanzaba. No es que esta fuera pesada, la calidad de la prosa es tal que no es ese el freno sino, creí para ese entonces, lo que aparentemente tardaba en avanzar la historia.

De repente, sin embargo, creí ver la luz al final del camino. Luego de leer ávidamente lo que pensé comenzaba a comprender, corrí a encender mi computador para confirmar si iba por el camino acertado. Primero navegué en busca de los temas recurrentes en la obra de Marías y la palabra que saltaba a la vista en las diferentes páginas en donde busqué era: la Verdad. Los nombres que digité para corroborar su existencia fueron los de Harry Alan Towers, Mariella Novotny y John Profumo, personajes incluidos en las espeluznantes historias de traición en las décadas del 50 y 60, en plena Guerra Fría, aunque los cargos justificativos contra ellos fueran de tono erótico, acusados de venta sexual, de traición, homo y bisexualidad. Los nexos de Mariella Novotny con el clan Kennedy me siguieron rondando en la cabeza acerca de la Verdad que nos estaba develando Marías con esos personajes.

Al igual que con la Guerra Fría, imagino que a los que estuvieron y estamos al otro lado del Atlántico nos fue muy fácil tomar lados en la historia de la Guerra Civil española. Unos, los más religiosos, tomarían el bando franquista y, como tales, defenderían al dictador con todas sus fuerzas, cerrando ojos y oídos, o haciendo caso omiso a las noticias de fusilamientos de grandes poetas, de personas sencillas o de cuyo talento no nos enteraríamos jamás; cómplices de los famosos “paseos” y del gran éxodo de republicanos que pudieron escapar a tanto odio. Otros tomarían el lado de los que perdieron la Guerra, entre los que me he encontrado siempre, para defender a rajatabla las heroicas hazañas de los que murieron, de los que arriesgaron su vida y de los que debieron someterse durante la interminable dictadura.

Para unos y otros, imagino que hasta la fecha, la historia es clara: la Verdad está de su lado. Los malos eran los otros.

Según Wikipedia y estudios que difícilmente podrán probarse, las víctimas mortales de la Guerra a consecuencia de la represión fueron 200 mil personas: 50 mil asesinadas en la retaguardia de la zona republicana y 100 mil asesinadas en la retaguardia de los sublevados. A estos dicen que hay que añadir 50 mil ejecuciones durante la represión franquista una vez terminada la Guerra Civil. Con estas cifras, España cuenta con más de 114.000 desaparecidos, es «el segundo país del mundo, detrás de Camboya, con mayor número de personas víctimas de desapariciones forzadas cuyos restos no han sido recuperados ni identificados”. Ni lo serán nunca.

¿Dónde, entonces, puede colocarse la verdad en este panorama? Cuando las cosas supuestamente regresaron a la calma, a una calma chicha, cuando unos ganaron la guerra y otros la perdieron, la sociedad, nos cuenta Marías, se sumió en un estado de terror, de ensimismamiento, que solo les permitió seguir luchando para comer: aunque este no es un tema en el libro, sabemos las penurias por las que el pueblo español debió pasar hasta bien entrada la década del 60. ¿La verdad en esos momentos? Nadie querría saber de ella.

Al inicio de la novela, Marías divaga acerca de la memoria y nos hace pensar y nos devuelve esos pensamientos a la historia de nuestras vidas. Por un momento, me hizo volver al París al que regresé 25 años después, cuando corrí a ver el barrio del que guardaba tantos recuerdos de tiempo y espacios vividos con el primer amor y que, al igual que este, se habían esfumado. Fue un golpe duro ver que la iglesia, la calle o el mercado que rodeaban mis imágenes nunca estuvieron ahí. O la memoria me jugó mal o el enamoramiento, sus emociones, sus altibajos me impidieron ver claramente lo que me rodeaba. En ese retorno, murió para mí algo: mi lugar en ese barrio y lo que yo había mantenido como verdad un cuarto de siglo. Esa verdad desvanecida había sido algo que yo imaginé y atesoré como un hecho, sin lugar a cuestionamiento alguno.

De acuerdo a la Real Academia de la Lengua, de la que Marías es miembro desde 2008, el término Verdad es la “Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente.” A medida que leía repensaba esta palabrita, de la que nos llenamos la boca a diario, defendiendo nuestras posiciones y denostando otras. La definición de la RAE pareciera que da justo en el clavo: “con el concepto que forma la mente”. La verdad, entonces, es algo individual, individualísimo y, por lo tanto, inalcanzable. Tanto que, aparentemente, solo pocos humanos van tras ella. Seguramente, tras varios tropiezos, líos y complicaciones, la mayoría deja de lado su búsqueda o ni siquiera la intenta y sigue con la vida, que ya de por sí tiene tantos avatares. La vida es mucho más cómoda y fácil de pasar con una sonrisa, como para andar buscando la verdad, que tantas lágrimas puede acarrear.

Este y otros pensamientos que vierte Marías me hizo sentir, desde la página 288, que Así empieza lo malo es una obra de un grande para grandes, estos últimos grandes, por nuestro recorrido, experiencias, alegrías y vicisitudes que tenemos a nuestro haber.

Javier Marías es un autor aclamado, aclamadísimo, en las letras hispanas y universales. Alguien de alto vuelo. Es conocido por su perfección técnica y su permanente juego entre la realidad, la apariencia y la memoria. Este libro tan aparentemente extraño de Javier Marías comienza con un cuestionamiento acerca de lo que damos por sentado en nuestras vidas y nos negamos a dudar siquiera; de lo que creemos saber acerca de nosotros, empezando por quiénes fueron nuestra madre y padre. Ya desde esos inicios Marías llevó mi mente a recordar historias conocidas acerca de paternidades dudosas y ocultamientos paternos, niños que llaman ‘padre’ al que alguien, al menos la madre, sabe que no lo es; y padres e hijos que “forzosamente” debieron ser engañados, y lo siguen siendo de por vida, por deslices que, a la larga, no tuvieron importancia.

En el caso de España o países que han sufrido procesos de profundo dolor, nos pone a pensar en individuos que han vivido “sabiendo” cosas, como la seguridad de que sus amigos íntimos siempre estuvieron de su lado, mientras la verdad es otra. En la vida cotidiana, la búsqueda de la Verdad, ¿derrumbaría más vidas o haría hecho aflorar nuevos intentos de dictadura? Ya no importa, declara Marías, ya son pocos los que saben. En el caso de la caída de la Cortina de Hierro (Telón de Acero, lo llaman en España), fue obligación cerrar los ojos: borrón y cuenta nueva, aunque en esos países los verdugos estaban a la vista y luego muchos pasaron a gobernar en democracia, es decir, elegidos.

En su blog Cuadernos de Puembo, Diego Pérez dice que Así empieza lo malo es una novela “monolítica”, sin explicar a qué se refiere. Yo retomo el concepto en el sentido de que es un solo relato en donde los capítulos no necesariamente representan cambios de tiempo ni espacio, sino que son como una bocanada de aire que se toma el narrador para seguir contando. Para mí este libro se divide en partes inclasificables a medida que lanza ideas o historias, que no habrían podido aparecer sin las anteriores, por lo que es necesario poner toda la atención en la lectura – la calidad de la prosa lo permite, aunque no entendamos a dónde va durante gran parte del libro. Creo que nunca he pasado páginas buscando las razones en una novela y equivocándome a cada conjetura.

Hasta la página 473, es decir, apenas a 61 de terminar el libro, pensé que Marías había utilizado una historia que podría ocurrir a cualquiera como justificación para purgar su pasado personal, su traición a un amigo o, por el contrario, para de alguna manera vengarse de él. Pues la historia termina de una manera impensada, que da un giro a lo que tenía yo en mente, pero que me hizo regresar a todos los pensamientos que se me cruzaron desde el inicio. Un giro circular donde cada pedazo forma parte de una intención.

Y la pregunta es de cajón: ¿Cuando empieza lo malo? ¿Cuando dejamos de indagar la verdad? ¿Cuando solo vivimos basados en rumores? ¿Cuando deja de importarnos la verdad? ¿Cuando uno toma decisiones humanas por orgullo, por honor, por dignidad y al momento del final se pregunta si valió la pena tanta dignidad acompañada de soledad, tristeza….?

Me encantaría preguntarle a Juan de Vere…. o a Javier Marías.

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