Domésticos

Álvaro Alemán

Alvaro Alemán
Quito, Ecuador

La proliferación de animales domésticos en Quito en la última década ha contribuido, junto con varios factores a re diseñar el flujo de afectos en la capital. El sentimiento se proyecta hoy de maneras radicalmente distintas a aquellas que tuvieron lugar en el pasado. Los teléfonos celulares sirven de amplificadores públicos de querencias y la circunspección de antes se repliega, para quienes preferimos la reserva, tras el velo de una deliberada indiferencia. Los peatones, envueltos en campos de fuerza telefónicos distribuyen su privacidad de manera pública y pródiga. Parecen estar contenidos al interior de automóviles fantasma que siguen avenidas y rutas que solo ellos pueden ver, navegando un espectro radioeléctrico saturado de afecto y de dispersión.

A este mundo constituido por la distracción, el sentimiento contemporáneo encuentra un nuevo paradero en la forma del perro. La ciudad se ve súbitamente poblada de perros. No son estos sin embargo parte de la fauna urbana históricamente abstraída de la humanidad circundante, ocupada de sobrevivir y de encontrar un nicho en la ecología cambiante de la ciudad. No son animales desvinculados del circuito humano, tampoco ladradores profesionales o guardianes, ese rol les ha sido retirado. Son entidades domésticas. La ciudad ha sido invadida por una idea: la del perro moderno: sujeto de derechos, compañero pleno de la cotidianidad, consumidor.

La domesticación del lobo y su conversión en perro es apenas asunto de 14 mil años, estudios recientes sitúan el inicio de este proceso evolutivo en Medio Oriente, el perro es, de acuerdo a la evidencia arqueológica, el primer animal doméstico. Una de las preguntas más interesantes relativa a este proceso tiene que ver con la naturaleza del mismo. ¿La domesticación es el resultado de la selección artificial, el interés deliberado del ser humano de producir un animal útil o, al contrario, se trata de selección natural, de la colonización de nuevos nichos ecológicos por parte esos mismos animales?

Junto con aquello, el cúmulo de modificaciones que experimentan los animales domesticados no se limitan a su conducta, también a su fisiología y morfología, a su misma apariencia. Darwin ya observaba en el siglo XIX que ningún animal en el planeta, salvo el elefante, comparte con los animales domésticos la presencia de orejas caídas. El antropólogo Darcy Morey identifica un factor común en todas las transformaciones, lo llama pedomorfosis, la retención de rasgos juveniles por parte de los adultos. Estos rasgos incluyen aspectos morfológicos, como el engrosamiento de los cráneos de los animales y otros conductuales como el gemido, el ladrido y la sumisión en los perros.

Estas modificaciones se suman a la capacidad de los perros de amoldarse al afecto humano, de existir en una relación simbiótica, a nivel sentimental (algunos dirían parasítica) con las personas que los rodean. La domesticación podría entenderse así de manera distinta: como la ocupación eficiente de los perros del nicho ecológico más exitoso en términos evolutivos, el del ser humano. Hay más perros hoy en el mundo que cualquier otro animal y sus números crecen. En Quito crecen.

El tema de una domesticación inversa surge en el cuento de 1951 del gran escritor estadounidense Kurt Vonnegut Jr, “El perro greñudo de Edison”, en él, un hombre cuenta a otro en un parque la historia de su relación con el inventor Thomas Alva Edison y con su perro Sparky. Edison, frustrado por su incapacidad de descubrir el material para el filamento de foco eléctrico, diseña un detector de inteligencia. El narrador exhorta a Edison para que lo aplique a su perro, pero este evade el aparato. Luego del esfuerzo de ambos hombres, el perro es sometido y puesto al alcance de la máquina. Los resultados revelan un grado de inteligencia muy por encima que la del mismo Edison. En estas circunstancias, el perro decide hablar y revela un secreto racial milenario: los perros siempre han excedido al ser humano en inteligencia, pero ocultan este hecho, bajo pena de muerte, al tener una existencia cómoda y de mínimo esfuerzo a su alcance.

Son perros de la literatura Argo, el fiel compañero de Odiseo, el único que lo reconoce a su retorno a Itaca, los inolvidables Berganza y Cipión del Coloquio de los perros de Cervantes, Milú el compañero de Tin Tin, idefix, Lassie, Rin tin tin. Todos estos personajes llevan la marca de la domesticación como una cruz, sus creadores ven en ellos los portadores de esta condición ambivalente: sujetos transparentes en tanto se confunden con su entorno y su misión aunque a la vez sean secretamente rebeldes, resentidos de la privación de su individualidad, subsumida para siempre por sus propietarios.

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