De sueños, soledades y saudades

Santiago Carcelén Cornejo
Quito, Ecuador

A mediados del cuarto mes de éste 2015, llegó a mis manos un libro de poemas de Carmen Susana Cornejo, “De Sueños, Soledades y Saudades”, donde la autora me pedía que emitiera algunas opiniones sobre el mismo. Su  invitación provocó en mí, un conjunto de sentimientos, emociones e interrogantes que se han ido decantando con el pasar de los días y sus noches. Luego de la primera lectura del libro, me quedé conmovido por la enorme sensibilidad que desborda en sus poemas; se despoja de sí misma y deja todo en ellos; diáfana, cristalina. Deduje, que este no era solamente un libro de poemas, sino más bien un diario íntimo hecho poesía, que lo ha venido atesorando desde su primera infancia y que en el transcurrir del tiempo ha depositado en él, sus sueños, fantasías, amores, desamores, anhelos, deseos, dolores. Lo que prima en su poemario es la voz interior, el verso libre, musical y tenue; guardado con el celo y cuidado de una adolescente que escribe sus secretos en silencio solitario, y que ahora, muchos años después, nos pone a consideración, con la misma generosidad y humildad con la que fueron concebidos.

Siete  momentos de vida nos propone en ellos.

El primero, el de sus primeros pasos como poeta o como ella los  denomina: Primeros Poemas, que comienza a darles vida cuando apenas tiene trece años.

Poemas de amor adolescente, candorosos, amor puro, ingenuos. Ella parece estar enamorada de la vida. Ama su muñeca con la misma intensidad que ama la luna, las estrellas o las hadas encantadas. Y con esa misma intensidad con la que aletea su corazón enamorado, al encontrarse posiblemente con su primer amor imaginado, y la desilusión la ensombrece, no duda en pedirle cuentas, con una carga poética envidiable, al planeta que ella siente que la ha abandonado: “ Y la luna era fría y los nardos fragantes”. Esas son sus palabras, no las mías.

Y así transcurren sus primeros poemas. Tiernos, generosos, como cuando escribe: “ Te di todas las rosas de mi alma quinceañera/ y soñé en un paraíso de amor para los dos”.

Veinte y dos poemas contiene este primer momento y en ellos se desliza la poeta, con la misma suavidad que una pluma vuela impulsada por el viento. Quiere ser viento, quiere ser brisa, perfume, música, agua, estrella. Quiere ser constelación, quiere ser todo para él, aunque él no lo sepa. Sin embargo, esta mujer-niña, cuando vuelve hacia sí misma, camina descalza por un jardín en noche de luna llena:

“La niña de pies desnudos/ hunde sus pies en el agua y destroza las estrellas. /La luna está llorando en el espejo del charco/ y la niña ríe, sueña”.

Esos versos me evocan a Lorca del Romancero Gitano.

En un segundo momento, que no es sino la continuidad inevitable del primero, nos cuenta del amor en diez poemas. Sin embargo, en ellos se vislumbra a la mujer que se ha ido construyendo. Deja de ser la niña ingenua. Quiere ser miel en los ardientes labios de su amado.

“Tú me diste a beber el agua pura

del amor que se va y que se queda,

de la canción que llega y está lejos,

de la luz que se da y no se entrega”

Ha aprendido a amar, sin perder ni la ilusión, ni la esperanza, ni los sueños. Pero reclama para sí un amor distinto, transparente:

“No quiero el amor fugaz

Del beso y la caricia torpe

Quiero un amor profundo

No quiero ese amor que arde

Como el sol en los desiertos”

Pero así como es tierna con el otro, a veces se torna implacable con si misma:

“Yo fui Carmen

Hoy soy nadie…

Yo fui amor, fui ternura

Fui emoción hecha beso

Fui alba pura…

Yo fui risa canción,

Arrullo y beso.

Yo era todo eso.

Hoy soy nada”.

Parecería que un torbellino le ha lanzado hacia un túnel sin salida y siente que ha perdido todo:

“Yo por amarte tanto

me he quedado sin pasado

presente ni futuro..

El tercer momento de su vida poética transcurre entre 1965 y 1986. Veinte y un años en los que su alma se aquieta, los ríos turbulentos se apaciguan, el amor se consolida. Ya es otra Carmen. Ella los llama Poemas del Hijo. Yo más bien los llamaría Poemas de Madre.

En ellos ella vuelca toda su ternura. Dieciocho poemas dedicados a sus hijos.

En ellos proyecta su existencia al infinito:

“ Un milagro de amor ha ocurrido,

llevo dormido un hijo en mis entrañas…”

Ser madre la sobrecoge, la desborda:

“ …En la miel de su boca

se endulza mi anhelo

y fluye en azulosa

leche de mis senos…”

Pero en ese transitar lleno de regocijos, hay un paréntesis de dolor: la muerte de su padre:

“…Padre,

te vas. La muerte…”

“…Árbol sin raíz estoy,

Ahora estoy envejeciendo…”

Así como registra las vidas que vienen, registra en su bitácora las vidas que se van. Con delicadeza, con sobrecogimiento y gallardía. Éste es su cuarto momento poético.

Luego nacerán otros poemas, quizá los más inexorables, los provocados por el dolor que suscita la ausencia irremediable de su hija Susana. La casa en la  que habita no es la misma. Hay una silla vacía. La casa que era grande se ha  vuelto pequeña:

“ …Una risa que falta.

Una dulce figura que extraña el espejo.

Una música ausente en el piano.

Un violín olvidado.

Un tejido empezado…”

Su vida espiritual no es lineal.

Ella va y vuelve en el tiempo. Rompe los calendarios, desafía los tiempos.

Así se inscribe su quinto momento poético, cuando habla de su casa, de la soledad y el silencio que la envuelve.

Gilberto Gil, ese extraordinario poeta-cantor brasilero, define a la Saudade, esa palabra portuguesa, indefinible y tierna, que no tiene traducción a lengua alguna, pero quién la pronuncia, no deja de sentirse conmovido, la define, digo, como la presencia de la ausencia de alguien a quien uno evoca

“Toda saudade é a presenca da ausencia de alguem” (G.G)

Y de eso se trata el sexto momento poético que nos ofrece Carmen Susana Cornejo. Dieciocho poemas dedicados a su hija Susy. Poemas escritos entre 1988 y el 2012. Poemas que se fraguaron durante un cuarto de siglo, poemas de dolor, de imploración, de sueños, nostalgia y rebeldía.

“ Ahora, día a día,

te busco desesperadamente

en los recuerdos…

“…Me tiembla el cuerpo.

Me duele el alma

No puedo vivir sin vos,

Pequeña mía, Susy mía.

Por favor Señor,

¡devuélveme a mi hija!…”

Imposible dejar de conmoverse ante estos escritos sobre la presencia de la hija ausente.

“Me abrazo a tu recuerdo,

acaricio una a una tus palabras,

me pierdo en tu mirada

y te beso,

te beso enloquecida,

en mi loca, absurda fantasía”.

El dolor la consume, su corazón se siente desolado. Es como si la tristeza se hubiese instalado en ella y para siempre.

Finalmente, hay un último momento que son todos los momentos a los que la poeta denomina Páginas Sueltas. Treinta y dos poemas  recogen las últimas páginas de su libro. Son variados. En ellos reflexiona, una vez más, sobre el amor, el silencio, la soledad, las ausencias, los colores, los paisajes.

Treinta y dos poemas en los que no dejan de estar presentes sus sueños, soledades y saudades que siempre le han acompañado y la acompañarán en el transitar de su existencia.

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