La risa de Correa

Karina Marín
Quito, Ecuador

Fútbol

El presidente Correa usa el término «discapacitado» para burlarse de un equipo de fútbol. Durante el Enlace Ciudadano No. 428, transmitido desde Milán, el señor Correa identifica algunas características de un colectivo social y las usa para la mofa, para el insulto.

Para Correa, que ha dicho más de una vez que él ya dejó de ser él para transformarse en el pueblo; para él, en cuya figura erguida y corajuda se encuentran entreverados todos los poderes del estado, la discapacidad es una condición tan reducida, tan ridícula, tan manipulable, que puede ser usada a capricho ya sea para ganar votos como para la descalificación de los rivales deportivos. Para él y para toda la gente que rió de su chiste, vasallaje entrenado para hacerse eco de un sentido del humor ramplón tanto en el auditorio como frente al televisor, la palabra violenta salida de su boca para discriminar no pasará de ser una broma. Será disculpada porque en el fútbol todo se vale. Todos los estereotipos asociados a determinados individuos, ya sea por su raza, su diversidad sexo-genérica o su diversidad funcional son armas idóneas para quien se sienta cómodamente en la silla del poder y quiere simplificar y vulnerar a cualquier rival en el campo de juego. Pero además, Correa será disculpado porque la ciudadanía se tragó el cuento de que ningún otro gobierno ha hecho más por los discapacitados que éste, el gobierno de la revolución.

Correa ríe y sus acólitos ríen al compás de su palabra violenta. ¿Festeja esa risa Lenin Moreno, él, que tanto promovió el buen humor como estrategia para gobernar, como impulso para bien-vivir?

Un símbolo de la revolución

Casi al mismo tiempo, en su nuevo cargo como enviado especial de la ONU para asuntos de accesibilidad, Lenin Moreno declaraba el pasado domingo a la agencia de noticias Andes que los programas implementados por este gobierno para la atención de las personas en situación de discapacidad son «un símbolo de esta revolución».  Lo hacía en el marco de las Octavas Conferencias de los Estados Parte de la Convención por los Derechos de las Personas con Discapacidad, en Nueva York.  Sus declaraciones fueron publicadas un día después de que el presidente hiciera alarde de su sentido del humor. ¿Qué sabe Correa sobre la discapacidad?, ¿qué sabe de las condiciones actuales de esta población que no sea el cuento de hadas que sus asesores le soplan al oído? ¿Tiene idea del monstruo burocrático, violento y atentatorio de los derechos humanos que ha construido y cuyos hilos, antes la Conadis y hoy el Ministerio de Salud Pública y la Setedis, manejan a su antojo y a espaldas el uno del otro?

Su sentido del humor parece responder que sí. Aprovechándose de la imagen sensiblera y patológica que por siglos ha pesado sobre los cuerpos y las vidas de las personas con discapacidad, su gobierno ha implementado una política asistencialista tan aparatosa, que ni los opositores se han atrevido a cuestionarle e incluso han aplaudido de pie, haciendo de este «símbolo de la revolución» un patrimonio nacional incuestionable, un lugar -el único lugar- en el que los enemigos pueden abrazarse juntando, al unísono, sus corazones ardientes y sus espíritus cristianos. Cuando en el mundo entero la discapacidad ya se piensa como un complejo constructo social en el que intervienen tanto las circunstancias biológicas de un grupo de personas como el contexto cultural y económico en el que esos individuos están inmersos, en Ecuador subsiste la mirada médica y caritativa de la discapacidad, perversamente reflejada en un carné que mide y califica porcentualmente a seres humanos, práctica ya abolida en muchos países desde hace años. Se trata, en pocas palabras, de la perpetuación de las imágenes de lástima y enfermedad como política de estado.

Por eso, porque desde el estado -que es un sólo hombre, como él mismo ha dicho- la discapacidad es una realidad útil para la manipulación, usarla para burlarse del adversario, en cualquier terreno de juego, no es sino una actitud consecuente: el golpe de gracia del chiste presidencial recae en un grupo de personas a las que desvaloriza, porque el estado, en tanto proyecto unificador, no permite que individuos a los que usa según su conveniencia formen parte de esa homogenización. El lugar reservado para ellos es ese al que todos regresan a ver cada navidad, cada día del niño o cada vez que sus conciencias les pesan, según el interés personal o institucional. Ese es el lugar discriminador al que llamamos caridad, al que conocemos como asistencialismo. Ya veremos cómo recurren a ese lugar marginal cuando Bergoglio aterrice en Ecuador.

Correa puede reír. Lenin Moreno puede reír. Los sumisos pueden reír. Pero cuando todo esto termine, veremos bajo sus escombros los cuerpos de miles de individuos  con discapacidad que han sido usados por un aparato propagandístico que ha aplastado la dignidad de muchas familias, un espectáculo enceguecedor que por años ha servido para mentir, porque este no es un país que viva la inclusión. Mientras tanto, seguiremos saliendo a la calle, porque la burla no nos disminuye; porque estamos cansados de una exposición mediática tan cínica.  Porque el pez, lo sabemos, muere por la boca.

Más relacionadas