Marchistas de la Shyris, ideología y mayo del 68

Víctor Cabezas

Víctor Cabezas
Quito, Ecuador

En mayo de 1968 los jóvenes rebeldes, inconformes y demócratas salieron masivamente a las calles de París a reivindicar la esencia del ser humano. Movimientos literarios, cinéfilos, artistas plásticos, estudiantes y anónimos se dieron cita con el objeto de criticar las estructuras de consumismo masivo, la ola de guerras y muertes que dejaban las potencias mundiales en sus procesos homogeneizadores y los derechos atropellados de los trabajadores. Una generación de jóvenes intelectuales, irreverentes y liberales asaltaban fábricas, se tomaban calles y luchaban contra un proyecto de civilización que no los identificaba. Las grandes universidades de París fueron ocupadas masivamente  por activistas, los rectores intentaron cerrarlas pero los protestantes se resistían. Entendían que en la universidad se había empezado a dibujar esa gran revuelta social y que por tanto no permitirían su enajenación. Los ideales de cambio como proyecto colectivo eran valorados como el principal motivo de las manifestaciones.

Los enardecidos adolescentes construyen sus protestas en el marco de un ideario político tan claro como aterrador. Destruir el proyecto de civilización consumista, confrontativa, represiva, de libre mercado, portadora de un discurso hegemónico y con una política pública que pretendía asemejar el mundo a sus estructuras mesiánicas. Son tiempos de Vietnam, de Bahía Cochinos y la revolución cubana, de la primavera de Praga, de la transmutación de la cortina de hierro, son tiempos de cambios profundos que la juventud activista debía confrontar con un desafío ideológico  que se gestaba desde las calles.

Es entonces cuando el filósofo Félix Guatari advierte que una protesta social sin un contingente ideológico encaminado a la ruptura de estructuras opresivas es solo un medio de perpetuación de los sistemas de opresión, audazmente ocultos entre las ínfulas rebeldes de la ciudadanía. Pareciera que ese es el tema clave: la ideología.  Un ejercicio intelectual que supere el visceral odio a una política pública, una reflexión que trascienda los intereses individuales e integre un razonamiento tan simple como profundo -y a veces inentendible-: Somos interdependientes, seres sociales, vivimos en una colectividad y por ende cooperar para alcanzar metas comunes es un elemento que sustenta la misma idea de sociedad. El Estado, indefectiblemente, es el llamado a canalizar los medios por los cuales ésta cooperación sea efectiva y alcance objetivos comunes como lo son la reducción de la pobreza, la disminución de la brecha de desigualdad, etc.

Personalmente no me quedan dudas, las protestas que se han visto en la Shyris son de iniciativa ciudadana y poco a poco, los actores políticos se han ido subiendo a la camioneta “al vuelo”, cosa que no me parece necesariamente negativa. El gran problema es la ideología detrás de las protestas, el salir visceralmente por el odio a una propuesta gubernamental.  El gran problema es la consigna reduccionista “fuera Correa fuera”, que demuestra una incapacidad de la oposición por rebasar los propios vicios que denuncian, que demuestra cómo en el fondo la democracia y la institucionalidad del país perecen ante sus pretensiones individuales.

Los marchistas observan un problema de escala nacional a partir de una dimensión individualista, “la herencia la trabajo sólo para mi familia y un centavo para el Estado gallinazo”. No digo que el impuesto a las herencias sea el mecanismo adecuado para la tan añorada reducción de la inequidad en Ecuador, de hecho, creo que no lo es. Sin embargo, quienes protestan parecen no estar conscientes de la magnitud de la crisis de la desigualdad en Ecuador. Lo de fondo no es la Ley Orgánica de Redistribución de la Riqueza -que de redistributiva no tiene nada- el meollo del asunto es construir esa postura ideológica que – afirmando nuestra condición de miembros de una sociedad con individuos interdependientes- pueda generar medios idóneos para el tratamiento de aquellos problemas que nos aquejan.

 

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