Antolohit

La del jueves 17 de diciembre, fue una noche memorable en la librería Rayuela. Tenía la certeza de que el único público seríamos nosotros mismos y, por cierto, la anfitriona, Mónica Varea. Consideraba imposible que un diálogo literario compitiera con el voraz consumismo navideño. Me equivoqué de palmo a palmo. Un público cálido copó el lugar y nos acompaño durante toda la charla.

Antolohit es un libro muy particular. En primer lugar sigue la mejor tradición de los nóveles escritores de todo el mundo: la autoedición. Una tradición que también caracterizó a la literatura ecuatoriana, tal como lo recuerda Alfredo Pareja Diezcanseco, en aquella larga entrevista que le realizara el Pájaro Febres y que se publicó bajo el título El duro oficio del escribidor. Si la memoria no me traiciona, Los que se van, aquel conjunto de relatos publicados por el Grupo de Guayaquil y que cambiaron la historia literaria ecuatoriana, fue una edición de autor. La autoedición ha retornado con fuerza y eso se manifiesta en las iniciativas editoriales que surgen por diversos lados. Sólo el tiempo, el más radical de los críticos, dirá cuáles de esas iniciativas despiertan el interés de los lectores y sobreviven a la avalancha de títulos.

En segundo lugar, Antolohit, cuyo nombre es en sí mismo un acierto, tiene otra particularidad. La contraportada lleva la firma del más grande escritor ecuatoriano de los todos los tiempos: Marcelo Chiriboga. Si la memoria no me traiciona, es el único libro publicado en Ecuador que tienen un texto de este afamado escritor. Lo último que leí de él, fue la contraportada de una de las postreras novelas de José Donoso. Chiriboga, a más de elogiar los cuentos, se despide definitivamente del Ecuador. Alguien del público preguntó cómo habían logrado no sólo contactar con el esquivo autor sino, además, que se interesara por los nóveles narradores. La respuesta de uno de los cuentistas fue una vaga relación sobre la amistad con un nieto o nieta de Chiriboga que había hecho posible que finalmente, escribiera la contraportada. Pero esto es circunstancial. Antolohit es la opera prima de un grupo de escritores que lleva los parabienes del gran maestro de nuestras letras. Chiriboga dice: «Reconozco en esta antología de cuentos la cadencia de mi novela, escrita en el exilio…». Cabe aquí un recordatorio: Diego Cornejo Menacho escribió una biografía novelada de Chiriboga, que lleva por título Las segundas criaturas.

En tercer lugar, el carácter mismo de la antología. Resaltan dos aspectos, por un lado, los participantes, y por otro, la diversidad temática y la factura de los cuentos. Antolohit es una acertada representación de escritores de varios países: desde Cataluña a México y por supuesto Ecuador; hombres y mujeres. Dos cuentos, de Mario Attie (México) y de Jorge Gómez Monroy (Argentina) formulan en sus propios términos la paradoja que conlleva la metamorfosis planteada por Kafka. Miguel Molina Diez (Quito), indaga sobre la memoria del desamor de Mario Casals, en una noche de invierno en un hotel en los Pirineos, mientras toma un baño de tina. Maricruz Gonzales (Quito) ofrece un testimonio íntimo sobre el camino de la creación literaria. Felipe Oviedo (Quito) narra una alucinante historia en la noche quiteña; Luciana Musello (Quito) nos conducirá por la ficción hacia un mundo en que la exclusión radical de los diferentes es la norma; Alejandro Veiga (Caracas) narra en primera persona las desventuras de un joven migrante en Londres. Por último, Víctor Cabezas (Quito), en la tradición de Pablo Palacio, narra la vida de Aristóbulo Chingaluisa, periodista de crónica roja del más importante diario de la ciudad.

En palabras de Julio Cortázar, como lo recordamos aquella noche, el cuento es «ese género de tan difícil definición, tan huidizo,…,tan secreto y replegado en sí mismo, caracol del lenguaje, hermano misterioso de la poesía en otra dimensión del tiempo literario». Antolohit es juego en el terreno huidizo del cuento. Es mosaico, experimento, propuesta y apuesta.

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