Adios, don Eduardo

“Tranquilo, con la gracia de Dios seremos campeones. Él es justo y premia al mejor y los mejores somos nosotros. Qué duda hay”. “Que tenga voz de ángel”, le dije. Nos abrazamos y cada quien cogió su rumbo. Fue la última vez que lo vi.

De Eduardo García Vergara, tengo decenas de recuerdos. Fue mi ídolo desde los ocho años cuando proveniente de Cerro de Uruguay llegó a mi Emelec del alma, mejor dicho al Emelec de él, porque él fue el Emelec mismo. Lo idolatré desde que lo vi hacer proezas en el arco y consagrarse como un grande. Siendo niño, lloré aquella tarde de 1969 cuando leí en el diario que no volvía al equipo y que se iba al Nacional uruguayo a tapar la temporada de 1970.

Me puse muy feliz, cuando el mismo diario en 1972 anunciaba que volvía a Emelec. Lo vi jugar muchísimas veces y de él siempre tengo gratos recuerdos. Lo admiré las dos veces que el “Palillo” le rompió la cabeza, una en Copa y otra en Campeonato y pese a ello, continuó tapando; o en aquella Copa de 1973, en que le rompieron la mano y siguió tapando fracturado; o cuando le tapó un penal a Pancho Las Heras, de la U de Chile, en la Copa 73. Me emocionaba cuando lo veía besar su medalla del Corazón de Jesús que se la ponía debajo de su buzo negro. Festejé decena de tapadas y fui feliz cuando de su mano, fuimos campeones el 72 y el 79, esta vez como arquero suplente, y DT y como dirigente el 88. Es un referente histórico de Emelec y por todo lo que hizo y dio al club, el mejor arquero emelecista de todos los tiempos. Como hincha azul, era de mis preferidos: igual que mi amigo e ídolo desde la infancia, el “Bocha” Armendariz. Los dos azules que más quiero.

Lo entrevisté varias veces. En cuanto medio de comunicación estuve, buscaba pretexto para entrevistarlo. Era mi manera de acercarme al ídolo. Nos hicimos amigos. Se hizo amigo de mi familia. Nos invitó a su casa y estuvimos allí algunas veces. He tenido la suerte de compartir con grandes seres humanos, pero como él, ninguno. Azul como yo, fue un hombre noble, honesto, puro, sencillo, generoso, cumplidor de la palabra de Dios. Lo que digo, lo sabe todo el mundo y eso habla de su grandeza. Por ello no cabe que se lo alabe más en esta hora que él ya no está. Además, que triste como estoy no tengo ganas de escribir. No iba a hacerlo. Sentía que no podía, pero me di cuenta que no hubiese sido correcto quedarme callado ante la partida de un amigo, que me ayudó mucho y que trató sin lograrlo de llevarme a la Iglesia. Pero que siempre que me veía me trataba con afecto, que me daba su abrazo rompecostillas y me daba consejos.

Quedamos en comer cangrejos en su casa. Aquellos que cocinábamos con mi doña y mi hija en un negocio que tuvimos. “Así te quitas la deuda que no tienes y que por gusto sientes con mi invitación, porque los amigos nos invitamos”. No pudo ser. La vida me puso en otro andarivel y ya no le pude cumplir. Le fallé Ñato. Algo que usted jamás hizo con nadie. Porque usted nunca le falló a sus amigos. Lo recordaré siempre Don Eduardo. Mañana estaré en el Capwell para verlo partir. ¿Verlo partir?. ¡Que va!. Don Eduardo, no parte a ningún lado. Su cuerpo ya no estará aquí, pero su presencia y su legado serán eternos. Un abrazo. Buen viaje. Gracias y gracias a la vida que me dio el lujo de conocerlo y ser su amigo. Descanse en paz. Maestro.

  • Aurelio Paredes es periodista deportivo. Ha trabajado en el diario El Universo, la revista Vistazo, la revista Estadio y la cadena Ecuavisa. Su texto ha sido publicado en su página de Facebook, el 26 de febrero de 2016.

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