China

En calidad de Secretario Nacional de la FEUE, con veinte y dos años, era el más joven entre los 2000 representantes al Forum de todas las latitudes y tendencias del mundo que un enardecido Nikita Jrushchov convocó en Moscú para presumir de los innegables éxitos de la Unión Soviética y el socialismo.  Un nombre y un hecho lo sintetizaban todo: Yuri Gagarin, el primer humano que circunvaló el planeta en el espacio extraterrestre. Tras el fascinante mes en Rusia, un grupo de estudiantes de los cinco continentes, fuimos invitados a China. El más ambicioso sueño se iba a realizar. En la misma noche de nuestra llegada, el primer impacto, la Opera de Pekín en un pequeño teatro: un conjunto de la más refinada belleza, el decorado, el vestuario, la música cadenciosa de sonidos agudos de instrumentos de cuerda y percusión. Las imágenes sincronizadas en perfección de mímica, recargada pintura en rostros de ensueño, tallados en nácar. Armonía de imágenes y sonidos muy diferentes a la escena occidental. El argumento y la coreografía aludían  al triunfo revolucionario y el amor.

En el Hall de la Universidad, colocados cual monumentos, estaban tres objetos: una como consola grande, con pantalla, parecida a un piano vertical. Era un juguete de reactor atómico que los rusos habían obsequiado para que aprendieran a jugar con los átomos. Cuatro años después, los chinos hicieron estallar su primera bomba atómica. Los otros artefactos eran dos tornos. A la izquierda, el último de los tres tornos de fabricación inglesa que había en China cuando triunfó la Revolución de Mao en 1949 y que se logró reconstruirlo integro con los troqueles reproducidos manualmente. Los otros dos tornos se habían destruido en la elaboración de los troqueles para reproducir en moldes, pieza por pieza, el torno inglés. El torno de la derecha era el primero que logró ser construido en su totalidad con los troqueles reproducidos manualmente en China.

Hoy los tornos chinos están en el mundo. Es el ejemplo vivo del valor de la perseverancia humana. Visitar el Hospital marcó una  diferencia. No olía a cloroformo; olía a yerbas aromáticas. En las salas muchos pacientes exhibían finas agujas de acupuntura hechas en madera; combinan la medicina tradicional con los Rayos X. En la Universidad, 25.000 jóvenes chinos estudiaban inglés. En Ecuador y Latinoamérica, se repudiaba el inglés, como instrumento del imperialismo.

En el ámbito de los impactos imperecederos, la Muralla no tiene parangón. Dos mil años construyendo este símbolo supremo del carácter chino. Mejor viene consignar algo más personal. Una tórrida mañana de verano visitamos una comuna agrícola en Wuhan, de pronto me dio la impresión de estar en algún paraje de Chimborazo o Cotopaxi en Ecuador. Los rostros de los nativos, eran idénticos a los de nuestros hermanos andinos. Entonces recordé las viejas lecciones de la antropología que nos atribuyen a la América India, origen mongólico. No me cabe la menor duda de que somos parientes. Lo que quizá no podamos escuchar en nuestros lares, fue la expresión para consolarnos del agobio del calor: “es que Wuhan es cálido como nuestro corazón”; en el Ande hace frío.

Rescato el relato de un joven chileno que llegó seis años ha para estudiar teatro, fascinado por la mímica china; en todo el lapso no había logrado ser invitado a la casa de un chino. Desde luego eso habrá cambiado. Mas en el ámbito de lección política y social: En el hermoso parque Huangpu, con una grande y sólida entrada de piedra había una bien cuidada lápida con la inscripción: “Prohibida la entrada a los perros y a los chinos.” La conservaban como testimonio de la vesania colonial y el orgullo por la dignidad que habían rescatado. Mao declaró en algún momento que el imperialismo era un “tigre de papel”; alguien le hizo notar que el tigre tenía colmillos atómicos y que, en una guerra frontal, podían morir 400 millones de chinos; a lo que contestó con una amenaza descomunal: si tal ocurre, todavía quedarían 400 millones de chinos. Entonces solo eran 800 millones. Sobre la magnitud del conglomerado humano, guardo la imagen indeleble vista desde una colina al pasar el tren por Shanghái, rumbo a Hanói: una explanada infinita, donde se ondulaba un mar de humanidad, una masa cadenciosa, como una ola lánguida, cubriendo de sampanes las cabezas de millones de personas, donde no se veían calles, en un desfile sin fin bajo el sol reverberante de la mañana de verano frente al mar de China.

Con el paisaje que llevaba hacia Vietnam, se me grabó la consigna inscrita en todas partes, una como letanía, convertida en conducta social: “Poner todas las fuerzas en tensión, pugnar por marchar siempre adelante, bajo los principios de cantidad, calidad y economía.” Pienso que fue un credo no ideológico sino práctico de economía política. Durante décadas en el siglo pasado, las relaciones con China fueron tabú, casi un delito visitarla. Hoy la presencia del Presidente de China en Ecuador, Xi Jinping, es un acontecimiento grato y memorable. Entre las desmesuras del gigante, hay que rescatar las simplicidades que han forjado su grandeza, como ejemplo y que sirvan al provecho de la libertad, dignidad y desarrollo de nuestros pueblos, alejados de servidumbre y coloniaje.

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