Lo que no sirve para nada

El colega aceptó, fue, se sentó en la mesa y le preguntó al joven estudiante de física: “Si tiene un manómetro [instrumento que sirve para medir la presión] ¿cómo podría calcular usted la altura de la torre del reloj de la universidad?” El alumno no dudó en responder: “Tengo varias posibilidades. Una de ellas es que suba a lo alto de la torre, le ate un piolín y baje el manómetro hasta que toque el suelo. Luego mido el piolín. Otra es que mida la base del instrumento y lo vaya poniendo contra la pared de la torre, desde el suelo hasta lo alto. Otra opción es ir a la casa del bedel y preguntarle cuánto mide la torre….” El profesor invitado, sin poder contener su disgusto le dijo: “¿Nunca se le ocurrió subir a la torre, medir la presión, luego bajar, medir la presión a nivel de suelo y a través de la diferencia de esas dos lecturas sacar la altura?” El alumno respondió: “Sí, señor, eso es lo que nos enseñaron en clase pero el profesor insiste en decirnos que debemos buscar siempre nuevos caminos para lograr nuevas demostraciones”. Varios años más tarde este alumno ganó el Premio Nobel de Física.

La anécdota, cierta o no, es una maravillosa clase de pedagogía. Pero con un inconveniente. El alumno debe estar preparado para buscar esos nuevos caminos, es cierto, pero el profesor tiene que estar mucho mejor preparado para poder entender esas elucubraciones. El método no puede dar buenos resultados en un sistema en el que el profesor sabe nada más que lo que está en su libro de texto y nunca se le ocurrió, por falta de tiempo, por falta de ganas, por falta de curiosidad, de ir a las fuentes y tratar, él mismo, de encontrar esos nuevos caminos.

La facultad de economía de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid) acaba de contratar a un profesor de matemáticas de Singapur, Yeap Ban Har para que enseñe, a través de un taller con un grupo de estudiantes, el método que utilizan en su país de origen y que ha dado resultados sorprendentes. Recientemente, en un encuentro internacional de matemáticas, los niños singapurenses (este es su gentilicio), lograron hacer 618 puntos de un total de 625 mientras los españoles hicieron 505. Este método de enseñanza comenzó a aplicarse en todo el país, donde sólo hay escuelas públicas, ninguna es privada, hace unos treinta años. Hoy, los estudiantes de Singapur ocupan el primer lugar en todas las estadísticas mundiales.

En una entrevista que le hizo el diario “El País“, explica que “el aprendizaje empieza de una manera concreta, luego pictórica y por último abstracta”. Después se refiere a la teoría de la espiral “que supone intentar llegar al mismo sitio por distintos caminos sin repetir ni memorizar una única vía como hacen en las aulas de medio mundo”. A la pregunta de cuál método es mejor y cuál es peor, el profesor Yeap Ban Har responde que saber esto no es muy importante. “Lo fundamental -dice- es que los chicos adquieran el hábito de llegar a conclusiones a través de evidencias”. En este momento un profesor español hace un comentario que nos cae como un guante: las matemáticas “implican razonar y pensar, y eso es algo que se salta en España. Aquí insistimos mucho en hacer cuentas aburridas y aprender las cosas sin entenderlas, de memoria”. Cuando me encuentro con aseveraciones como estas, me vienen a la memoria mis años de colegio. Ya de adulto llegué a la conclusión que de haber tenido un buen profesor de matemáticas, de álgebra, de trigonometría, si me hubiera explicado que ellas no sirven para nada concreto y me hubiera dicho lo mucho que debe la humanidad a las cosas inútiles, no sé si hoy sería un buen matemático, pero por lo menos me hubiera ahorrado la tortura de tener que lidiar con estas materias y pasarme las vacaciones en las clases particulares que nos daba a otros tantos como yo, aquel profesor español, don Daniel Torres, a quien le hacíamos perder constantemente la paciencia. Pero ahora ya es tarde y no lo podemos remediar.

  • El texto de Jesús Ruiz Nestosa ha sido publicado originalmente en el diario ABC Color, de Paraguay.

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