El canto de cisne del movimiento indígena

Carlos Arcos Cabrera

Quito, Ecuador

En 1990 el movimiento indígena fue la encarnación de un proyecto alucinante: la democratización de la sociedad ecuatoriana. Fue la expresión de una acumulación de dignidad que llegó a Quito y marcó la historia. El movimiento indígena se sobreponía al racismo de varios siglos, a la dominación, a la exclusión: se convirtió en el portavoz de la profundización de la democracia. Fue un movimiento renovador, refrescante, profundamente revolucionario. Quito, una ciudad progresista ⎯lo cual no quiere decir de izquierda, sino dispuesta a aceptar las diversidades⎯, lo acogió generosa y brindó espontáneamente su apoyo.

En 2019, veinte años después, el movimiento indígena, o por lo menos una de sus partes ⎯hay múltiple, aunque las más visibles son las encabezadas por Jaime Vargas y Leonidas Iza⎯, dinamita la democracia en que creció y se fortaleció. Con ello, se hace un harakiri e incinera en las mismas hogueras en que arde Quito, todo el capital simbólico acumulado durante estos años. Esos dirigentes deberán rendir cuentas a su propia gente por haberla llevado a un callejón sin salida, al país y a quienes creyeron en su fuerza renovadora.

Es incomprensible que este poderoso movimiento social haya sido convertido por sus dirigentes en la fuerza de asalto a la democracia y que lo hayan puesto al servicio de poderes abiertamente antidemocráticos, particularmente del correa-chavismo. Lo chocante, difícil de explicar y entender es cómo Correa, que los acanalló, humilló y buscó destruir como ningún otro político ⎯e incluyo a la derecha⎯, los haya puesto a su disposición. Esto se hizo visible conforme pasaban las horas, más allá de las declaraciones a la que los hechos desdecían. Salvador Quishpe, un dirigente histórico del movimiento indígena que luchó incansablemente contra Correa, puso en evidencia lo que era un secreto a voces: el correa-chavismo dirigía el movimiento.

No olvidaré a Vargas justificando el asalto a la Contraloría y afirmando que era el pueblo de Quito como reacción a las medidas económicas. ¿Ingenuidad o cinismo? En sus palabras no había intención alguna de diferenciar a los militantes del movimiento de aquellos que buscaron destruir las pruebas de corrupción del correísmo. Sí, tal vez no todos los dirigentes son correístas, pero quienes tienen actualmente la batuta del movimiento consciente o inconscientemente han jugado a favor del hombre de Bélgica y de sus aliados de Caracas.

El correa-chavismo se ha mostrado en extremo hábil. No solo logró subordinar a sus intereses al movimiento indígena, sino que aglutinó en torno suyo a los grupúsculos de la izquierda radical que se quedaron sin sustento ideológico y que han encontrado en el bolivarianismo su nueva inspiración: de las loas a Mao, al Che y a las FARC han pasado a los cantos bolivarianos. Nunca tuvieron fuerza por sí mismos, ahora la tienen sobre las espaldas del movimiento indígena o por lo menos de algunas de sus tendencias.

Por último, el movimiento indígena resultó un buen apoyo para los verdaderos beneficiarios de los subsidios: los grandes transportistas de carga (un cuasi monopolio) y de pasajeros, los contrabandistas de combustible y los grandes productores ineficientes que utilizan combustibles fósiles. Por cierto, no agradecerán a Vargas y compañía; ajustarán sus precios y volverán las espaldas a sus aliados circunstanciales. Es hora de volver al negocio. El paro es una molestia.

Lo que no entendieron o no quieren entender los actuales dirigentes de la CONAIE es que el movimiento creció profundizando la democracia. El deterioro del capital simbólico del movimiento indígena comenzó con su involucramiento con el gobierno de Lucio Gutiérrez del que fue artífice Virgilio Hernández, hoy convertido en uno de los líderes del asalto correo-chavista a la democracia, con la destrucción de Quito, como tributo a sus jefes en Bélgica y Caracas.

Se podrá acusar al gobierno de Moreno de no haber dialogado antes de adoptar las medidas o que debía buscar medidas alternativas, etc., etc. Probablemente les asiste la razón a quienes así piensan.

Sin embargo, me pregunto ¿Hubiese sido otra la reacción? No lo sé. Como dice aquella frase: «La historia lo juzgará». El de Moreno es un gobierno pasajero como lo han sido muchos desde los noventa ―faltan los dedos de las manos para contarlos― en que el movimiento indígena saltó a la arena política, a los que sobrevivió. El de Moreno, siendo un gobierno políticamente débil tomo una decisión fuerte, una que ningún gobierno anterior se atrevió a tomarla desde hace por lo menos treinta años. Preguntarse si tenía alternativas es hoy por hoy una pregunta vana.

El asunto de los subsidios lleva muchos años en la carpeta de las decisiones sobre política económica. A comienzos de los noventa, cuando el INEC comenzó a realizar las encuestas de hogares se demostró que tanto los subsidios a la electricidad como a los combustibles beneficiaban de una forma escandalosa a los grupos de más altos ingresos. Eso lo sabían tanto los economistas de derecha como los de izquierda, académicos y no académicos, los del antiguo CONADE, los de la actual SEMPLADES y el Banco Central. En treinta años podían haber diseñado alguna política alternativa a los subsidios. ¿Esa inacción en el campo específico de su profesión, no es también responsable de lo que ahora acontece?   

Las consecuencias de lo vivido en estos días son nefastas. Los actuales dirigentes de la CONAIE, (no creo en su ingenuidad ni en la teoría del «tonto útil» pues tienen largo camino recorrido en la arena política y un profundo aprendizaje de cómo hacer política) no intentaron buscar aliados, sino que se convirtieron en la fuerza incendiaria, en el garrote del correa-chavismo. Han desatado una ola de racismo ―esa tenebrosa bestia que caracterizó nuestra historia y que estuvo dormida a la espera de una oportunidad para volver a escena― con la destrucción del espacio público urbano de Quito, con la agresión a la Cruz Roja, a bomberos, periodistas, vehículos privados, medios de comunicación; con el cerco a las principales ciudades de la Sierra, a las que incluso se les privó de agua en el caso de Ambato, de alimentos y gas en el caso de Cuenca. Sí, el racismo ha resucitado: basta ver lo que sucede en las redes sociales. Una vuelta al pasado que compromete el futuro.

Además, se ha evidenciado el doble criterio que utilizan los defensores de los Derechos Humanos ¿Cómo se puede guardar silencio cuando se deja a una ciudad sin agua, sin víveres, sin gas? ¿Estas acciones no atentan contra los Derechos Humanos? ¿Acaso los Derechos Humanos de quienes viven en Ambato, Cuenca o Latacunga son de segunda categoría? ¿Solo viola derechos el policía que lanza una bomba lacrimógena y garrotea a un manifestante? ¿No viola los Derechos Humanos quien evita que la Cruz Roja haga su trabajo, al igual que lo bomberos?  Está en entredicho la ética de los defensores de los Derechos Humanos.  No estuvieron por sobre el conflicto: tomaron partido no por el bien superior de lo que dicen defender, sino por una de las partes en conflicto. Su conducta debería ser un imperativo categórico, en palabras de Kant y no basarse en sus preferencias políticas y simpatías sociales.

El balance de estos días es siniestro: el movimiento indígena malbarató su capital político y simbólico.  De ser una poderosa fuerza democratizadora, como lo fue en el pasado en que hizo evidente su visión estratégica de lo que debía ser el Ecuador, y que por tanto veía más allá de la lógica cortoplacista de los gobiernos y de los partidos políticos, se ha convertido en el movimiento que dinamita la democracia. Nuevamente, las débiles costuras que unen a esta contradictoria y fragmentada sociedad están por desgarrarse: Costa contra Sierra y viceversa; ciudades contra el mundo rural, mishus contra indios y viceversa, con un agresivo racismo de lado y lado,  urbanizaciones contra comunas, vecinos contra vecinos y así.  Por último,  ha contribuido a poner en duda el apoyo ciudadano a otros movimientos sociales. No se puede salir bien librado achacando toda la culpa a un gobierno débil y circunstancial que paga los costos del despilfarro y la masiva corrupción del gobierno de Correa, aunque le quepa una buena dosis de responsabilidad. 

No sé lo que suceda en el futuro, no sé si el futuro existe para un país imaginario, pero sospecho que este 12 de octubre de 2019 en que escribo esta nota,  el movimiento indígena vivió su canto de cisne. Es tan solo una sospecha. ¿Sobrevivirá en el futuro? ¿Encontrará nuevamente su vocación democratizadora y su visión nacional abarcadora e incluyente? ¿Se convertirá, como lo ha sido en estos días, en la fuerza de choque del correa-chavismo?

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