¿Violencia?

Raúl Andrade Gándara

Rochester, Estados Unidos

En el pasado remoto, las diferencias se resolvían a golpes. El palazo del troglodita para marcar su territorio y llevar a la presa a su cueva denota lo atávico de la reacción. Sí. Desde el inicio el ser humano fue violento. Era su forma de supervivencia. Y esa violencia se ha mantenido,a través de los siglos, con diferentes grados, egún la evolución o involucion del grupo humano.

La mujer, por su contextura más débil y por su mayor fortaleza emocional, ha sido una de las perjudicadas. Pero también lo han sido los niños, los hombres,l os animales. La naturaleza no hace diferencias. Es cruel y práctica. Los libros más antiguos aportan con relatos que sostienen hábitos crueles e impensables desde siempre.

Si la esclavitud no habría sido abolida, tendría muchos fervientes admiradores y usuarios hasta nuestros días. En el afán de calmar estos instintos primitivos, la sociedad se ha esforzado en trazar límites, a través de las leyes, la religión, las costumbres. Y algo ha logrado.

Entre los seres evolucionados, se ha logrado crear el respeto hacia el otro como norma de vida. Pero la lucha es permanente. Cada cierto tiempo, los abusos salen a flote, y generan reacciones incomprensibles, explosivas e inexplicables para el espectador poco entrenado. Y es que aceptar la dinámica de abuso del hombre contra sus semejantes es doloroso.

Reconocer la insensibilidad, la ceguera, la confianza infinita en instituciones cuyas bases se han ido socavando con los años y la pérdida de las razones para las que fueron creadas, la prepotencia que acompaña a determinadas reglas de convivencia, deviene en un caldo de cultivo que, como olla de presión, explota si no es escuchada.

La comunicación instantánea de nuestra época nos permite apreciar los focos de rebelión e inestabilidad alrededor del planeta. Y todos tienen un mismo origen. La sensación de opresión e injusticia de un grupo frente al otro. Mujeres en marcha contra la violencia de género, minorías inconformes frente a su situación, prácticas inhumanas bajo justificaciones religiosas, abusos a menores por parte de sus familiares y mentores, configuran un universo convulsionado e imperfecto, que permanentemente busca fórmulas para rescatarse a sí mismo.

Lo lamentable es constatar como esas protestas legítimas y dignas de todo respeto se distorsionan, se manipulan y salen de contexto, permitiendo así a una manga de oportunistas salir al frente y llevar el agua a su molino, para finalmente lograr sus fines sin satisfacer la verdadera razón del reclamo.

Mujeres con el torso desnudo que protestan por el machismo imperante se vuelven una caricatura del mensaje original. Vándalos con la cara tapada, saqueadores y violentos, desprestigian a la lucha social y demuestran que sus motivaciones son otras, protervas y caóticas.

Las denuncias contra la pedofilia en centros de educación católica se convierten en un ataque contra una religión, sus símbolos y sus credos.

El verdadero enemigo es el ser humano y su insensibilidad frente a los problemas que su propia naturaleza provoca. Muy pocos se atreven a desnudar el rol de la madre en las actitudes machistas del futuro varón. Muy pocos organismos trabajan realmente en lograr una educación integral en términos de ética y moral en los hogares, tan convulsionados por factores internos, externos y crisis de valores.

En vez de quejarnos de las innegables injusticias y violencia existentes, sería importante establecer líneas de planificación y conducta a través de organismos rectores de salud, educación y bienestar social en términos activos y no burocráticos.

Los problemas hay que enfrentarlos desde el poder sin duda, pero también con una contraparte activa y propositiva por parte de la sociedad en su conjunto. La protesta es apenas el inicio del camino. Son las propuestas ulteriores y la forma de lograrlas las que van a permitir concretar resultados y afanes.

El activismo destructivo solo desnuda nuestras carencias. Sacar niños abusados a las calles únicamente aumentará su calvario. Buscar soluciones permitirá mitigar y enfrentar el daño que han sufrido. Esa es la diferencia. Y no es sutil. Eso es lo que hay que lograr.

Frenar el bullying, es decir la prepotencia y abuso de los montoneros, es algo que se aprende o frena desde las aulas. La permisividad y la falta de empatía de los profesores es el detonante. Hay mucho trabajo por hacer. Y hay que hacerlo. Y para eso hay que empezar por reconocer que el fardo lo llevamos sobre nuestras espaldas, y nuestra rebeldía la ocasionamos nosotros mismos por la ausencia de valores en los hogares, en la educación y en la acción política.

Tenemos que mirarnos al espejo, y entender que nuestra posición, cómoda, indolente o inconforme, sirve para justificar nuestras carencias y nuestros resentimientos contra el resto, y empezar a trabajar en superarlas antes que agredir a quienes consideramos responsables de nuestros fracasos. Y allí, quizás, nuestros reclamos sean realmente una forma de mejorar nuestras vidas.

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