Licencia para odiar

María Cristina Bayas

Quito, Ecuador

Un exdiputado, en un arrebato en Twitter, se manifiesta en contra de los homosexuales. Algunos activistas piden al Defensor del Pueblo que actúe, por considerar que sus expresiones son discurso de odio.

Pero esa preocupación original de los activistas por la igualdad, al contrario de lo que podría parecer, puede existir solo si se permite incluso lo que es catalogado como discurso de odio.

Y no porque en sí mismo este tipo de manifestación sea aceptable, sino porque no hay forma objetiva de decir cuándo existe ese tipo de expresión.

En ese sentido, hay quienes defienden el estándar estadounidense en esta materia, el cual no aplica en el Ecuador. En Estados Unidos reiteradamente se ha protegido el discurso de odio bajo la Primera Enmienda. Según Cristina Rousseau, abogada de Van Dorn, Curtiss, Rousseau & Ross, un estudio jurídico de New Hampshire especializado en litigios civiles, una de las razones de proteger este tipo de manifestación, es que la delimitación acerca de lo que es discurso de odio “podría ser algo que cambia con el Gobierno, con los individuos, con los tiempos”, y que, en lugar de dejar esa decisión a la subjetividad de las personas o de las ideologías dominantes, la Constitución protege en todos los casos.

Rousseau está de acuerdo con este estándar por portar objetividad y porque, al ser el concepto de discurso de odio tan amplio, no es claro cuándo sancionar estas expresiones y cuándo no hacerlo. Refiriéndose a casos concretos en los que alguien expresó odio con sus palabras, dice que puede estar en desacuerdo con el contenido y la ideología de lo que se dijo, pero que aún así es deseable que el discurso de odio cuente con protección constitucional. “O proteges a todos o no proteges a nadie”, explica.

Cabe también pensar cuántas veces la figura de discurso de odio ha sido utilizada con ánimo de censura; con afán de frenar expresiones artísticas, cuadros, libros e incluso el humor que a alguien le disgusta. Porque la vaguedad de esa figura deja a la libre interpretación y a las creencias de sujetos concretos la denuncia de estar frente a ese tipo de relato o de no estarlo. Basta recordar el mural de artistas feministas de Bolivia, ¨El Milagroso Altar Blasfemo¨, que se ubicó cerca de la Iglesia de la Compañía en 2017 y que criticaba a la religión católica. Con el argumento de que era discurso de odio, se logró su posterior reubicación. Pero antes de eso un discusión social estalló porque, lo que para unos era libertad de expresión, para otros era discurso de odio.

En una colaboración para el Washington Post, Suzanne Nossel, CEO de PEN America, la principal organización de derechos humanos y libre expresión, menciona que el problema con el concepto de discurso de odio es que es demasiado maleable como para ser de ayuda. ¨Su significado es inexacto, elástico y, a menudo, malentendido…¨, sostiene.

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Por otra parte, no es sensato pensar que no debería haber ningún límite a la libertad de expresión. En el estándar estadounidense, sí los hay. Algunos de ellos son que el discurso sea una acción criminal o bien incite a la violencia de manera inminente, a cometer actos delictivos, o que sean una amenaza directa para alguien. Se protegen, entonces, solamente palabras, discursos, manifestaciones. No acciones que sean, de hecho, discriminatorias; mucho menos delitos de odio.

Hablando de uno de los límites anteriores al alcance de la libertad de expresión, el ejemplo que pone Rousseau es si alguien, al frente de una sinagoga, grita “¡Quememos este edificio!”, incluso si no lo dice en serio. En ese caso, explica, en los Estados Unidos la expresión no se castigaría porque ella podría ofender a los judíos; sino porque podría haber ahí un inminente peligro para otro, sea quien sea ese otro.

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No se puede ignorar el hecho de que las expresiones ofensivas pueden provocar daño. Pero la regulación en este asunto debería ser individual, no legal. Más que regulación del Estado debería haber autoregulación tanto de individuos como de organizaciones.

Cuando ocurrieron los asesinatos a doce personas en las instalaciones de la revista parisina Charlie Hebdo por parte de islamistas, luego de que publicaran una serie de cómics burlándose del Islam, el portal de noticias ecuatoriano GK cambió el nombre de una de sus secciones informativas de la web de “Fuck You, Curuchupa” a “La vida de los otros”, y escribieron un artículo para explicar a sus lectores el criterio detrás de su decisión. En él notaban que parecería que hay demasiadas personas convencidas de que tienen la razón, así como demasiados dedos apuntándose los unos a los otros. Eligieron no ser uno más.

Esa comprensión de que herir algo sagrado de la identidad de una persona no aporta al debate y puede ser grave, fue una decisión individual de los periodistas del portal GK, no impuesta por la vía legal. Y a pesar de que dejaron claro que nunca habían atacado a nadie en particular, sino más bien desafiado un grupo de ideas conservadoras, prefirieron cambiar el nombre de la pestaña de su plataforma web. Este tipo de acción privada y libre es la que moviliza el cambio, en este caso, con una decisión interna, que también podría haber sido en forma de códigos éticos de un medio de comunicación.

En el artículo de GK se expresaba el deseo y la importancia de centrar el debate solamente en argumentos. Y aquí vale invocar el criterio de ¨libre mercado de ideas¨. En él se reconoce que una idea pobre va a ser combatida por una que es sólida. No hay necesidad de silenciar las ideas porque ellas compiten entre sí y prevalece aquella que aporta verdad.

En un fragmento de ese texto de GK, los periodistas también escribieron: “… vemos con preocupación cómo cierto activismo en el Ecuador se intenta convertir en el nuevo status quo. No parece que quisieran una sociedad tolerante e inclusiva, sino la suplantación de un canon por otro. Entonces, recurren a las cortes y las superintendencias para que lo que ellas consideran ofensivo se vuelva la nueva norma imperante”.

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No se debe penar el discurso de odio, pues en la Humanidad las ideas permutan. Porque en todos los tiempos, incluyendo el actual, ha habido grupos humanos que no son considerados humanos. Porque siempre han existido los grupos de segunda categoría, los otros a los que sí está legitimado odiar y donde el odio incluso ha llegado a materializarse a través de la ley: la segregación racial, la esclavitud, las castas. No hay nada que se pueda decir contra esos otros que constituya discurso de odio, pues se porta una licencia para odiar.

Por eso, pensando en una sociedad más justa, lo mejor que se puede hacer en esta materia es cuestionar si no habrá otros a los que en estos tiempos resulta natural ofender. Y en lugar de esperar que el odio se cure con sanciones, para construir igualdad, lo único que hay que hacer con el discurso que lo difunde es rechazarlo categóricamente. Y no promulgarlo.

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