Las grietas del periodismo

Samuel Uzcátegui

Quito, Ecuador

Se suele creer que la acción desinteresada de querer informar a la sociedad y dar una voz a quienes no la tienen convierten al periodismo en la más noble de las profesiones. Esto no es más que una vista utópica de un modelo más que defectuoso. El periodismo siempre ha sido imperfecto, pero desde su maridaje con las redes sociales se ha notado un cambio de paradigma en el accionar de los medios, más para mal que para bien. El periodismo tal y como lo conocemos está agrietado y necesita reinventarse. La superficialidad de las redes sociales desvirtúa cualquier bienintencionada razón por la que muchos decidimos incursionar en el mundo de la comunicación. Independientemente de si se es profesional de la comunicación o un simple consumidor, la crisis que enfrenta el periodismo nos perjudica a absolutamente todos.

La abundancia de medios que se adaptan erróneamente a los tiempos y al querer monetizar su oficio caen vagamente en priorizar la cantidad sobre la calidad o en abusar de titulares exagerados para atraer clicks está consumando la muerte del periodismo. A esto se le suma el auge del palangrismo, de ese periodismo de trincheras maquillado bajo el concepto de ‘publicidad’, que impulsa narrativas, posiciona personalidades políticas y recibe dinero de las arcas públicas, generando un claro conflicto de intereses.  Sin olvidarse de esos líderes de medios que cierran espacios a historias más extensas para retratar únicamente pinceladas de la realidad, razón por la que cada vez vemos menos crónicas y más notas ‘secas’ de 150 palabras, anulando el sentido crítico del lector y en ocasiones, banalizando hechos de coyuntura.

 También está el periodismo mediocre, blando y complaciente que solo repite las versiones oficiales y no se toma la molestia de contrastar y hurgar en lo más recóndito de un hecho para descubrir hasta el más mínimo detalle. Y por supuesto, el periodismo egocéntrico, de aquellos que asumen que su opinión es la opinión de todo un colectivo, creyendo que los que no están a su favor entonces están equivocados, dejando de lado contextos y diferentes percepciones. De esos que con aires de grandeza ningunean con intransigencia el trabajo de los demás y no buscan más que un galardón o un reconocimiento.

Y también, la proliferación del periodismo unidireccional, que juzga los hechos desde su propia burbuja denotando una clara línea editorial inquebrantable, cercenando conversaciones que su labor debería iniciar, no terminar.

Un factor de los que más daño hace al oficio es el periodismo deshumanizado, como lo que hizo TMZ al dar la noticia de la muerte de Kobe Bryant antes de que los familiares de las víctimas estuvieran enterados. Donde el deseo de ser el primero en contar la historia y lucrar de una tragedia puede más que cualquier sistema de valores y/o norma deontológica. Igual que los periodistas cínicos que criminalizan gentilicios agarrándose de un único hecho aislado, conociendo el alcance de sus acciones y su responsabilidad dentro del medio. Es ese periodismo emético, inhumano y desagradable, como lo que hicieron decenas de medios con el femicidio de Ingrid Escamilla en México, publicando fotografías del cadáver y titulando: “La culpa la tuvo Cupido” justificando la violencia de género bajo el balurdo estatuto jurídico del crimen pasional. El caso de Ingrid no es aislado, la mal llamada crónica roja es lucrativa, y a pesar de que en las aulas de clases siempre se ha usado este tipo de prensa como el ejemplo claro de lo que es el mal periodismo, se sigue y seguirá haciendo mientras exista un público para ello y no haya regulación alguna por parte de las autoridades competentes. 

Todos estos factores que intoxican al periodismo obviamente no son aplicados por todos los medios. El auge de las redes sociales ha permitido democratizar y abrir la puerta a nuevas alternativas, de la mano de gente talentosa. Pero el periodismo es un jarrón de porcelana, que se agrieta cada vez más cuando se aplican cualquiera de los modelos explicados. Y se daña a todo un colectivo, no solo a un medio de comunicación específico. Este imperfecto modelo es una enorme estructura, casi imposible de derribar, que por más que la critiquemos, tanto profesionales como consumidores nos hemos adaptado a ella en vez de velar por la creación de una nueva y renovada manera de hacer periodismo.

Esto genera que grupos de la sociedad no crean lo que leen y desacrediten los auténticos intentos de mejorar la manera de cumplir el oficio por pensar que es más de lo mismo o conspirar creyendo que responden a los intereses de cierta agenda oculta. Y también, que periodistas honestos sacrifiquen lo mejor de su labor para reparar las grietas del periodismo, teniendo que atenerse a engorrosos límites de palabras, dejando por fuera centenares de detalles determinantes. O que talentosos profesionales pisoteen sus ideales por participar en el concurso de popularidad en el que han convertido el negocio de la comunicación. Por ejemplo, existen salas de redacción donde se da un incentivo económico si se alcanza cierta cantidad de clicks, en dicho caso para la mayoría será sencillo ignorar la ética profesional y hacer lo que sea necesario para posicionarse en un cargo.

“Para ser un buen periodista hay que ser buena persona”. La trilladísima frase del periodista polaco Ryszard Kapuściński mantiene vigencia, y a pesar de ser una frase sencilla de entender, da inicio a conversaciones para definir lo que es el buen periodismo. Conversaciones que como conjunto debemos tener, independientemente de si se es periodista o no. El periodismo tiene una importancia medular en cualquier sociedad democrática, debiendo ser el contrapoder, sin hacerle el juego sucio a aquellos que quieran posicionar implícita o explícitamente sus ideas de mundo, valiéndose del decadente periodismo moderno. Es hora de dar importancia y apoyo a las nuevas alternativas, de deshacerse de ese rígido modelo de periodismo que no se atiene a las necesidades de un público que está hambriento por información y de ser, como sociedad, exigentes y críticos (partiendo del respeto) con los medios que dicen darnos una voz.

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