Tiempo de mercenarios

Antonio Sánchez García

Caracas, Venezuela

No es el oficio más viejo del mundo, pero es indudable que se ejerció en los comienzos de la guerra independentista. Visto el fracaso de la comisión encomendada a quienes fueran a Londres intentando ganarse el respaldo de la Corona Británica, renuente a involucrarse en el enfrentamiento de la Provincia de Venezuela con sus aliados españoles, uno de sus miembros, el joven Simón Bolívar —los otros comisionados fueron López Méndez y Andrés Bello— reclamó la presencia de tropas extranjeras que participaran en calidad de mercenarios en el conflicto.

Los hubo ingleses, irlandeses, incluso franceses. Y algunos alemanes —los Uslar—. Brazos y espadas contratados para que participaran del conflicto armado. Y hasta hubo muy serios problemas cuando, a punto de iniciarse la campaña de reconquista desde Colombia, se negaran a continuar prestando sus servicios ante el incumplimiento contractual de parte del Gobierno de la República.

De manera que no es necesario escandalizarse por la torpe, ingenua y muy infeliz iniciativa de Juan Guaidó y su equipo de asesores —un mercenario electoral, entre ellos— montando la chambonada —otra más— que hoy es motivo de escarnio y risa en las cancillerías de nuestra región. Y motivo de disgusto y desagrado del Departamento de Estado, que no sabe cómo entendérselas con una montonera política de tanta torpeza e ineficacia.

Voltaire, en su diccionario filosófico, les reconoció toda su importancia al señalar que detrás de todo rey había un mercenario. Y debajo de cada corona, una espada. El mundo entero le ha rendido pleitesía y amor eterno a un mercenario de pelo en pecho: el rosarino Ernesto Guevara. Mercenario fue el comandante Arnaldo Ochoa Sánchez, de destacada figuración en las guerras mercenarias de Fidel Castro en África. Mercenarios fueron él y su grupo de guerrilleros que invadieran Venezuela en los sesenta. Mercenarios son las decenas de miles de soldados cubanos que invaden Venezuela. Y de todos ellos, el más mercenario es el colombiano Nicolás Maduro, al que un grupo de mercenarios de una empresa de seguridad norteamericana pretendía desalojar del poder.

Y si a ver vamos, el primer mercenario de la historia de América Latina fue el venezolano Simón Bolívar. Así “la causa” libertadora, de la que aún estamos pagando los costos, despejara el camino de motivos crematísticos, obligado ingrediente de las transacciones mercenarias.

¿Por qué razón, me pregunto yo, prefirió Juan Guaidó recurrir a mercenarios norteamericanos antes que a demandar la aplicación del artículo 187 numeral 11 constitucional y exigir la intervención de gobiernos aliados en aplicación del R2P en la lucha contra el castrocomunismo cubano en Venezuela? ¿Por qué razón prefiere cohabitar con el régimen y servir la farsa del interinato, en lugar de levantar a su pueblo contra la tiranía y encabezar la lucha de liberación de nuestro pueblo contra los mercenarios invasores cubanos?

El principal y más grave problema que enfrentemos los venezolanos es carecer de un pueblo capaz de enfrentarse a la tiranía y luchar a brazo partido por la reconquista de nuestra libertad. Es el peor y más doloroso efecto de una clase política negociadora, apaciguadora, negociante y cobarde. Que prefiere convivir con la tiranía antes que recuperar la libertad. Aún peores son esas características en una clase empresarial sin el menor patriotismo. Así hemos llegado a esta ominosa situación: contratar a unos mercenarios a ver si nos sacan las patas del barro. ¡Pobre Venezuela! ¡Qué bajo hemos caído!

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