Responsabilidad política y lavado de manos

Fernando López Milán

Quito, Ecuador

Cuando un político llega al poder está sujeto a la responsabilidad política, es decir, a la obligación de asumir las consecuencias de sus decisiones y las de sus subordinados. Sobre todo, de aquellos que han sido nombrados por él para desempeñar algún cargo en su entorno.

Este es el caso de los puestos de libre remoción, que suelen llenarse con personas de confianza del político. Directores, subdirectores, coordinadores, y una amplia gama de mandos medios y altos entran en dicha categoría.

La primera responsabilidad del político es escoger bien, en virtud de rigurosos criterios técnicos y éticos, a quienes le acompañarán en el ejercicio de la función pública. De manera que el famosos dicho “dime con quién andas y te diré quién eres” no se vuelva en su contra.

Los políticos, en la selección de estas personas, no tienen opción a equivocarse. Pero se equivocan con frecuencia o, si no se equivocan, eligen a personas de su misma calaña, o se someten a presiones externas, con la consecuente renuncia a sus principios, o, simplemente, eligen a quien les puede aportar algún beneficio.

El político debe actuar con tal cuidado, con tal pulcritud en la selección de sus colaboradores que, cuando se tercie, no tenga reparos en poner las manos al fuego por ellos. Si el político es “alguien”, no puede ir acompañado de “cualquiera”.

Si ha actuado como debe, el político no se encontrará, durante el ejercicio de sus funciones, con desagradables sorpresas. Menos aún, si al cuidado en la selección de sus colaboradores ha sumado el seguimiento sistemático y profesional de su desempeño, y no ha renunciado en favor de terceros al cumplimiento de sus responsabilidades.

La avalancha de casos de corrupción que se ha dado durante la actual emergencia sanitaria nos dice que muchos políticos ecuatorianos han actuado sin la responsabilidad debida en la selección de sus colaboradores. Aunque, ciertamente, siendo algunos de ellos también corruptos, no han hecho más que elegir a las personas que necesitaban.

El poder en la función pública tiene una estructura piramidal, como la que, según Étienne de la Boétie, sostiene al tirano. Si el presidente nombra a un ministro corrupto, este, a su vez, nombrará unos dos funcionarios corruptos para que lo secunden, y estos, otros dos, y estos, otros tantos. Claro que no todo el mundo en la función pública tiene el poder para nombrar personal a su servicio, pero todos, si son corruptos y ocupan un cargo, tienen la posibilidad de proporcionar algún beneficio a quienes se encuentran en la parte inferior de la pirámide (en la parte superior también) y, de esta manera, ganarlos para su causa.

A través de este sistema de entrega de favores, y con las excepciones del caso, todos los miembros de la pirámide, desde la base hasta la punta, se ven comprometidos. Por eso, es difícil desarmar las estructuras de corrupción instaladas en las instituciones públicas. Hay demasiada gente implicada y demasiada gente que proteger.

En el país, desde siempre, ha operado en estas instituciones una infraestructura favorable a la corrupción, compuesta por mandos medios y bajos: secretarias, directores departamentales, choferes, bodegueros…
Cuando arriba a ellas un jefe honesto, los miembros de la mentada infraestructura intentan boicotear su labor, y, si esto no resulta, adoptan un perfil bajo o, como los osos, entran en hibernación hasta que llegue una estación más propicia para el robo. Si viene, en cambio, un jefe corrupto, se activan de inmediato y se ponen a su servicio.

La corrupción se combate previniéndola y no solo reaccionando cuando los hechos se han consumado. Una manera de prevenir la corrupción, y esta es una tarea de los políticos, es elegir escrupulosamente a los miembros de su equipo de trabajo. Lo que supone tomar por guías a la técnica y a la ética, y no a los principios del clientelismo; entre otros, el pago de favores, la creación de nichos de poder personal o partidario en las instituciones, la formación de lealtades.

Durante el “correísmo”, la infraestructura pública para la corrupción funcionó al ciento por ciento. E, incluso, se vio ampliada y fortalecida. Y se ha mantenido activa durante el gobierno de Lenín Moreno.

Resulta evidente, pues, que de los recientes hechos de corrupción ocurridos en el país son responsables no solo sus autores directos, sino, también, quienes los nombraron, seleccionaron y mantuvieron en sus cargos.

De lo ocurrido en el Municipio de Quito es responsable Jorge Yunda, por haber nombrado y delegado sus responsabilidades de autorizador de gasto en un funcionario, Lenín Mantilla, cuyos méritos mayores para haber llegado al cargo de secretario de salud del Municipio se reducen a ser amigo del alcalde y “correísta” convencido.

De lo ocurrido en la Secretaría de Riesgos, y en innumerables instituciones públicas, es responsable Lenín Moreno por su empeño en mantener intacta la infraestructura corrupta del “correísmo” y por seguir apoyándose en ella, pese a que, paradójicamente, afirme estar luchando contra la corrupción.

De lo ocurrido en la Prefectura del Guayas es responsable Carlos Luis Morales, el prefecto, quien no encuentra nada raro en que un señor sin ninguna formación profesional, y menos en epidemiología u otra rama de la medicina, presida una empresa contratada para elaborar proyecciones estadísticas sobre el desarrollo de la Covid en la provincia.

Responsable es, sin duda, Jaime Nebot, por haber apoyado la candidatura de Morales a la prefectura, aprovechando la popularidad que este obtuvo como arquero de Barcelona y locutor de televisión. Él, sin embargo, niega empecinadamente su responsabilidad y la de su partido, arguyendo que, si el caso de Morales daña la “imagen del Partido Social Cristiano, (…) se lesionaría la imagen de todos los partidos políticos del país», pero no es así. En los hechos penales, quien responde es el que comete el delito, si lo cometió. Nadie más. Porque si no, vamos a llegar a conclusiones tan absurdas, perdóneme la irreverencia, de que Jesucristo también era culpable de que Judas lo haya vendido, porque lo nombró apóstol » (Diario El Universo, 3 de junio de 2020).

¿Renunciará Yunda? ¿Renunciará Morales? ¿Renunciará Nebot a sus pretensiones a la presidencia de la República?

Por razones sanitarias y de las otras, se ha vuelto muy popular entre los políticos ecuatorianos el lavado de manos.

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