Los falsos becarios y el rol de las academias

Diego Montalvo

Quito, Ecuador

En Estados Unidos, Inglaterra, Suecia, Nueva Zelanda, Japón, Alemania, España, Italia y demás países del primer mundo constituye un gran mérito ser becado por el Estado y poder continuar con los estudios personales para adquirir conocimientos en pro del país. Pero, en el Ecuador la situación es distinta. Aquí el único requisito es ser amigo del presidente o el ser afiliado a su partido, algo que se vio durante la Década Mediocre del correísmo. La creación de la Secretaría de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación (SENESCYT) no ha tenido nada de científica, tecnológica ni ha innovado nada.

Los bachilleres eran obligados a “estudiar” carreras con nombres exagerados y pomposos que, tras su regreso, solo sirvieron para inflar la burocracia (eso a los que se les obligó a retornar al territorio nacional). La fuga de cerebros fue una farsa inventada por Rafael Correa y René Ramírez —que mientras estuvo al frente de ese organismo paupérrimo nunca explicó el verdadero destino de los fondos de becas—.

Mientras, por la otra cara de la moneda, casi un millón de jóvenes no han podido acceder a un cupo para cursar la universidad. El examen de ingreso antes conocido como ENES (hoy Ser Bachiller) cambia de juego según las normas que estipula el Ejecutivo. Por ser homosexual un punto extra, por ser indígena dos puntos más, por ser afro tres puntos más y así sucesivamente. Previo al examen había que llenar una encuesta donde se debía contestar ciertos temas un tanto irrisorios como si el colegio donde el becario solicitaba esa ayuda era uno público o privado. Además, debía otorgar información sobre los materiales con los que estaba construida su casa, cuantas televisiones tenía, si poseía acceso a internet, si había algún discapacitado dentro del hogar, si alguien en la familia tenía un celular y otras barbaridades por el estilo. Esa era la medición del talento.    

Los puntajes exorbitantes para poder “escoger” una carrera representan un dolor para los estudiantes. Los padres de familia se angustian porque sus hijos cursan mil veces el examen y sorpresivamente nunca llegan al puntaje adecuado. El periodista de investigación Fernando Villavicencio reveló para diario El Mercurio  que “Son centenares de privilegiados con becas, hijos, sobrinos, primos, amigos de los capos correístas, en grandes universidades, con todo pagado, mientras miles de jóvenes aquí abandonados. Vamos a destapar a Stefannie Gaibor Cely, sobrina de Nathalie Cely, con beca completa en Inglaterra; también su hijo, Iván Hernández Cely, fue becado a la Universidad de Pennsylvania”.

La pregunta que surge entonces es: ¿de qué democratización de la educación hablamos? Yo personalmente conocí amigos “becados” que militaban en el movimiento Alianza País o eran muy allegados al correísmo. Uno hasta recibió una carta del entonces alcalde de Quito Augusto Barrera y sus propósitos académicos se tradujeron en viajes por toda Europa (en teoría iba a estudiar en Inglaterra) y un exprofesor escolar que sube fotos con botellas de cerveza mientras era becario de la SENESCYT, en eso ha invertido el Estado los fondos que bien serviría para que la aprovechen gente de bien.

La Contraloría General del Estado debe exigir la devolución de ese dinero y el pago con creces del despilfarro de millones de dólares en becas y luego destinar esos fondos a los graduados que no han tenido un cupo para continuar con sus estudios. Por otro lado, la discusión de la paupérrima calidad educativa del Ecuador agraviada con la llegada de Alianza País, muestra que a este movimiento poco le importa que la gente se eduque. Y la razón es que vivimos tiempos donde la ignorancia debe ser la principal arma. Por ello la tesis de Guillermo Lasso de abolir la SENESCYT es un acto de lo más patriótico.            

Los beneficios dados a dedo, ponen otra discusión sobre la mesa. Cada vez el pensamiento se ha vuelto menos crítico. Desde la Antigua Grecia las universidades fueron centros donde se debatía sobre asuntos políticos, filosóficos, económicos, leyes y matemáticas (entre los asuntos más relevantes). No cualquiera podía acceder el privilegio de estudiar, menos aún el de impartir cátedra. Para las sociedades actuales si alguien defendiera esta idea sería considerado como una atrocidad.

No obstante, puede que el estudio haya sido privilegiado, pero el rol que tenían las academias en tiempo de Pitágoras, Aristóteles, Platón, Sócrates y demás pensadores era fundamental para la sociedad. Digámoslo más claramente: eran genios. Los grandes personajes que se formaron profesionalmente en las universidades hasta las década de los ochenta eran personas cultas y de brillantes ideas, muchos hasta resultaron grandes estadistas para sus naciones cuando tomaron el poder. En Ecuador basta nombrar a Camilo Ponce Enríquez, Galo Plaza Lasso, Osvaldo Hurtado, Sixto Durán Ballén, Rodrigo Borja y en la carrera diplomática brillaron nombres como el de José Ayala Lasso y en la economía el de Eduardo Valencia.  

Los músicos que mostraban ser virtuosos, años más tarde, entraban a los conservatorios más prestigiosos para aumentar sus sapiencias, los pintores se perfeccionaban en escuelas de Bellas Artes y los literatos trabajaban sus escritos desde asociaciones dedicadas a promover y perfeccionar el idioma. Así la Real Academia de la Lengua (de donde salen realmente académicos) ha tomado un rol fundamental y sus miembros son gente de un peso intelectual elevado.

En pleno siglo XXI donde la educación gracias a las tecnologías debería ser de mejor calidad, es en realidad, en el mal sentido “para cualquiera”. Creemos que el culto o el artista es ese hombre de cola de caballo, sin bañarse, sucio y de gafas en la cabeza. Por otro lado, es esa mujer de pelo pintado de colores fluorescentes, aretes, piercings, de pañuelo verde alrededor del cuello, de tatuajes hasta bajo el sobaco. ¿Ese es nuestro concepto de cultura? “¡Debe ser escritor, pintor o artista, mira nomás la facha!” 

Quien se para ante un público que aplaude como un grupo de focas amaestradas ante palabras que ni entienden, ese que redacta cualquier cosa en un medio (más en los digitales) en la sección de CULTURA, aquel que publica un folleto sobre el tema más banal o el que defiende la escritura ilegible de “todxs”, “nosotrxs” o se inventa palabras o términos como “todes”, “les persones”, “perodistes”, etcétera es el “culto”, el “catedrático” o el “académico” moderno.  Las universidades fueron devastadas en estos catorce años  gracias a una SENESCYT vanidosa y novelera que envío gente a estudiar carreras jupiterianas que nada enganchaban con las necesidades del país (curiosamente en su basto catálogo casi ni asomaron carreras relacionadas a los Estudios sociales).

Es necesario tener buenos políticos, abogados, lexicógrafos, escritores de calidad, pensadores, historiadores, músicos, poetas, diplomáticos, ensayistas, economistas, médicos… En resumen, gente relacionada con las academias que resulte ser lo mejor de lo mejor para impartir ideas y reflexiones críticas. De esta manera cuando los verdaderos merecedores de la ayuda estatal regresen, sus bases de discernimiento serán tan sólidas que podrán promover en las nuevas generaciones ese mismo deseo de superación.  

Se dejó de lado el buen hábito de agarrar un diccionario y consultar una palabra, dedicar el tiempo a la lectura por lo que resulta complejo entender que las ideas nuevas (más no las de moda de rato) ayudan al desarrollo. Se debe analizar los distintos movimientos culturales, ver buen cine y escuchar música de calidad además es vital comprender el comportamiento de los distintos partidos políticos y sus ideologías con el fin de poder generar criterios sólidos y argumentos coherentes. Así debería ser el movimiento de las civilizaciones aunque sean pocas las personas que tengan el privilegio de impartir sus sapiencias.

Las entidades como la Casa de la Cultura, que tenía sus Secciones Académicas hasta hace poco, se cuidaba mucho de quienes se merecían estar allí. Por fortuna la Academia Ecuatoriana de la Lengua (que sí otorga becas a aquellos que realmente merecen) sigue manteniendo su calidad en reconocer a sus miembros, así como la Academia de Historia y la Academia de Historia Militar. Es bueno el retorno de la Academia Diplomática al Ecuador. Esperemos que dentro de poco, en este país, valga la pena ser llamado un Académico.

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