Joaquín Hernández
Guayaquil, Ecuador
Para la generación que comenzó sus lecturas de juventud con las biografías de Stefan Zweig, pero sobre todo con sus memorias, El mundo de ayer, la Viena cosmopolita, capital del viejo y carcomido Imperio Austrohúngaro, era el lugar ideal de la universalidad burguesa y el sitio por excelencia para el desarrollo de una intelectualidad liberal en el más amplio sentido de la palabra. «Era placentero vivir allí, -anota soñadoramente Zweig,- «en aquella atmósfera de tolerancia espiritual. Cada ciudadano era educado, inconscientemente, en el sentido de lo supranacional, de lo cosmopolita, como ciudadano del mundo». Placer de vivir y desarrollo intelectual no eran opuestos como lo serían pocas décadas más tarde sino más bien complementarios.
 
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