
Pastores con PhD
Guayaquil, Ecuador
Decía Thomas Paine –ideólogo de la independencia americana– que debemos cuidarnos mucho de los gobiernos que “vigilan la prosperidad como a una presa”.
Decía Thomas Paine –ideólogo de la independencia americana– que debemos cuidarnos mucho de los gobiernos que “vigilan la prosperidad como a una presa”.
El colectivo Compromiso Ecuador inició el trámite para realizar una consulta popular.
Encuentro una revista gratuita cuya portada se mofa de dos contendores electorales del actual presidente. La abro. Sus páginas están tapizadas de propaganda oficial del Gobierno central y otras instituciones. Leo el nombre de quienes dirigen dicha publicación y busco en Internet. La propia web de la Presidencia de la República me da la respuesta que buscaba. Rechanfle: más de 52 mil dólares nos costó patrocinar ese pasquín llamado Zona Libre. Imagino cuánto tuvieron que trabajar para producir ese dinero los contribuyentes de cuyos impuestos se financió dicho egreso. Cincuenta luquitas es mucho billete. Y eso sin contar la publicidad de otros entes que aparece en ese mismo panfleto. Me pregunto, ¿este derroche a discreción puede ser legal?
No es necesario “desaparecer” a la persona, cuando puedes destruir su reputación. La mayoría de gobiernos lo sabe en la actualidad. La propaganda difamatoria, cuando hay recursos públicos suficientes, es más efectiva que la represión pura y dura de antaño. Eso es lo que sucede hoy en Ecuador. Se trata de una práctica que los gringos llaman “asesinato de reputación”.
En Ecuador, según nos dicen, dormimos una “larga noche neoliberal”, hasta que los gendarmes del socialismo del siglo XXI nos despertaron. Cualquiera que oye esto nos imagina dominados por empresas transnacionales, postrados por la privatización de todo lo que se mueve, o sumidos en una total falta de regulación. No obstante, la historia de las últimas décadas nos dice otra cosa. Nos habla de un gobierno intervencionista, de empresas estatales ineficientes, de legislación laboral sumamente rígida, de una economía dependiente del petróleo, de proyectos privatizadores jamás consumados, de un Estado pagando la factura de ciertos banqueros irresponsables, etcétera.
El famoso #casoSatya ha mantenido bastante ocupada a la tuitósfera últimamente. Y me ha tocado bailar con la más fea de la fiesta. Porque existe un consenso entre progres, casi progres, liberales y libertarios (manada a la que pertenezco) en que se trata de una terrible discriminación por la orientación sexual de las madres, una sociedad injusta y curuchupa que todavía señala con el dedo la homosexualidad, atavismos de raíz católica, bla, bla, bla. Y yo digo que no, y por ello me han llovido calificativos como “prejuicioso”, “discriminador”, “ignorante”, “conservador”, etc.
Desde los días del imperio español, en América Latina se ha satanizado el lucro privado. Esa es una tara heredada del conservadurismo ibérico, fermentada por un nacionalismo cursi y gorilesco, con dosis crecientes de marxismo. En el terreno intelectual, esta tendencia es clarísima: no hemos tenido un solo Locke, un Bastiat o un Mises. Por el contrario, la mayoría de nuestros más notorios pensadores han sido eso que Popper llamó “enemigos de la sociedad abierta”, guardaespaldas intelectuales del caudillismo.
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