
Boston
Santiago de Chile, Chile
Me encanta correr. En mi adolescencia daba vueltas al colegio con un entusiasmo distinto al resto de compañeros, conectado conmigo mismo, como en trance o en una meditación. Ni sentía cuando llovía. En Guayaquil los aguaceros eran propicios para trotar sin que el calor matara. La lluvia me acogía, balsámica, y me impulsaba a seguir el trayecto entre mi casa y el aeropuerto. Siempre recuerdo esa sensación refrescante antes del inicio de cada maratón, como si un Gatorade lleno de nostalgia hidratara mi imaginación.