La angustia del pueblo

Víctor Cabezas

Víctor Cabezas
Quito, Ecuador

En época electoral los comportamientos políticos contraen un color muy peculiar; la arena política se convierte en una modalidad de Disneylandia en el cual todo se vende, todo se oferta, el futuro es concebido como un producto que puede comercializarse, el bienestar, la seguridad, la educación, el tráfico, la democracia. No existe debate entre candidatos, existe un peligroso silencio íntimamente consensuado, la contraposición de argumentos se ha reducido a vulgares ataques personalistas, nuestro sistema electoral y la mediocridad de nuestros líderes han convertido a la arena democrática en uno más de los tantos espacios dominados por las frívolas leyes de oferta-demanda, rebajas, ofrecimientos banales, gritos y música.

Vivimos un escenario de mercado, una desnaturalización total de la esencia del acto democrático en el cual  el elector es un comensal al que se le tiene que vender un proyecto, manipular sus sentidos y asegurar un voto, no un apoyo razonado, no un compromiso con el proyecto político, solo un voto, una sordidez, un acto tan trivial como el de una compra en el mercado, un discurso social que reduce el acto democrático a la fútil marca de esfero en una papeleta electoral.

En un parque de Quito, un día cualquiera “Yo amo al pueblo, soy un hombre del pueblo, no tengo riquezas, no las busco, vivo en la humildad de los barrios y con la gente”, es el discurso político predominante en nuestro país; todos han nacido del pueblo, nadie es rico ni pretende aceptar cualidades personales que vayan en contra del modelo de individuo promedio del pueblo, hay un síndrome de “humildad enfermiza”. El tipo de político cercano a la gente, surgido de la pobreza y con la suficiente dosis de vulgaridad ha sido ponderado como el arquetipo que debe construir todo candidato, para conquistar al pueblo y a la gente, para convencer de que “venimos del mismo sitio, ergo tendremos iguales destintos”.

Es muy interesante observar como los discursos políticos son ya una muestra de las profundas limitaciones de los candidatos, “Amigos y amigas necesitados a la gente trabajadora, que somos la mayoría,  a los buenos, a los ecuatorianos comprometidos, a los ancianos y a los niños” a través de los discursos se ha comprobado como el pueblo siempre dará connotación positiva.

Pero, ¿sabemos en realidad lo que es el pueblo? Es importante recordar que, en esencia, el término “pueblo” es una ficción que se usa en la dogmática jurídica para legitimar acciones en el ámbito del derecho, es una mera abstracción el pueblo no existe en  personalidad corpórea, mas bien es un ente a través del cual se personaliza la voluntad soberana de un conglomerado indeterminado.

Hoy en día, nuestros políticos usan al  pueblo mas allá de la legitimación democrática, lo usan como ideología, medio y fin de toda acción. El pueblo, para nuestros candidatos y líderes, es omnisciente y omnipresente. El uso del “pueblo” como ideología es sustentado a través de un discurso melodramático que logra hacernos sentir queridos e importantes “El pueblo es sabio” “Pero que puedo hacer!! Si yo amo al pueblo!” “Daré mi vida por mi pueblo!”.

Nuestro sistema esta cambiando, está avanzando ¿hacia donde? no sabemos, pero avanza.  Todo es válido para ganar el amor del pueblo. El relato de la hegemonía política es el pueblo; pero si ese amor y el fundamento de la validez es una ficción jurídica, entonces en esencia ¿cuál es la naturaleza y la autenticidad del discurso político que escuchamos? ¿es acaso una ficción en si mismo?

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