
Guayaquil, Ecuador
Fue a partir de los hechos transcurridos durante la Revolución Francesa en el siglo XVIII cuando se empezó a utilizar esta frase para describir las luchas y contradicciones internas que se forman dentro de las organizaciones extremistas y dogmáticas al embarcarse dentro de un proceso “revolucionario”.
Aparentemente todos los componentes de la organización “revolucionaria” reman en una misma dirección con el fin de alcanzar un objetivo común, entregando su vida y esfuerzo a la causa. Los “revolucionarios” pueden incluso alcanzar sus metas partidistas y celebrar codo con codo, como hermanos, la victoria lograda. Sin embargo, con el pasar del tiempo y por el propio peso de las acciones y decisiones tomadas durante el periodo “revolucionario”, las contradicciones internas y luchas de poder empiezan a caer de lleno sobre la realidad de la organización, iniciando un proceso de purga interna en el que los hijos de la “revolución” son devorados por ésta misma.
Esta idea casa y se complementa muy bien con otro concepto introducido en la teoría política del siglo XX: la ley de hierro de las oligarquías de Robert Michels. Ésta establece que, por mucha intención que los miembros de una organización tengan de tomar decisiones de forma democrática, la propia realidad del partido allanará el terreno para el florecimiento de una minoría oligárquica que centralice las decisiones y las vincule con sus intereses. Siguiendo a Michels, esta realidad se repite de forma inevitable en toda organización política en expansión a raíz del número creciente de decisiones a tomar y el nivel de detalle y perversidad de ellas.
La extinta Alianza País, hoy Revolución Ciudadana, no se está salvando de su inexorable destino. Los picos de éxito y popularidad que en su día alcanzó Rafael Correa, y que desprendió hacia su partido, RC, se ven lejanos en el tiempo después de tres derrotas electorales consecutivas desde 2021.
Después de semejantes rechazos en las urnas, el nerviosismo y los conflictos internos dentro del movimiento empiezan a traspasar los muros del partido, permitiéndonos asomar la cabeza y observar los inicios del caos de gobernanza al que, esperemos, se enfrenten con el pasar del tiempo.
Recientemente han perdido figuras importantes como los asambleístas Mónica Salazar y Ferdinan Álvarez, que se alinearon con el partido de gobierno. Además, Marcela Holguín y Fausto Jarrín ahora respaldan también a ADN. Hace pocos días el asambleísta Sergio Peña fue dado de baja de la RC por apoyar un proyecto de ley del Ejecutivo. Incluso figuras más importantes como el alcalde de Guayaquil o la Prefecta del Guayas nos han dado a entender que las cosas dentro del proyecto de Correa no están bien.
La figura totalitaria del líder de la RC no se manifestó solo al frente del país cuando gobernó, seguramente también lo haga dentro de su propio partido. Las tendencias oligárquicas de Michels seguro están incrustadas en esa organización política. Sus fieles seguidores, al ver que pierden espacios importantes de poder, empiezan a cuestionarse todo.
La “revolución” que en su día este grupo de personas iniciaron (Correa y su círculo cercano), hoy se tambalea por el propio peso de su corrompida historia. Esto se refleja en la imposibilidad del líder de abandonar su puesto de poder. Y es que, después de una década de arbitrariedades y fechorías, Correa está obligado a tratar de mantener su control de las cosas hasta el último aliento, aun cuando eso signifique ser devorado por las fauces de la misma revolución que un día lo encumbró.
