Museo Nacional de China: ¿Arte o propaganda?

Reabierto en el mes de marzo, el Museo Nacional de China atrae centenares de visitantes diariamente. Sin embargo, dentro del régimen es más válida la pregunta por lo que se narra y por lo que se omite de la historia. ¿Están los visitantes ante arte o propaganda?. Este es el cuestionamiento que hace Revista Arcadia de Colombia.

El Museo Nacional de China tiene una misión patriótica: recordar a cada uno de sus visitantes que están en un país milenario que, aunque se ha visto amenazado varias veces, ha logrado mantener su cohesión y espíritu que hoy lo hacen merecedor de un trono dentro del grupo de potencias mundiales.

Desde 1959 la misión era clara: servir de refuerzo nacionalista. En ese entonces, su estructura comunista –que en China tiende a replicar el estilo romanesco de grandes columnas- albergaba dos museos: el de historia nacional y el de la revolución. Entre objetos arqueológicos y artísticos de la vieja China y retazos coloridos de la lucha impulsada por Mao Zedong, se narraba un imaginario coordinado por el timonel de la República Popular China, el Partido Comunista. Sin embargo la realidad fue más rápida que la historia y el museo adquirió un aspecto anacrónico que no cuadraba con la imagen de un país moderno de la era de Deng Xiaoping.

Entre cierres y aperturas intermitentes desde 1966, el museo fue finalmente cerrado en 2003, para una larga renovación que costó 400 millones de dólares. El pasado 1 de marzo, el museo reabrió al público y aunque con anterioridad se había pensado abrirlo durante los Juegos Olímpicos en 2008 o la celebración de los sesenta años de fundación de la República en 2009, ganó la precaución. La delicada narración histórica, basada en una detallada selección y deliberada omisión de eventos, fue más importante que estar abierto para descrestar.

Ambos museos fueron integrados en uno solo y que visto en conjunto transmite un mensaje aún más solemne: China es un país que gracias a la revolución conserva con orgullo sus 5.000 años de historia.

Tal misión no podía ser llevada a cabo en otro lugar diferente al centro de gravedad chino: la Plaza Tiananmen, en donde ocupa la mitad del costado este. Se encuentra al frente del Gran Salón del Pueblo, opuesto al mausoleo de Mao Zedong, diagonal al norte, al monumento a los héroes del pueblo y al sur, a la entrada de la Ciudad Prohibida y por supuesto, al enorme retrato –apacible y sonriente- de Mao.

Tampoco podía fallar en impresión y potencia. Fue construido y diseñado para ser el más grande del mundo, con 192.000 metros cuadrados. Martin Roth, director de los museos estatales de Dresden y consultor informal para el Museo, afirmó al New York Times que varias veces lo llamaron preguntando las dimensiones del British Museum y el Louvre, aunque este último lo supera contando los espacios exteriores.

La historia china se condensa en 40 galerías, más de un millón de objetos, de los cuales 2.520 son considerados “objetos preciosos” y 521 “objetos preciosos de primera clase”. Los museos históricos de otras ciudades fueron ordenados enviar sus más grandes tesoros –antiguos o modernos- a la capital.

Aunque ambos museos fueron fusionados, su distancia en curaduría es casi tan grande como los pasos que hay que dar desde una galería a la otra y que toman casi diez minutos. Una exhibición presenta la China antigua, iniciando con el hombre Yuanmou, de hace 1,700 millones de años, hasta la última dinastía, la Qing; la otra, la historia de China contemporánea, que inicia en el final de la Segunda guerra del opio en 1860 y llega hasta inicios de 2010.

Sin embargo, pasar de ver “Thriving southern capital”, pintura del 1.600 en donde se presenta la vida de un pueblo tradicional, a una foto de la celebración de los 60 años de la RPC en la que se ve un desfile masivo de tropas entrenadas y coordinadas es, al mismo tiempo, fascinante y contradictorio. Ambos elementos narran particularidades de la sociedad china, miles de personas condensadas en pequeños espacios y una peculiar forma de vivir, organizada en medio de un gran desorden. Sin embargo una obra entra como arte y la otra como propaganda. Y esto es quizá el atractivo más grande del Museo Nacional de China.

Es uno de los pocos museos del mundo que abiertamente se perfila como la síntesis de un artificio en la historia. Su parcialización es tan evidente que no tiene intención de ser sutil o aceptar contradicciones. Otros museos revolucionarios en el mundo cumplen este rol, pero pocos han mezclado objetos antiguos y modernos con tal intensidad para narrar la historia desde una misma mirada: la del Gobierno.

El paso por las dinastías es un recorrido de una lucha conjunta de etnias que se forjaron la meta de crear un gran país. Mongoles, tibetanos, han y uigures de la mano por la integración nacional. No hay conflictos, no hay enfrentamientos religiosos ni territoriales. Del mismo modo, los objetos chinos son presentados como los más grandes descubrimientos mundiales, aportes únicos a la humanidad. Cada objeto adquiere allí, un motivo ulterior que sirve para crear una visión conjunta de grandeza.

“El camino al rejuvenecimiento” como es llamado el recorrido de China contemporánea es la cúspide. En su prefacio se avisa: “la exhibición resalta la historia gloriosa de China bajo el liderazgo del Partido Comunista de China” y efectivamente lo es.

Las fuerzas imperialistas y el gobierno autocrático de la Dinastía Qing habían castigado a la nación. Los primeros rebeldes, mártires y líderes del pueblo son el ideal nacional y sus acciones llevan al visitante a recorrer rápidamente las décadas de luchas y revoluciones de forma valiente y corajosa.

Hasta que aparece Mao.

Las secciones dedicadas al Chairman parecen una reivindicación al padre de la patria, tan fácilmente olvidado en un país cada vez más monetizado. Su imagen, sonriente y pensativa, sobresale por encima de cualquier atrocidad cometida bajo su mando. No hay referencia a los 20 millones de muertos de hambre que dejó el “Gran salto adelante” ni explicaciones de los castigos injustificados durante la Revolución cultural. Un cuento amoldado a un discurso formal y rígido del Partido Comunista, incluso a pesar de que varios líderes dentro del Partido han reconocido estos errores pasados. Prima la versión de una nación que se “rejuvenece” y que comienza la verdadera lucha para salir de la miseria y la humillación.

Es un camino decididamente glorioso. Cuando se presenta en la línea cronológica el 1 de Octubre de 1949 –fundación de la RPC- el visitante llega al cielo. Pero no azul sino rojo. Bandera enorme, escudo imponente, un gran retrato de Mao dando su discurso a la plaza y hasta el mismo micrófono con el que habló. La única gran ventana en toda la exhibición estratégicamente se encuentra allí y desde ahí se puede ver directamente la misma plaza que se replica en la sala. La historia es real, existe, y aún se siente. Sino se cree, solo basta con mirar hacia fuera.

Los sesenta años de la RPC se presentan como un camino de evolución y pujanza. La fuerza del orgullo nacional es tal que los visitantes generales del museo esbozan sonrisas de vez en cuando: cuando ven las armas capturadas a las fuerzas japonesas en Nanjing, cuando ven los uniformes destrozados del ejército francés, cuando ven el barco con el que se transportaron los soldados del Ejército de Liberación del Pueblo. Luego, la tecnificación. Sonrisas de gente trabajadora, industrialización del país, exploración científica, construcción de grandes obras y los primeros productos hechos en China. En adelante, un futuro pujante de un país que comienza a convertirse en actor internacional. Presidentes, regalos diplomáticos y acuerdos internacionales. Cambios económicos y cambios políticos que configuraron la China que hoy en día logró amoldar las prácticas mundiales a sí misma, sin perder sus propias características.

Es un recorrido por la historia que cumple lo que se promete al inicio de la exhibición: “La Nación china está de pie firmemente al este, frente a un futuro brillante de gran rejuvenecimiento. El sueño tan deseado y las aspiraciones del pueblo chino muy seguramente se harán realidad”.

En su libro guía se habla de la fuerza de China y su independencia comercial, monetaria y socialmente del mundo, desde cuando era una unión de imperios. Actualmente (y hasta Octubre) se encuentra una exhibición de piezas de los Incas del siglo I al VII y que presentan figuras con definitivo parecido chino. Durante la inauguración de esa exhibición –a la que asistió el Ministro de Cultura de Perú- se resaltó la estrecha cercanía entre ambas naciones, desde épocas tempranas. La sugerencia que quedó en el aire fue la propuesta de una revisión histórica a los primeros visitantes de América. ¿Si puede reescribir la historia de su país, por que no puede hacerla con otros en su propio museo?

Fue reabierto este año; y solo hasta marzo fue abierto al público. Y de nuevo, lo grande. 8000 personas diarias hacen filas enormes, de horas de espera, para reclamar un tiquete gratis. Si se quiere evitar la cola, entre por la puerta de atrás y pague 10 RMB (1.5 US). Mares de gente para ver lo que precisamente se les ha prometido: la historia nacional y el resumen de más de 4,000 años de historia.

 

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