Virgen del Cisne llegará mañana a Loja

Los miles de fieles aplauden o alzan y agitan las manos, sus sombreros, sus gorras. Se emocionan al escuchar el cántico, cuyo eco se esparce por el verde campo sembrado de cañaverales. Y corean: “Qué bella eres/ Reina de El Cisne/ qué bella eres. Tus ojos son/ como dos palomas/ en raudo vuelo”.

Son las 09:55 del jueves 18 de agosto del 2011 y el cortejo con la urna de La Churonita, cargada en hombros por devotos que se turnan, ingresa a la hacienda Monterrey, por un camino donde los árboles y los fieles le hacen una calle de honor.

Es la pausa de la segunda jornada de la procesión, que este día avanza 17 km desde San Pedro de la Bendita hasta Catamayo. El tramo es parte del recorrido total de 70 km entre el santuario de El Cisne y Loja, que se cumple en tres jornadas de cuatro días con uno de descanso.

Y en este acceso se lanzan flores, hay banda de músicos, cohetes. La imagen avanza vestida de azul, con una flor rosada en la mano y un sombrero de paja con adornos dorados.

Entre la multitud está María Quinde, 33 años. Es de Loja y camina descalza. Asegura que lo hace por la salud de su padre. “Ella lo curó; tenía cálculos al riñón y ni la operación lo sanó, pero al encomendar a la Virgen ahora está bien”, testimonia. Dice que llegará a Loja con su caminata, que la inició el miércoles 17 en El Cisne. Con ella van nueve familiares, cinco de ellos niños.

Apoyándose con un bastón avanza María Cuenca, de 60 años. Ella salió a las 04:30 desde San Pedro. “La gente está madrugando más que otros años para con la fresca poder avanzar”, afirma la mujer, quien luce con sobrepeso y asegura que camina por una promesa.

“Ella me ayudó muchísimo, en especial en la salud mía y de mis cinco hijos”. No detalla, pero añade que la Virgen la salvó de una enfermedad.

Son miles y miles de historias detrás o delante de la imagen de La Churonita, que viaja en una urna plateada. Se estiman 200 mil asistentes en la jornada de este día, según la Policía y la Iglesia, pero nadie asegura la cifra. Solo se aprecia que mientras a las 07:00 parte el cortejo de San Pedro de la Bendita, los primeros caminantes ya llegan a esa hora a Catamayo. Y la carretera de 16 metros de ancho luce llena.

En varios tramos la vía está con trabajos de reparación inconclusos: hay lastre y piedras pequeñas, pero eso no es obstáculo para los caminantes, algunos descalzos, algunos casos improvisados.

El camino a medio reparar es la causa para que Patricia Veintimilla, una lojana de 16 años, tenga problemas. El carrito plástico, tipo juguete, en el que va su sobrino Javier, de 3 años, se rompe. No queda más que tomar en brazos al niño y su carro y avanzar.

La joven dice que camina “por la felicidad, por la paz, por los hogares que se están destruyendo hoy en día, también por otras personas que sufren”. Se siente feliz porque, señala, ha aumentado la devoción. “Desde niños nos enseñaron y les enseñamos que la fe es lo más grande”, afirma.

De esa fe da testimonio el padre Armando Jiménez, rector del santuario y quien viaja junto con La Churona y celebra las misas. Agradece porque hasta la mañana de este jueves no ha habido desgracias; se siente feliz porque ve a muchos más jóvenes y niños.

“Esa presencia responde a que la sociedad actual ofrece diversión y tecnología, pero los adolescentes y jóvenes sienten un vacío espiritual en su corazón”, menciona. Añade: “Lo que el mundo ofrece no es suficiente, a lo mejor ni lo que sus padres les dan, y ellos buscan en estas manifestaciones encontrar esa paz necesaria”.

A diferencia de años pasados, en la procesión actual se aprecian pocas manifestaciones extremas de sacrificio personal, salvo unos cuantos que caminan descalzos.

Los pedidos de cada uno van más por la salud. Y eso lo ratifica el padre Jiménez: “Lo que más piden las personas es salud, estabilidad en el trabajo y unidad en las familias. Lo material es poco; dicen que teniendo salud se tiene todo”.

En eso concuerdan los miembros de la familia Sáenz, compuesta por 50 caminantes: 20 adultos y 30 pequeños. Lo hacen todos los años y acostumbran a madrugar. Esta vez salieron a las 05:00 y a las 10:00 descansan, tendidos en el césped y bajo un árbol, mientras en la hacienda Monterrey se celebra la misa.

Rosa Sáenz, una de las integrantes de esta numerosa familia, asegura que todos piden que haya amor en el hogar. “Amor y salud, lo principal. Sin salud y amor, así haya todo el dinero del mundo, no sirve”, expresa la mujer, quien solamente muestra preocupación porque no van a alcanzar los cien dólares que trajo para comida de los cinco miembros de su núcleo. Un plato cuesta tres dólares en promedio. Los cien deben alcanzar para los cuatro días de periplo.

El sol, a diferencia de la víspera, pega con fuerza. Sus rayos golpean las espaldas de los caminantes. Pero ellos no se rinden.

Termina la misa y salen de la hacienda Monterrey, donde están los cultivos de caña para el ingenio del mismo nombre.

Allí han comido los lancheros, un grupo integrado por 22 personas que lleva un maletero de cuero donde va la corona de La Churona. También han comido los policías y los miembros de los equipos de emergencia.

Y en el pavimento que brilla, la marcha humana avanza rauda hacia La Toma. Allí, en el parque central, cientos ya se han tomado el sitio, han colocado carpas, petates, lo que sea, y se han acostado.

Allí pernoctarán hasta mañana, día en que la procesión llegará a Loja, en el trayecto más grande, de 39 km.

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